viernes, 30 de septiembre de 2011

Encuentro de Escritores Guerrerenses


Yo, ciudadano
Encuentro de Escritores Guerrerenses
Gustavo Martínez Castellanos

El miércoles 28, Federico Campbell -quien vive en el D. F. y recibe el Yo, ciudadano vía e-mail- me envió una invitación a asistir al Encuentro de Escritores Guerrerenses. De esa forma tangencial fue como me enteré de que en Guerrero habría un evento estatal literario pero al que sólo podría asistir como comparsa porque la inscripción de ponencias se había cerrado el 20 de septiembre. Una semana atrás.
Después de buscar otra manera de participar y de no hallarla, llamaron mi atención ciertos aspectos del evento que se me hicieron repetidos; así, decidí analizar su entorno.
Dicho encuentro fue “organizado” por un grupo de jóvenes chipancinguenses cuyo representante hizo referencia al mismo en una entrevista que le publicó El Sur ese mismo 28; en ella se quejó de que el gobierno no los apoya, después invitó a todo mundo a asistir. Pero en ningún medio había sido publicada la convocatoria.
En la web, apareció en un solo blog, cuyo titular -un reportero acapulqueño que hace poemas- coincidentemente también será expositor. En otro, “El tapanco”, fue subido hasta el día 27 con el programa, el temario y sus expositores: los mismos sujetos que hacen en Acapulco los encuentros de escritores jóvenes y de escritores del Pacífico.
La ausencia de publicación de la convocatoria y la presencia exclusiva de esos individuos da cuenta de que en todo esto hubo plan con maña. Muchísima maña.
Pues al no publicar la convocatoria nadie, salvo ellos, pudo registrar ponencia alguna.
De esa forma vuelven privado el encuentro y si lo llenan con sus compinches lo publicitarán como un éxito; y si no juntan mucho público, se quejarán de que el gobierno no los apoyó y de que fueron discriminados. Como usan recursos públicos reciben aval oficial y valor curricular; así, con ambos, podrán exigir más recursos públicos: becas y publicación de obra. De esa forma cierran el círculo que les permitirá medrar en el área durante mucho tiempo. Quienes dirigen el círculo deciden sin intermediación quién sí y quién no recibe beneficios. Quienes estén dentro y no se alineen siempre podrán ser expulsados y quienes desde afuera los critiquen, recibirán golpeteo de parte de todos.
Así, estos jóvenes “escritores” reproducen los peores y más anquilosados esquemas políticos. El suyo, aparte de discriminatorio, viola no sólo los derechos de otros escritores sino los de todo un pueblo que también tiene derecho a acceder a servicios culturales, a capacitación y a apoyo para poder expresarse con las técnicas y en los canales debidos. Nunca podrán, porque los gobiernos prefieren apoyar la torcida praxis de estos grupúsculos.
Añorve, en Acapulco, hasta les pagó hoteles y bebidas. Ahora, en Chilpancingo, el gobierno de Ángel Aguirre, a través del IGC, les facilitó el Palacio de la Cultura. Tal vez el gobernador, con todos los problemas que tiene que atender, no esté al tanto de estos yerros de su directora de Cultura. En cambio, es inconcebible que ella no se percate de las reales intenciones de estos cultureros ni de que con ellas exhibe al gobierno de Ángel Aguirre como discriminatorio y antidemocrático. Si Alejandra Frausto ha decidido admitir que una de sus colaboradoras implante en el estado sus sucios esquemas, debe saber que ya los sufrimos en Acapulco y que no funcionaron más que para exhibir el grado de corrupción y cinismo de quienes los alentaron. Aún puede mantener limpia la imagen de este gobierno. Sólo tiene que sacar de su equipo a la manzana podrida. Ella sabe bien quién es.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

martes, 27 de septiembre de 2011

Leñero “el gran albañil literario de México”


Yo, ciudadano
Leñero “el gran albañil literario de México”
Gustavo Martínez Castellanos

Pieza a pieza, Vicente Leñero construyó un edifico literario en medio de ese otro boom que fue la subsiguiente detonación del urbanismo en México; ya no la de los caudillos en cadillacs sino la de sus descendientes que encontraron en el partido hegemónico de México el ámbito político económico perfecto para ascender en ambas esferas sobre una subclase que les construía cada vez edificios más lujosos y elevados.
De Los albañiles a El evangelio de Lucas Gavilán ese espacio literario describe no los sucedáneos del urbanismo sino la fragua de la que surge: cada  edificio encierra una historia de engaño e intriga, de explotación y muerte que, amén de establecer un nexo entre lo moral, lo social y lo policiaco, se vuelve el descriptivo de una zona aún intocada por el análisis de lo que bien podría ser un género: lo subyacente urbanístico. Visto así, no es el espacio burgués o investigativo el que referencia Leñero; es la profunda e ignorada cultura del constructor anónimo que desde los inicios de la civilización ha levantado grandes ciudades y termina viviendo exento de sus comodidades y avances. El albañil: remanente del esclavismo; fósil viviente del proletariado clásico. Leñero, sin embargo, dice más. Aparte de trastocar la relación campesino pobre-futuro citadino viejo, cínico, miserable e ingenuo despojado de su identidad; establece una incursión en el efecto-causa de la culpa y nos entrega una postura arcaica de la visión de un orden religioso en su vertiente urbana.
Así, en El evangelio de Lucas Gavilán toma la relación urbanismo-hipérbole y añade lo místico. La ciudad y sus excesos como caldo de cultivo para la aparición de mesías. El anclaje histórico literario (el libro religioso como acto verbal literalizado) marca al autor una pauta indisoluble: de todos los mensajes divinos: éste. Y en ese molde vuelca su visión, su analogía: la ciudad México es la Jerusalem de la primera  mitad del siglo I; con su templo que Salomón construyó- como epicentro político, económico y religioso del mundo judeaico, cuyas resonancias –contenidas en los libros sagrados hebreos- abarcan Egipto y Persia; todo bajo la férula romana. La actualidad del texto de Leñero, así,  reproduce a la ciudad de México como epicentro de un país; cuyas resonancias del culto Guadalupano –y su templo: La Villa- llegan hasta Sudamérica; todo bajo el dominio de los EE UU. En el corazón de ambas zona predicarán, allá Jesucristo de Nazareth; aquí, Jesucristo Gómez, humilde albañil nacido un 24 de diciembre entre prostitutas y chamacos en una miserable vecindad de la colonia obrera de la ciudad de México. Desde ahí tratará de erigir el reino de la conciencia que libere al hombre de su carga de maldad inherente. No podrá. La ciudad será más grande que él y su verdad. Por ello, su elegía esconderá terribles resonancias.
La de Leñero es una visión que abarca no sólo lo ético según una moral sino que es puente que une –y separa- a los Evangelios de ésa otra filosofía traicionada: el marxismo. Ése puente es un espacio intelectual que Leñero ha construido libro a libro, con la maestría de un arquitecto y  la fe de un albañil que une trabes y tabiques. Una fe de concreto armado.
El reconocimiento otorgado a Leñero hasta ahora, es un acto de justicia apenas a tiempo y que podría proponer, desde el ángulo aquí expuesto, una admonición: la de hoy ya no es la ciudad de México que Leñero retrató ni la que los juveniles pasos de los personajes de José Agustín agotaron. El de ahora, ya es otro urbanismo. O tal vez, ya no lo sea.
Felicidades.
Nos leemos en la crónica: gustavomcastellanos@gmail.com

domingo, 25 de septiembre de 2011

Profesores III, un diálogo II


Yo, ciudadano
Profesores III, un diálogo II
Gustavo Martínez Castellanos

Con éste envío correspondo a la invitación al diálogo del doctor Humberto Santos. De su introducción lamento con él “las amarguras que significa educar en un contexto hostil, donde, desde el poder, la tarea de educar se mira con desprecio, porque lo que menos interesa es precisamente la tarea de ‘educar al pueblo’”. Me uno a su postura de que “la educación debiera ser la más alta prioridad en cualquier proyecto de estado y de gobierno”, pero no sólo para  “aspirar a poner un pie en el primer peldaño de la escalera del desarrollo” sino para dignificar al individuo y capacitarlo para establecer un diálogo consigo mismo y con su entorno, como mi primer texto lo expone. El aspecto político-administrativo de la educación que el doctor Santos menciona en el número 1 de su texto, pertenece a otro tipo de discusión; por ello no considero parte de este análisis sus referencias a los acuerdos signados entre el gobierno y las cúpulas magisteriales y las familias o grupos enquistados en el área que propician la matricula exacerbada desde las normales privadas.
Con referencia a su punto número 2 en el que cita que “en Guerrero (…) una de las demandas recurrentes en los movimientos magisteriales ha sido el respeto a los derechos humanos y en contra de la violencia instrumentada por el estado para el ejercicio de las libertades públicas”, debo aclarar que ésas demandas no sólo son magisteriales sino de toda la sociedad suriana; en su pregunta: “¿Cómo llamar al deber ahora a los profesores cuando permanentemente se les ha utilizado para las campañas políticas en tareas que nada tienen que ver con la educación?”, tiene la respuesta: los profesores están en todo, menos en lo suyo, que es la educación y su constante capacitación para mejorar su desempeño.
De su punto 3 “La primera obligación del Estado es garantizar la seguridad de sus ciudadanos, de tal manera que si se pierde esa capacidad el estado no está cumpliendo con los fines a partir de los cuales se establece el pacto social”, debo aclarar que la primera tarea del estado es otorgar garantías de cuyo la seguridad y la educación son sólo algunas. Y con referencia a que hago “una interpretación muy apretada” cuando digo “los profesores son víctimas porque tienen dinero cada quincena, porque cuando ostentan sus autos, sus vicios y sus malas costumbres patentizan que ganan bien” el doctor Santos olvida el hecho inobjetable de que nadie secuestra o le cobra derecho de piso a quien no tiene dinero ni lo ostenta. Las referencias a Elba Esther Gordillo, los congresistas y los “aviadores” no tienen cabida en esta discusión porque se alejan del hecho que mi primer texto expone: el servicio que el magisterio, en las aulas o en sus plantones, tiene que hacer en favor de la sociedad. Y que yo prefiero que lo hagan en las aulas. Que es el lugar por excelencia del magisterio.
Es un infortunio que a veces, cuando discutimos un tema, nos alejemos de su centro y terminemos tratando sus concomitancias. No sus particularidades.
El tema de la educación en México nos da una muestra de eso: solemos tratarlo desde un ángulo cargado de romanticismo y, a veces, lo revestimos de un halo de sacralidad: “la educación, la única oportunidad de sacar adelante al país”. De ahí, a que veamos en el profesor al sujeto investido de una áurea santa para realizar esa tarea, y en el magisterio al ejército impoluto que lo apoyará en ella, sólo hay un paso.
Esa postura nos hace olvidar las cosas que son ciertas de la educación: por ejemplo, que es un derecho –una garantía, otra- que debe otorgar el Estado. Que para ello debe contratar sólo a profesionistas debidamente preparados; y que, a través de ella, el Estado reproduce una visión de sí mismo y de la forma en que concibe otros aspectos de la vida nacional: entre ellos, una parte del desarrollo. Otras partes son la convivencia social armónica y la conservación de un orden social específico.
De todo ello, no es difícil concluir lo siguiente: si dar educación es una obligación del Estado y para ello contrata profesionistas, éstos son sus empleados. Esa condición del profesor, la de ser burócrata, no ingresa en la concepción romántica del magisterio en las discusiones al respecto. Por poner un ejemplo, cuando otros burócratas, digamos, los policías, se ponen en huelga o hacen plantones la gente no reacciona igual que cuando el maestro lo hace. Pero ambos son burócratas y, como tales, tienen muchas similitudes.
Otro aspecto que escapa a esa concepción de la educación es que ésta se encuentra regulada acorde a los intereses del Estado que la otorga; desde ese ángulo, el profesor es un reproductor de la estructura y de la visión de sí mismo del Estado. Es otro enajenador.
Cuando los policías se ponen en huelga, nadie simpatiza con ellos porque a decir de sus detractores, éstos son parte del aparato de control del Estado y, sin embargo, olvidan que los maestros son parte de ese mismo aparato sólo que en un nivel más sutil –y profundo- el de la ideología y la cultura: el de la educación.
Lo que es más importante aún: el profesor y la educación ejercen en una de las zonas más sensibles y delicadas del tejido social: los niños y los jóvenes. Todos pasamos por un aula. Todos, “si sabemos leer esto es gracias a un maestro”. ¿O no? Gracias mil por ello.
Una vez vistos el profesor y su ámbito -el magisterio- como son, es decir, como una de las garantías que señala el doctor Santos, puedo retomar mi decir anterior: “El servicio educativo que (los profesores) nos deben como sociedad desde las aulas lo están prestando ahora en las calles: su protesta es por todos; ahora que los más vulnerables son ellos. Y he aquí la réplica de nosotros como sociedad: la violencia que padecen los maestros en sus centros de trabajo tiene su base en la forma en la que están organizados, en la forma en que laboran y en el enorme pedazo de presupuesto que juntos se llevan de las arcas públicas”.
El magisterio, aparte de ser educador es un filtro: forma para la vida en sociedad y detecta las anomalías sociales en su más prístino nivel: la niñez y la juventud. El olvido de esa parte de su tarea explica en buena medida la proliferación de jóvenes delincuentes y de otras anomalías sociales. Ni como burócratas, ni como agremiados, ni como ciudadanos los profesores detectaron ese peligroso entorno a tiempo, ni lo consignaron. O posiblemente si lo hicieron pero el Estado –su patrón- no les hizo caso; y entonces le dieron la espalda al problema. No se organizaron para atacarlo por otro lado ni dieron la voz de alarma en los medios o en las reuniones de padres. Sin embargo, ahora sí se organizan para protestar.
Y siempre se organizan para cobrar la quincena, para el jueves pozolero, para las fiestas, para obstaculizarse entre ellos y para apoyar a candidatos y funcionarios. Lamento contradecir al doctor Santos pero en la búsqueda de su provecho propio al profesor guerrerense no lo coacciona nadie. Por ello, que ahora tomen las calles resulta inmoral porque piden sólo por ellos algo que ellos no fueron capaces de otorgar y que, además, ni la federación ha podido garantizar a Guerrero ni al país: seguridad. En estos tiempos.
Aún con eso, creo que de esta coyuntura, el magisterio puede salir fortalecido; sólo si analiza su verdadero y profundo ser y papel social y si, dentro de su organización, asume la exigencia de una revisión eminentemente ética que lo revalore y lo fortalezca. Si los profesores no realizan estos cambios ¿quién lo hará? Creo que doctor Santos coincidirá conmigo cuando digo que, en el futuro cercano, al menos el Estado, no.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
Saludos a Robespierre Benicio a quien no tengo el placer de conocer pero que publicó en su espacio mi envío anterior. Espero que también publique éste. Vale.

José Agustín: “forever young”


Yo, ciudadano
José Agustín: “forever young”
Gustavo Martínez Castellanos


Congratularse por el reconocimiento que Bellas Artes hizo José Agustín es congratularse por una literatura, un autor. Una visión. Con sus altas y bajas; la literatura mexicana expresa un claro devenir: después de la revolución, la etapa de consolidación del estado mexicano a través de una burguesía inédita, tiene como referente una literatura eminentemente urbana. Producto de ese proceso, podemos decir que la de la Onda es la literatura que, a su vez, expresa un sentir más apegado a la forma de concebirse por el grupo dominante; sólo que en una vertiente innovadora: a través de sus “chavos”.
Incipientes escritores de aquel momento son el producto también de aquél proceso, de aquella clase (no confundir el fenómeno de consumo con el de producción: actualmente los chavos producen mucho pero no tienen aquella resonancia), de aquel enclave mundial que ya anunciaba la Primavera de Praga y el Mayo Francés, pero que no podía negar su deuda histórica con la segunda guerra mundial, la extrapolación del Positivismo y el traslado del emisor de valores universales: de una Europa destrozada, a la férula norteamericana de grandes bandas, consumismo y rebeldes sin causa confrontados con la moral cuáquera que descendió intocada del Mayflower y que vigilaba desde Washington el desarrollo de un país que desde el siglo anterior había declarado que el mundo no le bastaba.
Sí, la de la Onda es una literatura ya globalizada, quinta columna confrontada a las demás expresiones literarias. No en vano su ascenso se enlaza con el descenso de una visión nacionalista local y carece de visión universalista y ética. Desde ese ángulo, la literatura de la Onda fue un estancamiento en andas de sus avances: los chavos leían sin que sus padres o sus maestros los obligaran; se reconocieron en aquellas voces y emularon a sus personajes que a su manera le decían al mundo “yo sólo quiero bailar el roncarol”, se peinaban de rayita al lado y usaban pantalones de tubo para no ser confundidos con otra expresión nuestra y, aunque ajena, igual de explosiva: el pachuco. El escapismo sobre los ámbitos indígena, campesino y obrero que quedaron fuera de sus márgenes de referencia. O de su visión. Al igual que el comunismo que por aquellos años marcaba su total descenso.
La onda era ser chavo, urbano y “rebeco”, sin más conciencia que la interior, como se deduce de esta declaración que se atribuye a José Agustín: “Me daba penar estar en el bote por posesión de mariguana mientras a otros los habían entambado por lo del movimiento estudiantil” que, después de leer sus libros, resulta tan hiperbólica como esta otra: “Nunca leí a los clásicos, aprendí a leer con cómics”.
Si a los rebeldes de los seminarios y de las universidades virreynales les debemos una visión propia; si a las instituciones postindependentistas les debemos una postura republicana, los Institutos Literarios y la búsqueda de nuestras raíces; si a la Revolución le debemos el urbanismo, la UNAM y un ascenso al universalismo, ¿qué podemos decir que le debemos a la literatura de la Onda?: para quienes leen, la rebeldía existencial, el hallazgo de una individualidad. Su encuentro con la otredad que inevitablemente cada uno es. Y la sensación de que aunque sea en nuestros textos estamos condenados a no envejecer. Léase a José Agustín y véase su influencia en Leñero, el gran albañil literario de México, en la premiación: siguen siendo “chavos”. Felicidades.
Nos leemos en la crónica: gustavomcastellanos@gmail.com

Profesores, un diálogo


Yo, ciudadano
Profesores, un diálogo
Gustavo Martínez Castellanos
Las opiniones que envío a algunos remitentes casi siempre concitan el diálogo. En el caso de mi último texto, Profesores, llegaron a mi bandeja de entrada muchas felicitaciones por “el retrato tan certero del magisterio local” y también denuncias como la de la maestras Bello, quien está atendiendo a niños que fueron abandonados por sus profesores; o la de la maestra Guinto que señala que muchos maestros “fueron a México a comprar el título”. Me gustaría reproducirlos todos, pero no puedo; por ello, con mi gratitud ofrezco una disculpa a mis remitentes por reproducir sólo uno de los tantos textos que recibí, y que considero que aporta una visión más extensa y profunda del problema magisterial. Quiero agradecer a su autor, el Doctor en Pedagogía, Humberto Santos, por haber respondido afirmativamente a mi súplica de permitirme reproducir su amable envío  a este espacio.
“Estimado señor Gustavo Martínez Castellanos:
En alguna parte, Mario Benedetti dice:
"Hay dos formas de crear conciencia política:
Una es por el hambre, la otra es por la educación..."
“Mi referencia se debe, a que mi formación y mi trabajo de varios años como educador guerrerense, me obligan a hacer algunas precisiones con relación a lo que usted escribe sobre los profesores. Mi propia experiencia de aprendizaje vivencial me ha enseñado a entender las amarguras que significan educar en un contexto sumamente hostil, donde, desde el poder, la tarea de educar se mira con desprecio, porque lo que menos interesa es precisamente la tarea de "educar al pueblo". Por eso, el tema de la educación debiera ser el de la más alta prioridad en cualquier proyecto de estado y de gobierno, toda vez que, sin educación integral no tenemos ninguna posibilidad de aspirar a poner un pie en el primer peldaño de la escalera del desarrollo entendido éste desde una perspectiva propia y no como dogmáticamente lo asumen los tecnócratas neoliberales -fieles reproductores de las recetas del llamado "consenso de Washington"-, o peor aún, la forma en que nuestros administradores locales manejan la economía del estado que terminan reproduciendo lo que no son capaces de entender. No es este el espacio para intercambiar ideas sobre esta cuestión, porque, por ahora, sólo me preocupan los juicios que usted se permite suscribir acerca de los profesores y sobre un tema que, si bien no es exclusivo de Guerrero, la evidencia demuestra, que es aquí donde más nos lastima.
“En esa tesitura y sin otra finalidad que buscar espacios de diálogo que nos permitan entender de la mejor manera posible los problemas que vivimos, me permito hacerle llegar los siguientes comentarios, muy breves porque le reitero, no es posible, mantener por esta vía, un intercambio más amplio;
“1. Desde 1993, cuando se firmó el llamado Acuerdo para la Modernización de la Educación Básica y Normal, quedaba claro que la prioridad no era la calidad educativa -entendida como formación integral del sujeto y no como el eficientismo que ahora se conceptualiza en la llamada ACE-, y ese acuerdo contribuyó a acelerar el proceso a través del cual, la profesión de educador -de profesor, si se quiere-, se concibiera como "una simple chamba". Le doy una evidencia: a partir de entonces, en Guerrero crecieron de manera impresionante las escuelas privadas que se dedicaron a la formación de maestros, es decir, la educación pasaba a ser una mercancía más, y ya no importaba que el profesor se formara con valores para entender la función pedagógica de educar, sino que las escuelas normales y las formadoras de docentes pasaron a ser una especie de "agencia de colocaciones." Según los datos que tengo, somos el estado con más escuelas normales en el país: 9 públicas y 18 privadas, y hasta hace dos años, una sola escuela privada de Acapulco tenía la misma matrícula que todas las nueve normales públicas. Por supuesto, es impensable que eso pudiera existir si no fuera por las complicidades del poder público.
“2. En Guerrero, lo que más se produce son profesores y abogados. Paradójicamente, los problemas que son el obstáculo más grande para el desarrollo, son: el rezago educativo y la violación a los derechos humanos. Por eso su aseveración de que los profesores habían permanecido indiferentes a la violencia "hasta que les tocó", no es tan cierta. Si usted recuerda, una de las demandas recurrentes en los movimientos magisteriales ha sido precisamente el respeto a los derechos humanos y en contra de la violencia instrumentada por el estado para el ejercicio de las libertades públicas. Por supuesto, los vicios que usted menciona existen, pero lo más justo es contextualizarlos. ¿Cómo llamar al deber ahora a los profesores cuando permanentemente se les ha utilizado para las campañas políticas en tareas que nada tienen que ver con la educación democrática, sino con su negación?
“3. La primera obligación del Estado es garantizar la seguridad de sus ciudadanos, de tal manera que si se pierde esa capacidad el estado no está cumpliendo con los fines a partir de los cuales se establece el pacto social. Por eso, la afirmación de usted de que los profesores "son víctimas porque tienen dinero cada quincena, porque cuando ostentan sus autos, sus vicios y sus malas costumbres patentizan que ganan bien" me parece una interpretación muy apretada, porque no todas las maestras son Elba Esther Gordillo ni todos los profesores son senadores o diputados, o pueden tender acceso a las cuotas sindicales. Usted sabe muy bien que esa minoría privilegiada nada tiene que ver con los profesores que están en las aulas. Es casi seguro que un asesor de cualquier oficina gubernamental -director general para arriba y que normalmente son aviadores y conforman la burocracia improductiva-, gane más que cualquier profesor o investigador universitario.
“4. La exigencia de la seguridad pública es una demanda ciudadana generalizada, porque todos tenemos derecho a vivir en paz, y así como el capital extranjero exige estabilidad para invertir en el país y el estado suele comprometerse a garantizarles todo lo que se le pide, me parece que los maestros están en su derecho de pedir que se les den las condiciones mínimas para el ejercicio de su tarea de educar y, le reitero, esa es una obligación primaria del gobierno, en todos sus niveles, Se supone que para eso les pagamos, y por cierto, ellos si cobran muy bien. Si vamos a tener "un gobierno rico" y, en contraste, "un pueblo pobre", que al menos (aquél) haga la tarea que les corresponde. ¿No le parece una cuestión de elemental justicia?
“5. Por último, me parece que hay que empezar a debatir en serio el problema de la educación, porque -como alguna vez lo dijo Jesús Reyes Heroles-, "la SEP es un elefante reumático", pero esto tiene que empezar por una auténtica voluntad de atender de raíz el problema, lo cual implica que la educación sea realmente una prioridad. Espero que alguna vez se pueda abrir este debate.
“Le agradezco la oportunidad para saludarlo y poder intercambiar estas cosas con usted. Con el afecto de siempre. Humberto Santos.”
Hasta aquí el envío. Agradezco nuevamente al doctor Santos sus gentilezas y espero que mis lectores se sumen a este diálogo que nos concierne a todos.
El espacio está abierto.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

sábado, 17 de septiembre de 2011

Profesores


Yo, ciudadano
Profesores
Gustavo Martínez Castellanos

La actitud de los profesores guerrerenses trae a colación el poema de Martin Niemoller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas pero yo no dije nada porque yo no era comunista / luego vinieron por los judíos (…)” etc. Nada les preocupaba, ni la violencia desatada en sus escuelas, en sus barrios, en su ciudad, hasta que los tocó. Sin embargo, su protesta hoy, aún cuando parezca egoísta, nos entrega algo invaluable en estos momentos: una radiografía del magisterio suriano y una réplica social de nosotros mismos.

Estábamos acostumbrados a que los profesores guerrerenses dejaran solos a sus grupos por cualquier cosa: por apoyar a algún compañero caído en desgracia o en la ojeriza de algún líder o de otro grupo de profesores. Docenas de escuelas eran tomadas cada semana en Guerrero por profesores molestos con sus directores, sus inspectores o cualquier otro superior en ese bizarro escalafón que la SEG ha creado para premiar todo menos un auténtico y profesional desempeño magisterial. Estábamos acostumbrados a que los profesores hicieran pleitos y plantones por acceder a unas cuantas horas más, a otra plaza; o por pasarle la plaza al hijo (así sea ilegítimo), o porque un nuevo profesor no les caía bien. Estábamos acostumbrados a que los profesores abandonaran sus grupos para salir de la escuela a cobrar su quincena; o para no perderse el jueves pozolero. O por asistir a la gira de la Banda Macho o al último concierto de la Trevi o de la Guzmán. Nuestros profesores, con la tremenda costeñez que a veces los aplasta, nos acostumbraron a verlos ebrios o a sobre las mesas en cantinas, pozolerías o el table dance. Así, la imagen de aquel profesor que tomaba al magisterio como tal, poco a poco fue borrándose de nuestra memoria y con él la práctica pública del más puro civismo que ha vivido México: el de los maestros emergidos de una visión republicana, revolucionaria, ética y profunda; inserta en la formación de un México ansioso de acceder al conocimiento y a la modernidad. Es verdad, los tiempos cambiaron, la educación cambió. El país se ha transformado; hoy tenemos más libertades. Pero ante el conglomerado de profesores que se lleva una gran tajada del presupuesto estatal y que en días pasados ocupó un carril de la costera no podemos evitar preguntarnos: ¿habrán pensado que la violencia jamás los tocaría?, ¿que su ejemplo de libertinaje e ineficacia educativa y laboral no les iba a pasar la factura? Hoy, como en el poema de Niemoller, la violencia vino por ellos porque tarde o temprano vendría por ellos. Porque no protestaron a tiempo. El servicio educativo que nos deben como sociedad desde las aulas lo están prestando ahora en las calles: su protesta es por todos; ahora que los más vulnerables son ellos. Y he aquí la réplica de nosotros como sociedad: la violencia que padecen los maestros en sus centros de trabajo tiene su base en la forma en la que están organizados, en la forma en que laboran y en el enorme pedazo de presupuesto que juntos se llevan de las arcas públicas: son víctimas porque tienen dinero cada quincena, porque cuando ostentan sus autos, sus vicios y sus malas costumbres patentizan que ganan bien. Y porque sólo se organizan para protestar por razones políticas y económicas no para defenderse ante contingencias como ésta.

Un anuncio del PANAL habla de que en las aulas se está librando la más importante batalla contra el narcotráfico. Eso es en otros estados; en Guerrero, los profesores las han dejado vacías y, como siempre, esperarán a que otros luchen sus guerras. El buen profesor nunca deja de aprender. Todos, en Guerrero, esperamos que los profesores entiendan ya la importancia de su papel social y empiecen por librar, con sus propios medios, esta batalla.

Nos leemos en la crónica: gustavomcastellanos@gmail.com