jueves, 30 de junio de 2011

¡VENID, ACERCAOS, OÍD!


Premio al Bando Alarconiano 
(XXIV Jornadas. Taxco, Guerrero. 2011)

¡VENID, ACERCAOS, OÍD!
¡Venid!, ¡acercaos!, ¡oíd!
¡Reuníos!, ¡haced la plaza!
que en estas jornadas casa
será del mundo ¡venid! 
que mudarse por mejorarse,
es ley si es por bien vivir
¡venid, acercaos, oíd!
presto está por presentarse, 
de Taxco regio blasón,
el corcovado demiurgo,
el sin igual dramaturgo,
¡nuestro Juan  Ruiz de Alarcón! 

¡Venid!, ¡acercaos!, ¡oíd!
¡que única es la ocasión! 

Hizo su industria y su suerte,
nunca por Ganar amigos,
mas bien por Ganar perdiendo,
¡Venid!
que ya en el teatro y ardiendo
danzan la vida y la muerte 

¡Sabed! porque es sinapismo
ver que Las paredes oyen,
los empeños de un engaño
y ser semejante a sí mismo 

¡Venid!, que lo que es hogaño
Taxco se abre al extranjero,
al baile y al atimbal
¡venid que hoy el bien y el mal
cantan al mismo rasero!
que en este mes, pasajero,
Juan Ruiz en su casa está,
¡venid, que esta casa ya
es por hoy el mundo entero! 

¡Venid!
No es Examen de maridos
¡Oíd!
ni Crueldad por el honor
¡Sabed!
que el desdichado en fingir
lo es si finge en el amor, 
el regusto y el calor
por pechos privilegiados
¡acercaos! que no son fiados
los preceptos  y el candor
ni los bailes ni las danzas
ni la filosofía a ultranza
del corcovado cantor 

Llantos, risas, rezos, rosas
entre muchas travesuras
verán
que no Todo es ventura,
ni verdades sospechosas;
venid, que todas estas cosas
orden interno tendrán
y de aqueste Taxco harán
las jornadas luminosas.

De cueva de Salamanca,
a El tejedor de Segovia
¡oíd!
ya que su fama es obvia
pues quien bien busca bien alcanza
¡Venid!
Que no es prueba de promesas,
¡Oíd!
Quien mal anda mal acaba,
¡Sabed!
No hay mal que por bien no venga:
pues culpa busca la pena
y el agravio la venganza.

¡Venid!
que hoy Taxco en su mudanza
es dueño de las estrellas
y ¡mirad! que todas ellas
no suman en proporción
el portento de las obras
que presenta en ocasión
para iluminar al mundo
en Taxco Ruiz de Alarcón! 

¡Venid!, ¡acercaos!, ¡oíd!
¡Reuníos!, ¡haced la plaza!
que Taxco es del mundo casa
estas jornadas
                          ¡Venid!

Gustavo Martínez Castellanos

Ruiz de Alarcón y las Alarconianas


Yo, ciudadano
Ruiz de Alarcón y las Alarconianas
Gustavo Martínez Castellanos

Juan Ruiz de Alarcón era pobre, indiano y corcovado. A pesar de su ascendencia noble, esos “defectos” lo pusieron en desventaja en la Nueva España y, después, en España. Sin embargo, incidían en él otros efectos que los estudios realizados hasta ahora han pasado por alto debido a las perspectivas culturales dominantes sobre los que se erigieron. Uno de ellos era su ausencia de teluricidad y, otro, su proclividad hacia la cultura española sobre las culturas –aún vivas- del país en que nació.
Nuestro conocimiento del orden español y la ausencia pasmosa de datos biográficos suyos, nos hacen “armar” a un Juan Ruiz maltrecho. Como su apariencia física.
Esa falta de datos obedece a la ausencia de documentos. Juan Ruiz viajó mucho, nunca se casó ni tuvo una familia que cuidar ni que lo cuidara. Sus padres y hermanos poco hablaban de él, posiblemente para evitarse –y evitarle- los descalabros del escarnio sobre su defecto físico. Así, es imposible “verlo” “de cuerpo entero”; salvo por los tardíos y cáusticos epigramas que bardos peninsulares hicieron de él. Más tarde, estudiosos elaboraron su “personalidad” con base en esos y otros cuestionables fundamentos.
Américo Castro deduce que vio la primera luz en la ciudad de México hacia 1581 porque sus padres posiblemente abandonaron Taxco antes de 1580 año cimero de un periodo de decadencia en la minería en Taxco. Ese hecho nos impide saber si ahí hubiera podido acceder a educación superior o cuando menos a educación elemental y otorgarnos una visión de la educación colonial en el hoy territorio guerrerense. Juan Ruiz cursa el bachillerato en la Universidad de la ciudad de México pero no se licencia ahí, espera hacerlo en España.
Hacia allá apuntan no sólo sus anhelos de adquisición de conocimiento sino su brújula cultural: en su obra son muy pocos, casi nulos, los elementos locales: geografía, cultura popular y culturas indígenas que en el siglo XVII aún se encontraban vívidas no sólo en un enclave geográfico tan peculiar como Taxco –donde tenía familia- sino en la otrora capital del imperio azteca. Su religiosidad también obvia las expresiones locales que en esos años refuerzan el sincretismo entre una espiritualidad indígena y la española y, con referencia al orden político no marca atisbos independentistas, aún cuando a sus padres les tocó vivir la supuesta conjura de Martín Cortés que avispó el interés en ciertos grupos por separarse de la península.
Apegado al inamovible orden español, podemos decir que Juan Ruiz es más peninsular que Sor Juana, Carlos Sigüenza y Bernardo de Balbuena, que era español.
El teatro alarconiano, así, no sólo carece de oportunidades para ser nuestro -taxqueño y guerrerense-, sino ni siquiera novohispano y, al rendirle culto, en realidad  ponderamos el orden político económico que mantuvo a México bajo su férula política durante trescientos años y, bajo su férula cultural, muchísimos más.
Celebrar eso puede ser un contrasentido (sobre todo en este año de bicentenario de nuestra independencia política); pero también puede ser la oportunidad de concitar la investigación y el análisis concernientes a nuestra realidad porque nos entrega una perspectiva. Un ejercicio de contrastación en un universo en el que las ausencias resalten nuestras características culturales a partir de parámetros científicos.
Características que nos identifiquen, nos reconozcan. Nos alienten.
Uno de esos análisis tiene que observar la visión de la creación de las Jornadas Alarconianas en 1988. Exaltar al más peninsular de nuestros bardos –pero nuestro- sólo pudo haber sido obra de una creatividad incapacitada para observar el entorno conservador que ello encierra. O capacitada para otras cosas, como intentar emular el éxito del Festival Cervantino. Sin embargo, que las Alarconianas tengan esas raíces es verdad a medias. El Cervantino fue una expresión que nació y se consolidó en un enclave que poseía –y posee- institutos de educación superior con rancio abolengo y un ámbito cultural sostenido por múltiples escuelas de arte y una profunda tradición estética. Guerrero, no podía –ni puede- sostener las Alarconianas de la misma forma porque carece de todo eso.
Así, sólo queda la siguiente justificación: si el Cervantino pudo convertir a un pueblo culto y cultivado como el de Guanajuato en un poderoso imán turístico, Taxco, sin ser todo aquello, también puede lograrlo. Así, ofrecemos arena, mar y sol en Acapulco y Zihuatnejo y teatro y conciertos en Taxco. Círculo turístico perfecto. Pero falso culturalmente.
Ayer como hoy, las expresiones culturales que se manifiestan en Taxco no son nuestras salvo por el lugar en que se representan -igual que Juan Ruiz-; vienen de fuera porque han sido preparadas por personas de fuera –como Juan Ruiz- y son para un público foráneo que representa un orden también ajeno. La concomitancia pasma cuando vemos a los más importantes institutos de arte del país –INBA y CONACULTA- (asentados en la capital) organizando todo (y decidiendo todo) a través de una funcionaria que también viene de allá. Este sesgo irónico tiene un lado poético: sólo él puede hacer que Juan Ruiz sea considerado taxqueño y regresarlo a “su” cuna y -por otro lado- a sus raíces culturales: a Taxco, ciudad perdida en el tiempo que así observa en algunas de sus expresiones parte del rancio conservadurismo español en sus elites y una mansa obediencia en sus masas; características que explican que ambas puedan coexistir en santa paz en una geografía apartada, laberíntica y estrecha como la suya. Otra península.
El escenario, en efecto, salva la discordancia, pero en cuanto se desmonta aparece –siempre lo hará- la realidad: no hay escuelas de arte en Guerrero y ante esa ausencia de autoridades, grupúsculos y tabloides se disputarán las migajas que el centro deje caer en cada festival y en cada incursión “cultural”, mientras el resto del estado y de su gente continúan ayunos de los beneficios culturales que les pertenecen. Y escindidos del mundo.
Un Guerrero pobre, sin abolengo y distorsionado se busca a sí mismo en esas expresiones y nunca se encuentra. Le queda el exilio, el escapismo cultural: televisión, antros, cantinas. Pero, después de abrazarlo, ese escapismo lo repele porque ni él es nuestro. Mejor dicho: tampoco eso somos. La esencia del guerrerense debe dejar de buscarse ahí; y en el salto cuántico que ejecutan las instituciones culturales -desde la expresión folclórica hacia el festival cultural- para asentarse de una buena vez en la investigación y en el análisis de sí mismo. La esencia de lo guerrerense debe dejar de ser pobre, indiana y corcovada en su propia tierra. Debe ser ella misma por ella misma. Apreciar esa necesidad y construir sus satisfactores es la principal tarea de los actores culturales locales. Mientras no la atiendan, ellos mismos seguirán siendo ajenos a lo que creen ser. El Instituto Guerrerense de Cultura (no de la) juega un papel importantísimo que esperamos quiera y pueda desempeñar. Tiene todo: desde el apoyo de un gobierno comprometido con los cambios profundos hasta la ubicación de aquellos grupúsculos que, todos sabemos, sólo se dedican a medrar en nombre de la cultura. El resto, es recurso.
http://culturacapulco.blogspot.com Un texto mío fue premiado como Bando Alarconiano en estas Jornadas, por falta de espacio lo enviaré en la próxima entrega.