domingo, 24 de julio de 2011

Los 15 años del José Agustín


Yo, ciudadano
Los 15 años del José Agustín
Gustavo Martínez Castellanos

No sé si Aída Espino -creadora del certamen de cuento con el nombre de su primo-  pensó que dicho certamen llegaría a los tres lustros en las circunstancias en las que llegó: con un bagaje de 251 trabajos enviados desde todos los rincones del estado de Guerrero y del país pero encerrado en el silencio envidioso de los medios de comunicación locales.
Recuerdo la apertura de plicas del primer José Agustín –ceremonia que no sé si se realice ante la prensa en otras latitudes. Fue en el hotel Tortuga cuyo gerente era amigo de Aída; el evento estuvo cubierto por aquella prensa que, justo es decirlo, enfrentaba un hito único en nuestra historia: los diarios que nos entregaban una visión de la noticia desde mediados de los setentas, ahora resentían el empuje de los nuevos medios que crecieron con -e hicieron crecer a- la  izquierda. En esa competencia, ambas visiones entregaban un plus a sus prácticas informativas. Peleaban la noticia y defendía sus posturas. Hoy, también es justo decirlo, sólo luchan por sobrevivir. Las posturas políticas que respaldaban son tan indefinidas que sus líneas ideológico económicas se han borrado. Ese devenir corrosivo desdibujó esas identidades periodísticas. Hoy, también por ello, sólo acuden al llamado de la noticia que les genera ingresos o beneficios políticos. Ahora, la competencia  es en otras vías y por otros objetivos. Como el José Agustín no es parte de esos objetivos, lo han olvidado. Pero también porque las visiones de esos periódicos no pudieron hacer del José Agustín parte de sus cotos de poder privados.
Al menos, la visión que podría llamarse de “derecha” jamás se interesó seriamente por la cultura y sus concomitancias, y la de “izquierda” que cree tener una visión profunda de la cultura sólo desea sumar tribus al partido al que sirve y, a quienes no se someten, destruirlos a periodicazos. Como Aída no se sometió arremetieron contra su persona y su proyecto durante los periodos de López Rosas y Salgado Macedonio. La  acusaron de mil falsedades, se aliaron a nefastos cultureros a quienes encubrieron desvíos de recursos y apoyaron en la mezquindad de sus proyectos personales en detrimento de un proyecto ciudadano de cultura. Ellos, hoy, nuevamente están enquistados en el gobierno estatal. Esos periódicos que los cobijaron, después de las demandas perdidas, siguen en la brega.
Sería injusto decir que sólo por esas razones esa prensa se cebó en Aída, también influyeron sus complejos de inferioridad y su misogina que les impedían admitir la existencia de una mujer como ella; que se atreviera, con la ayuda de un par de amigos, no sólo encararlos sino a sobrepasarlos.
Aún con esa prensa en contra y su objetivo de hundirla, en estos quince años, Aída mantuvo a flote al José Agustín. Así estos tres lustros años no sólo son de logros literarios sino sociales y humanísticos. El ejemplo de Aída debe cundir y ser reconocido.
En lo personal el José Agustín significa mucho para mí. Con él inicié a participar en certámenes literarios, gané mi primer premio estatal y mi primer premio nacional. Es parte de mi vida profesional. Aparte del honor de ser amigo de Aída y de haberlo comprobado al haber luchado con ella en las lides mencionadas, tengo aún el invicto honor de ser el único premio José Agustín Nacional nacido en Guerrero. Pero no sólo eso, también tengo el honor de ser el maestro de cuatro escritores premiados por el José Agustín: Teté, Astrid Paola, Carlos Ricárdez y, ahora, Pavel. Todos ellos hechura total de los  talleres de literatura Culturacapulco que erigí y dirijo sin apoyos gubernamentales ni de ninguna índole en Acapulco. Duele decirlo pero somos la única escuela de literatura en Acapulco. Ella ha traído a nuestra ciudad otros premios tales como los de Teté: Bando alarconiano y Nacional de Sahuayo; los de Aída –que también es mi alumna- Bando Alarconiano y María Luisa Ocampo;  el de Ari González, nacional Punto de Partida; y las becas del FOECA de Liz Berea, Carlos Ricárdez y Ari González. Además, Culturacapulco es la única expresión cultural de Acapulco que ha donado dinero a la Biblioteca Pública Alfonso G. Alarcón a través de la venta de los libros de mis alumnos escritores. En ese afán -y en números redondos- los premiados y becados de Culturacapulco han captado más de 275 mil pesos sin la participación de ningún orden de gobierno, ningún congreso o la iniciativa privada. Son logros únicamente nuestros. No le debemos nada a nadie.
Que Pável haya ganado este año el Premio Estatal José Agustín me otorga una particular satisfacción. Pavel es el mayor de sus hermanos y apoya a su madre que -es viuda- a sacar a su familia adelante; todo ello sin abandonar sus estudios de ingeniería en sistemas. Es vecino de una de las más apartadas y pobres colonias de Acapulco. Todos los lunes, cuando el tiempo le otorga una tregua, toma un camión y se dirige a Ruiz Cortines, a la papelería donde oficiamos nuestras misas literarias. Ahí, se sienta en la banqueta y abre algún libro, lee en tanto llego, luego ingresa y me ayuda a mi y a sus compañeros a poner las mesas y las sillas, luego pide que se le fotocopien sus cuentos a crédito porque a veces sólo lleva para el camión; las del lunes pasado todavía las debe.
Participa con todo lo que él es, con claridad, responsabilidad y reciprocidad hacia los otros autores, sus compañeros, y al proyecto que formamos. Siempre respetuoso, cordial, amable. Como todos los cofrades de esa hermandad de parias –la directora de aquella Biblioteca terminó echándonos por órdenes de este alcalde, y después de eso nos cerraron las puertas en todas partes-, él sabe que no tiene derecho a perder el tiempo ni a hacernos perder el nuestro. Debe trabajar con rigor, disciplina. Metas. Y debe retribuir. Siempre.
Y ahí está: lo ha conseguido; en menos de dos años de haber ingresado a mis talleres ha obtenido este premio gracias a la entrega que ha puesto en este proyecto: ser escritor.
No me mueve al relato su condición económica; me mueven su firmeza, su auténtica y noble hambre de logros propios. Su certeza de que puede y debe hacer con su talento mucho más de lo que le ha dicho la escuela o su familia. O el mundo. Sé       que ha entendido que podemos cambiar esta ciudad para bien. Con su talento. Con el de todos. Hoy, estoy seguro, está más convencido de que Acapulco también es cultura. No solo disipación.
Me alegro por él. Lo felicito y me felicito. Felicito a sus compañeros de taller, sin cuyo apoyo no hubiera llegado hasta aquí: Mari Carmen, la máster Pao, Juanín, nuestra indispensable Isa, Orlando, Zabeth, Pedro, Ale, Lisset y Aída que es también mi alumna.
La premiación del José Agustín será este 26 de agosto. Todo mundo está invitado. No importa que no venga esa prensa vencida; con y sin ella, ahí estaremos con Pável para verlo sonreír y recordarle que no olvide el proceso a través del cual llegó hasta ahí.
Gracias al José Agustín. Felices 15.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com





jueves, 21 de julio de 2011

Guerrero en el Distrito Federal

Yo, ciudadano
Guerrero en el Distrito Federal
Gustavo Martínez Castellanos

Existen diversos y muy profundos motivos para que cualquier representación de nuestro estado persista en la capital del país. La primera es histórico geofísica: al menos la mitad del territorio del actual estado de Guerrero pertenecía a la capital del virreynato de la Nueva España. Ya desde Moctezuma Ilhuicamina las incursiones aztecas inician en nuestro actual territorio y es con Ahuizotl –nieto de Izcóatl y padre de Cuauhtémoc- que culminan con la conformación de la base militar de Chilapam en la región cuauteca.
Durante el virreynato, el Fuerte de San Diego, en Acapulco, fue la aduana marítima de la ciudad de México. A contrapelo con Veracruz, el más importante puerto mexicano, las nuestras, en aquel entonces, eran playas capitalinas, que con la erección de nuestro estado, sólo dejaron de serlo por razón de jurisdicciones. Sin embargo, Guerrero había dejado una hondísima huella en la vida del corazón del país: tres de nuestros generales habían despachado en Palacio Nacional: Guerrero, Bravo y Álvarez y, para no olvidarlo los autores del conjunto escultórico de la Columna de la Independencia (el arquitecto Roberto Gayol y el escultor italiano Enrique Alciati) pusieron un nopal a los pies del general tixtleco motivados por dos profundas razones: como una metáfora de la tierra -la patria- y el recuerdo ingente de la base de nuestro escudo nacional. Mejor custodio no podía tener ese símbolo que el sable del general Guerrero y la cercanía de Bravo.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, Guerrero se mantuvo aislado de la capital del país, pero después de ese periodo renace su relación a través de la carretera inaugurada en 1927. Después, ya es imposible desligar los destinos de ambas entidades pues aquellas playas virreynales se convierten en el balneario capitalino por excelencia desde mucho antes que Miguel Alemán decidiera hacer de nuestro puerto un centro de diversiones urbanizado. Un dato que corrobora este aserto es que no hay ninguna otra ciudad en México en la que la naciente industria fílmica haya realizado más películas después de la capital que Acapulco. El auge turístico internacional de nuestro puerto hace que la clase acomodada capitalina desee tener, cuando menos, una “casita en Acapulco”.
Lo demás, ha sido una historia de intercambios mercantiles que no ha cesado ni en los periodos de mayor crisis económica o política nacional. Con la apertura de la Autopista del sol, Acapulco vuelve a ser el balneario del D. F., y sólo en momentos de crisis cultural es que Acapulco ha vuelto sus ojos hacia otros derroteros, principalmente hacia su antigua ruta de salida: las ciudades de Los Ángeles y San Francisco en California, hacia donde, entre siglos, era más fácil llegar que a la capital del país porque se iba por barco.
Empero, el Distrito Federal nunca ha dejado de ser nuestro más grande mercado. De hecho, es la más grande ciudad contigua a Acapulco. Y, de alguna forma, su impronta urbanística ha privado en la conformación de nuestra ciudad. A contrapelo, culturalmente, Acapulco ha rechazado de manera sistemática la tremenda penetración cultural de la capital de país. Reacción natural que por momentos confirma su identidad y por momentos la deforma –como ocurre en casi todos los estados en donde la cultura “chilanga” no es bien vista. En ese sentido, la presencia del Distrito Federal en la vida de los guerrerenses ha sido una referente que ha reafirmado lo que somos, por una parte; y por otra, nos ha otorgado esa otredad tan necesaria para definirnos.
Esa relación casi simbiótica tuvo en su espacio económico una fuerte resistencia por parte nuestra. El poder monetario de los capitalinos casi siempre llegaba en andas del poder político federal. Esa resistencia, la falta de ética de muchos inversionistas capitalinos y la fuerte presencia cultural que la capital emite derivaron a veces en un fuerte sentimiento de rechazo que declinó, con el paso del tiempo y por las características de violencia que generaron, en la leyenda negra de Guerrero: era imposible invertir en un estado que siempre con machete en mano defendía no sólo muchos de sus derechos sino su identidad.
El tiempo ha dado vuelta a esa página. Los avances sociales y tecnológicos y los massmedia han logrado integrar a nuestro estado al universo federal. Hoy, justo es decirlo, cuando los mutuos resquemores han desaparecido, las colindancias –histórica, económica y cultural- nos invitan a replantear nuestra mutua relación.
Al menos, ese parece ser el objetivo del enorme acercamiento político que han realizado Marcelo Ebrard, jefe de gobierno capitalino y el gobernador guerrerense, Ángel Aguirre Rivero. Acercamiento político que, es necesario puntualizar, nunca se había dado en las circunstancias como las actuales, en la igualdad de condiciones y con una visión menos ventajosa por parte de nuestros vecinos; sobre todo, porque en los últimos años Guerrero ha desarrollado una clase económicamente fuerte que -como se ve en otros avances- resulta un saludable contrapeso. Clase que aguerridos sectores del izquierdismo local –y sus tabloides- se niegan a reconocer aún cuando pertenecen a ella gracias a un gobernador al que siempre denostaron porque no les permitió crecer más a costa del erario.
Ese acercamiento, lo ha previsto Aguirre, debe beneficiar aún más a Guerrero, pero no sólo en el ámbito económico o en la férula política sino también en lo cultural.
Que durante una semana se escuchen en el sur de la capital nuestra voces ancestrales, retumben los cobres surianos y destellen sus colores y sus formas es, en buena medida, una señal de que la penetración ha tomado otra dirección: ahora, Guerrero exporta su cultura a la gran urbe y expone en una de sus plazas una parte importante de su multifacético rostro, el estrato más auténtico de todo lo que somos: nuestro folclore. Esa medida da cuenta de una visión que entiende y aprovecha las circunstancias que la economía y la política actuales exponen al país. No saber leerlas, no usarlas benéficamente, no aquilatarlas en la medida de todo lo que son, sería un enorme error.
Porque sería dejar pasar la oportunidad de cambio en muchos órdenes. Visto así, el acercamiento cultural -desde una perspectiva diametral- derivaría en la captación de inversiones, la generación de nuevos mercados y la consolidación de los que ya existen y, además, la construcción de una coyuntura política en la que nuevamente Guerrero incida de forma decisiva en el destino de la capital del país y del país mismo.
La trama de todo este enclave es fina y sus objetivos tan claros que es imposible pensar que es circunstancial. Es evidente que deviene de un proyecto; mismo que, quienes son incapaces de concebir la existencia de la idea de un cambio profundo en Guerrero, no pueden percibir ni soportar, sobre todo porque no se reconocen en la totalidad que ese proyecto representa. Esa postura ha derivado en la negación sistemática de avances profundos desde los primeros cien días,
La presencia de Guerrero en el Distrito Federal es todo provecho para nuestro estado, es el indicio del inicio de una nueva etapa para nuestra entidad y de nuestras relaciones con la capital del país. Lo que también constata un cambio profundo en el orden de las cosas. Por supuesto, hay que llevar también nuestros otros rostros para conformar completo el ser único que somos en el centro neurálgico de México. En eso, hay que trabajar con ahínco.
El José Agustín cumple 15 años; la rueda de prensa en la que se abren las plicas de los ganadores será este viernes 22 en el "El Chaneque" (en la gamba) a las 19:00 hrs., la entada es gratuita.

jueves, 14 de julio de 2011

Señor alcalde ¿y el agua?


Yo, ciudadano
Señor alcalde ¿y el agua?
Gustavo Martínez Castellanos

El cúmulo de respuestas que recibí con referencia a mi último artículo titulado “¿Qué hacemos con el alcalde?” me remitieron a Fuenteovejuna, ese drama en que los vecinos de ese pueblo español, cansados de sus atropellos, se deshacen de su comendador. Quién no conoce la pregunta: “¿Quién mató al comendador?” y, a su vez, la respuesta de todo el pueblo, niños, ancianos y mujeres que aún bajo tortura replican: “¡Fuenteovejuna, señor!”
Las respuestas que recibí no llegaban a tanto pero si abundaron en señalizaciones y muchos reclamos contra el gobierno de Manuel Añorve. Citaré sólo algunos:
El del agua no es sólo un problema de cantidad sino de calidad. Varios vecinos reportan que el agua que sale de sus grifos es parduzca “como si hubieran lavado metales con ella” y “huele a podrida, estancada, como si fuera tratada y así nos la envían”.
“Ni con el cambio de director en CAPAMA se resuelve el problema del agua en Acapulco”, señaló otro lector. En efecto, el anterior renunció o lo “renunciaron”. “Lo peor de todo, es que Manuel Añorve fue director de CAPAMA y también el diputado Fermín Alvarado y ni aún así resuelven el problema”. “Y aún así querrán nuestro voto”
Por si fuera poco la CAPAMA ahora culpa a todo por la falta de agua: “vándalos”, “manos extrañas o “perversas” “cierran las compuertas de abastecimiento” en determinados puntos. Los lectores se preguntan: “Esas misteriosas manos, ¿cómo acceden a esas llaves? y ¿qué ganan con dejar sin agua a un determinado sector de la ciudad?” Lo curioso es que esos sectores están formados por puros barrios pobres, nunca de ricos; o la zona hotelera, y cuando ellos padecen desabasto la CAPAMA justifica que “Hay mucha turbiedad en el río Papagayo” o que “no alcanzan los niveles”. El asunto es que siempre tiene la culpa alguien más, como en el caso de que más del 50% del agua que se envía a la ciudad se pierde en el camino porque la tubería es obsoleta. Y lo es porque en  50 años nuestros gobiernos priístas no la atendieron, y el actual alcalde priísta no va gastar en remediar eso que su partido en medio siglo destruyó. Si los tres gobiernos perredistas no lo hicieron ¿él porqué sí?
En esa misma tesitura se encuentran las inundaciones pues fue un gobierno priísta que –para “ahorrar” dinero- consintió en que el drenaje soportara las descargas pluviales y por eso (y otros “ahorros”) se inundan muchas colonias: Vicente Guerrero, San Agustín, Zapata, Renacimiento, Colosio. Hasta el puente “Bicentenario”. Y eso que es nuevo.
Sin embargo el desbasto del agua siempre ha tenido raíces políticas. A la CAPAMA, el organismo operador, se le llegó a conocer como la “caja chica” de los gobiernos priístas o como puesto de consolación para políticos inquietos que pudieran acarrear problemas al gobierno o al partido. Con el PRD las cosas no cambiaron y Félix Salgado, por sus malos manejos, por poco propicia que la CAPAMA quedara en manos del gobierno estatal. Hoy, posiblemente Añorve espere que los PPS la rescaten del déficit en que se encuentra.
Por supuesto, la gente no está enterada de todo eso; pero lo intuye, por eso protesta. Al respecto, un lector preguntó “¿Dónde están las asociaciones de defensa de la mujer que consintieron la agresión de ése policía contra la vecina que tomó el entronque? Y, ¿dónde está el DIF cuando ve que todas las ancianas, mujeres y niñas de nuestros barrios ponen en riesgo su vida y su salud debido al desabasto y la carencia de agua en sus barrios? ¿Dónde?  
Sin embargo, de todas esas preguntas la única que exige respuesta inmediata es ésta: “Señor alcalde: ¿y el agua?”¿Y el agua?”
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com



Les reenvío este link sobre Defensa de Derechos Humanos, espero que lo vean y que se sumen a la causa; nos beneficia a todos:  http://www.yomedeclaro.org/

¿Qué hacemos con el alcalde?


Yo, ciudadano
¿Qué hacemos con el alcalde?
Gustavo Martínez Castellanos

Acapulco lleva más de un mes sin agua. No me refiero al Acapulco Dorado o al Diamante, sino al Acapulco de carne y hueso el que vive en las partes altas del anfiteatro y que padece constantemente la falta del vital líquido.
En protesta por eso, hace unas semanas un grupo de aguerridos colonos tomó uno de los entronques más importantes del sistema vial de la ciudad. En lugar de los responsables de la paraestatal encargada del abastecimiento del agua llegó un piquete de aguerridos policías a enfrentar a los vecinos quejosos. Después de los insultos y amenazas entre ambos bandos el final del suceso fue coronado por una sesión de golpes entre el comandante policía y una vecina. Sí, una inerme mujer que sólo exigía, acompañada de una docena de vecinos indignados, el agua por la que, además, paga aunque no llegue a su domicilio.
El acapulqueño, como ya se ha visto, se ha vuelto un pueblo pacífico. Relajiento y pachanguero siempre lo ha sido, pero su anterior rijosidad, su territoriedad a mansalva, su peculiar idea del valor, se han ido apagando a medida que la modernidad ingresa a sus barrios. No el estado, ni el municipio, sino la televisión, la radio, la web, desde donde el nuevo acapulqueño consume otras formas de convivencia vecinal, comunal y citadina.
En mal momento esos avances tecnológicos tornaron manso al acapulqueño de barrio porque en ese momento apareció la violencia encauzada por el narco que aprovechó con creces eso y otros avances. Aunque nadie quiere admitirlo esos avances iban de la mano: con las tribus urbanas, los grafitis, las sociedades de convivencia y otros alcances urbanos, creció el PRD en poder y presencia en el ámbito político y, entre ambas, los sicariatos. No digo que sean concomitantes –aunque es evidente que muchas de las libertades obtenidas se convirtieron en libertinaje y cortina de humo del avance del crimen organizado-, lo que quiero decir es que entre más tolerantes se convertían nuestros vecinos, el estado más se alejaba de sus funciones de resguardar la tranquilidad y operatividad de nuestros barrios.
Aún con eso, un puñado de vecinos sacó la casta costeña y tomó sin más armas que su coraje e indignación, aquel crucero. Y la respuesta del municipio fue la violencia. Y la indiferencia, porque a casi un mes de aquél desaguisado –que no pasó a mayores gracias al criterio paisa que padecemos- el agua sigue sin llegar a nuestros hogares.
En tanto, nuestro alcalde baila con quinceañeras, se pelea con la secretaria federal de turismo, acusa al presidente Calderón de sabotear al puerto –ya no le cuidaría la silla-, disiente con el gobernador respecto a los presidenciables de “la izquierda” para el 2012 y se prepara para acceder a una senaduría de la mano de Peña Nieto. Y no tenemos agua.
¿Qué hacemos con nuestro alcalde? es una pregunta difícil porque a pesar de que  Acapulco le respondió con un rotundo No a sus aspiraciones a ser gobernador él sigue sin querer entender que primero debe resolver nuestros problemas expedita y eficazmente. Menos ahora que su partido obtuvo sendas victorias en las elecciones pasadas y con las cuales él se siente muy fortalecido y con un pie en el Senado.
A un mes sin agua, creo que no nos queda de otra que salir a las calles a protestar y, en su momento, no votar por nuestro aún alcalde ni por su partido, pues esto debe ser parejo: si él no han querido entender que debe resolver inmediatamente los problemas de nuestra ciudad, nosotros no estamos dispuestos a soportarlo nuevamente en el poder.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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