sábado, 24 de marzo de 2012

Portocarrero en la Alianza Francesa, Acapulco

Yo, ciudadano
Portocarrero en la Alianza Francesa, Acapulco
Gustavo Martínez Castellanos

En celebración del centenario del nacimiento del pintor cubano René Portocarrero el taller de pintura de Aída Espino, organizó un homenaje en las instalaciones del Instituto Cultural Alianza Francesa en Acapulco. Dicho homenaje inició desde el momento en que Aída Espino pidió a los alumnos de su taller de pintura que a través de diversas técnicas en papel hicieran réplicas de obras del pintor caribeño y ellos se pusieron a trabajar.
No es la primera vez que Aída Espino realiza ejercicios y homenajes como éste. Ya en 2011 atestiguamos una exposición en la que sus alumnos descontextualizaron a la Mona Lisa y la insertaron en paisajes locales. Berthy Hernández fue más allá: envejeció a la Gioconda con un tino tal que recibió muchos reconocimientos del público que asistió al lobby del centro de Convenciones Copacabana. Este jueves 22, un retrato de Portocarrero a lápiz, de la autoría de Berthy, dio la bienvenida a los asistentes.
Aparte de Berthy participaron en esta exposición Isabel Reyes, Patricia Cervantes, Luis Arturo de Jesús Espíndola, Olga Espino Barros Ramírez, Laura Garduño Jiménez, Xochikoskatl Morales, Olga Pretelini Espino Barros, Beatriz Rodríguez Salgado, María Luisa Suárez Hernández y Sahara Hernández Corona quien con Berthy son alumnas de Aída desde que ella era Directora de Cultura del gobierno municipal y a quien siguieron en su periplo después de su injusta defenestración hasta que pudo instalar su taller, primero en su casa y luego en el salón de actividades artísticas del Instituto México, propiedad de su familia, donde actualmente trabajan con sus demás compañeros cada quince días.
Fiel a su convicción de que sólo proporcionando educación y alentando la creatividad de los acapulqueños es como pueden abatirse nuestros enormes rezagos, Aída expide gratuitamente sus clases de pintura e historia del arte a todo aquel que tenga deseos aprender. En esa tarea ha recibido el apoyo decidido de todos sus amigos y de la Alianza Francesa, no sólo con sus exposiciones de pintura sino también con el Concurso Nacional y Estatal de cuento “José Agustín” al que la Alianza Francesa ha apoyado durante  seis años.
Con referencia a la exposición de Portocarrero, Jean Christophe, director del Instituto Cultural Alianza Francesa, en una carta agradece a Aída Espino “por haber llevado vida, educación y cultura, durante la inauguración, a la Alianza Francesa. Me alegra  que los alumnos sean sensibilizados por la pintura y ver que aprecien, evalúen o adopten una actitud que me hace confiar en que lo que estamos haciendo va en buena dirección”.
En el nutrido grupo de amigos de Aída se encontraban Manú Dornbierer quien facilitó un Portocarrero auténtico de su colección, Pal y Lumi Kepenyes, Alberto y Diana Campillo, Patrice Stinckwich, Omega Ponce, Yolanda Durán, Eduardo Álvarez, Gloria Olivares y los jóvenes escritores Astrid Paola y Pavel Ricardo.
La entrada a la exposición es gratis. Puede ser visitada hasta el 21 de abril en los pasillos del Centro Cultural de la Alianza Francesa sita en Antón de Alaminos entrando por Cristóbal Colón, en Costa Azul.
Aparte de esta exposición Aída Espino y sus alumnos tienen preparadas siete exposiciones más este año en diversos foros. Estarán abiertas para todo público.
Felicidades a Aída y especialmente a mis alumnas Isabel Reyes y Sahara Hernández.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

viernes, 23 de marzo de 2012

Caleta, cultura.


Yo ciudadano
Acapulco, rescates: Caleta, cultura.
Gustavo Martínez Castellanos

Siempre es gratificante escuchar que un hombre como Carlos Slim quiera trabajar con la gente. Su gente. Sobre todo con la que vive y trabaja en una zona de tanta tradición como la de Caleta que encierra un universo único.
La playa (la división Caleta-Caletilla se dio cuando el general Maximino erigió su mansión en el islote y puso el puente) es corazón de esa región desde que los españoles pisaron sus arenas en el siglo XVI. Como todo punto estratégico era resguardada por un lienzo erigido en el montículo que la limita con el resto de la bahía.
Al inicio del México independiente la zona, como  otros puntos de la infraestructura colonial, fue abandonada. En el siglo XX, sin embargo, inicia su ascenso con el crecimiento de la ciudad que ya había hecho suyos los espacios que hoy conocemos como la Quebrada, Sinfonía del mar y Caleta a la que se arribaba por lancha (circunnavegando la península de las Playas) hasta que una junta de vecinos decidió abrir un camino seguro sobre la vereda que los llevaba a las playas Honda, Larga y Angosta.
En algunas fotos de 1927 ya se ven autos en los terrenos que hoy ocupan los vetustos edificios del Jai Alai y la plaza de toros; y casetas de venta de comida y refrescos en la actual glorieta de Agustín Lara. A partir de esos años, el paseo a Caleta será un ejercicio obligado tanto por locales como por turistas. Y la venta de alimentos y bebidas, así como la oferta de servicios crecerá de forma importantísima debido a que éstas serán, sobre las de la bahía, las playas representativas de Acapulco. Esa representatividad descansa en tres elementos: la mansedumbre de sus aguas; la presencia de la isla de la Roqueta (la única isla de Acapulco) y la erección de residencias de artistas mexicanos de talla mundial.
Aún en este siglo se puede tomar una lancha con fondo de cristal y escuchar a sus tripulantes contar la historia de esas consideradas mansiones. Aún se puede ver a través del fondo de cristal cómo alimentan a los peces con algún erizo destripado. Y aún se puede adquirir, en pleno viaje, un buen plato de mariscos o una refrescante dotación de cervezas.
Expertos marinos, viejos lobos de esos mares, cazadores únicos de todo tipo de mariscos, los pescadores de la zona de Caleta han hecho de ese enclave una ínsula: ahí trabajan, ahí viven. Ahí mueren. Hay muchos que iniciaron cuando sus abuelos aún bogaban en pangas de remo mientras hacían resonar caracoles para llamar a los turistas a comprarles sus artesanías. Ese conjunto de pescadores, tripulantes, vendedores, guías de turistas y buzos forman en realidad una tribu única, en una aldea única: Caleta.
Esa grey se enteró desde tres años atrás que el empresario Carlos Slim compraría el hotel Boca Chica. Exagerados como son todos los marinos mercantes -remanentes de una tradición que veía galeones desaparecer en las fauces de las bestias mitológicas del mar-,  durante todo ese tiempo en que se remodelaba esa emblemática hospedería y se le daba mantenimiento a su insigne fachada, hicieron correr el rumor de que en realidad, el hombre considerado el más rico del mundo, ya había comprado toda la ensenada y dentro de poco los echaría de sus dominios. Algunos, inclusive, después de aquella escaramuza con granadas que le dio la vuelta al mundo y de la debacle del turismo, cargaron con sus hijos y sus mujeres y se fueron. Otros, de canoa en canoa y de playa en playa, llamaron a sus pares de la bahía y de Puerto Marqués a sumar fuerzas (seguramente para formar una armada) y defender su sagrado derecho a permanecer en esas playas en las que vieron la primera luz en brazos de sus ancestros. Otros, iniciaron a exigir a los gobiernos mayor atención a la zona en materia de servicio y de seguridad, en prevención de que el gobierno permitiera en Caleta lo que estaba permitiendo en Icacos, Punta Bruja, Puerto Marqués y Revolcadero.
Hasta que su espíritu guerrero se serenó con la especie de que, el magnate había comprado varias propiedades pero que no tenía en mente hacerse de toda esa zona.
Pero cuando se dio la noticia de que se remodelaría todo el espacio geográfico conocido como Acapulco Tradicional, los temores volvieron a surgir.
Ahora, con la declaración de Carlos Slim de que desea trabajar con la gente, parece ser que por fin los resquemores han quedado atrás.
Aún quienes vivimos en Acapulco no podemos entender la agresión que estos acapulqueños presienten porque, en realidad, no nos ha interesado mucho entender su complejo universo. Caleta ha hecho florecer a sus veras hoteles, restaurantes, cantinas y estanquillos, barrios y condominios. Historias y leyendas. Todos los días, pero sobre todo, en fines de semana, no sólo atrae una cantidad exacerbada de visitantes y bañistas sino de vendedores de todo tipo que con el ejercicio de ese comercio no sólo han mantenido a sus familias por décadas, sino que han dado estudios profesionales a sus hijos y han adquirido casa para darles abrigo. Si sumamos la cantidad de prestadores de servicios y los ingresos que obtienen cada semana podremos ver que Caleta es un pequeño y abigarrado Emporio. Más aún, es un mercado casi cautivo en el que en realidad funcionan con toda libertad las leyes de la oferta y la demanda y en donde hasta ahora no existe más autoridad que imponga el orden que la palabra empeñada y la hombría de cada quien para sostenerla.
¿Cómo funciona ese delicado mecanismo sin ocasionar desavenencias ni vendettas? Muy sencillo: todos los pescadores, buzos, tripulantes, restauranteros, cantineros, hoteleros, prestadores de servicios y vendedores están emparentados entre sí. O cuando menos se conocen desde niños. Son una enorme familia. Una tribu.
Lo más significativo de todo esto es que esa tribu corresponde todo beneficio obtenido con una fe de carbonero a dos imágenes que representan una sola deidad: la virgen de Guadalupe; tanto la que ilumina el rincón de la playa desde su nicho en el ascenso hacia el hotel Boca Chica como la que ilumina las aguas, amaina las tempestades y cuida a cada pescador ya en el mar: la virgen sumergida en el islote de la Hierbabuena.
Con esa protección se sumergen en las aguas de la zona (y de zonas más lejanas) y extraen todo tipo de mariscos que más tarde venderán en sus cayucos a los turistas.
“Véngase a trabajar con nosotros. Aquí han venido a parar arquitectos, ingenieros y doctores y se han ido cuando emparejan sus finanzas” me ofreció un sobrino cuando se enteró de que yo no podía conseguir empleo. Hubiera accedido si no me hubieran aceptado como crew de los yates que cada mañana salen hasta las 30 millas a pescar dorados y pez vela. Ahí trabajé algunos meses y de ahí extraje la historia que cuento en Sundancer, novela que ganó el premio nacional de literatura Ignacio Manuel Altamirano en 2006.
Tal vez más tarde acceda aceptar la invitación, sobre todo por revivir los recuerdos de mi infancia que se han quedado en Caleta y que sé que nunca morirán.
Gente amable, bella. Buena gente nuestra la de Caleta. Tradición pura acapulqueña. Que ahora el empresario Carlos Slim piense trabajar con ella para mejorar su entorno es una noticia que hay que celebrar. Enhorabuena. (Saludos a la familia Olivares Duarte)
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
La primerísima promotora cultura de Acapulco, Aída Espino, nos invita a la exposición de pinturas de sus alumnos hoy, 22 de marzo a las 19:00 hrs en la Alianza Francesa (Antón de Alaminos y Cristóbal Colón, Costa Azul). Ahí nos vemos.

Acapulco, Rescates: Jennifer López


Yo, ciudadano
Acapulco, Rescates: Jennifer López
Gustavo Martínez Castellanos

La presencia en Acapulco de la actriz y cantante estadunidense de origen portorriqueño para filmar el video de una canción llamada Follow the leader, trae a colación algunos aspectos de la cultura local que debemos analizar.
El obligativo obedece a todo aquello que resume el evento y a una visión contrastiva que no puede soslayarse: ¿por qué escoger filmar en Acapulco?
En los videos que aficionados han subido a You tube pueden verse algunos aspectos de la filmación que dan cuenta de que relata una historia norteamericana con base en cuando menos uno de los temas de la exitosa triada sobre violencia, drogas y sexo. Además, de la carga racial que la presencia de Jennifer López le imprime ya que es llamada “la dama del Bronx”; así, cualquier video conlleva una fuerte carga identitaria o visión cultural que, en su difusión, coexistiría en un espacio eminentemente neoyorkino.
Sin embargo, si también tomamos en cuenta que J. López es latinoamericana, la filmación de su video en Acapulco se justifica por sus raíces comunes con México. Pero no con Acapulco. Pudo haber filmado en cualquier ciudad o puerto mexicanos, ¿por qué hacerlo aquí? Más aún: ¿por qué hacerlo en nuestros barrios históricos?
Las respuestas pueden ser muchas, pero la verdad sólo podría estar en dos propuestas.
Como respuesta podemos decir que Acapulco ofrece muchísimas ventajas tanto tecnológicas como de arribo y estancia para realizar cualquier proyecto cinematográfico.
Desde 1937 (a diez años de la apertura de la carretera México-Acapulco) cuando se filmó Silencio sublime (Heroic silence, USA) Acapulco ha sido set de muchas producciones nacionales e internacionales. De hecho, la mayor parte de ellas, realizadas en  lo que desde hace tiempo conocemos como Acapulco Tradicional, que desde aquel entonces ofreció la imagen de un típico puerto mexicano hasta que se construyó el muelle que robó terrenos al mar y canceló la auténtica “playa de Acapulco” que estaba en lo que hoy es el malecón.
Si observamos con atención, a reserva de la mole de cemento que es la aduana, el centro de Acapulco no ha perdido esa impronta de pueblo del interior (y de favela): calles estrechas, edificios pequeños y arquitectura vernácula (paredes gruesas, techo de teja y corredor al frente). A diferencia de otras ciudades, nuestro centro no es el centro económico de la misma. En esa zona, la más tradicional de todas por sus rasgos únicos, no se encuentra ni siquiera el centro político del puerto y, dentro de poco, tampoco quedará allí al centro espiritual local. El resto, es decir, el todo, es lo que posiblemente haya llamado la atención de los productores del video: calles cortas y caóticas, barrios apretujados, asentados sobre un plano que inicia en el mar y después trepa a las colinas que la rodean.
Estas características proporcionan la posibilidad de que cualquier persona con un poco de agilidad, saltando de azotea en azotea llegue a cualquier punto.
Y también para que una cámara, aún sin ser manejada por un experto, moviéndose para donde se mueva encuentre una atmósfera cubista en la que en una sola toma puede abarcar un conjunto de casas, con cuerpo y sus azoteas, el cableado eléctrico público que otorga una sensación de volatibilidad y calles y callejones, andadores, escaleras y pasajes varios haciendo un todo visual de alto dinamismo. Si a esta yuxtaposición de elementos y planos añadimos el colorido con el que los vecinos adornan sus paredes, techos y enrejados, la toma adquiere visos delirantes.
Pero si a este frenético ensamblaje visual, sumamos la presencia de nuestra gente, obtendremos una panorámica de viveza única.
Además, el movimiento de esa cámara obtendría dos potentes contrastes: el primero a cargo de la sensación de opresión del anfiteatro principal: el de los barrios históricos, desde la Mira hasta el cerro del Padrastro; y el del anfiteatro secundario: desde Vista Alegre hasta el cerro de los Lirios. El otro contraste es el de la sensación de libertad e infinitud: hacia el cielo o hacia la bahía. Este poderoso paisaje es único. Y es nuestro.
Cualquier historia urbana es posible de ser contada aquí con un excepcional respaldo visual y, a su vez, obtener las ventajas de ampliarla a un contexto náutico en una sola secuencia. O en un solo barrido.
La riqueza racial de Acapulco es otra de sus bondades, como ya he establecido en otros textos, aquí se encuentran todos los rasgos faciales y pigmentos de piel. Estaturas y anatomías. Acapulco, como expresión universal ha sido –insisto- desaprovechado por todos nuestros artistas, tal vez porque no hemos tenido la oportunidad de haber sido educados estéticamente de manera formal. Y también porque cuando los nativos hemos pugnado por ello, nunca han faltado mafiositos de intereses bastardos que han cancelado a Acapulco esa oportunidad, aliándose con políticos y funcionarios corruptos. Por ello, llama la atención que una figura de talla internacional como Jennifer López haya venido a filmar aquí su video. Y en estos tiempos; en que el departamento de seguridad de su país ha declarado que Acapulco es altamente inseguro. Aviso que nuevamente ahuyentó a los springbreakers.
O tal vez por eso vino J. Lo a filmar aquí; porque la historia que cuenta su video quizá trata sobre violencia y muerte. Sólo podremos saberlo hasta que veamos el video y podamos apreciar cuáles características de nuestra ciudad, tanto espaciales como sociales, atrajeron a la estrella hollywoodense.
Su selección, sin embargo, no nos exime del análisis del centro de nuestra ciudad.
¿Cuáles son sus valores? ¿Cómo nos representa? ¿Qué debemos resaltar de su historia y de su personalidad para reforzar un sentido de pertenencia e identidad que le permita ser el foco de una labor de reconstrucción del tejido social en aras de mejorar la vida de todos los acapulqueños y de todos sus visitantes?
Es en este sentido en el que dos propuestas de respuesta a las preguntas sobre el porqué Jennifer López decidió filmar en Acapulco arrojarían un atisbo de verdad.
La primera tiene que ver con la invitación que el gobierno de Aguirre le hizo, ofreciéndole, además de todas las facilidades, una jugosa remuneración, según se desprende de las declaraciones de la secretaria estatal de turismo, Graciela Báez, en el sentido de que costó mucho traer a J Lo a Acapulco. Ahora esperamos que su video no enaltezca aspectos de nuestra realidad que podrían resultar contraproducentes con un buen ejercicio turístico.
La segunda tiene que ver con otro tipo de promoción: la del Acapulco Tradicional que dentro de poco sufrirá una cirugía mayor para hacerlo más rentable (esperamos que para todos los acapulqueños y no sólo para nuestras castas político empresariales).
Estas dos “respuestas”, aún cuando poseen una enorme carga de pragmatismo no dejan de tocar el alma de lo que nuestra ciudad es. Si aún hay alguien que acceda a filmar en el Acapulco Tradicional o de invertir en él, no debe pasar por alto su enorme bagaje histórico y cultural; que, como hemos podido ver, es universalmente único y es nuestro. Lo que, además, considero, siempre poseerá mayor importancia que el uso que se le llegue a dar a cualquier polémico helicóptero.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

lunes, 5 de marzo de 2012

Acapulco, rescates


Yo, ciudadano
Acapulco, rescates
Gustavo Martínez Castellanos

La noticia de que se ha formado un comité para el rescate del Acapulco Tradicional ofrece diversas lecturas. La primera arroja que hay varios Acapulco. La segunda, que por esta vez sólo el tradicional generó un comité para ejercer un rescate. La tercera es que ese Acapulco requiere rescate.
Hay una cuarta: la que señala al hecho de que cada vez que hay un rescate en México, México pierde algo. Ahí está el FOBAPROA. Por ello, en este rescate debemos analizar qué áreas y niveles va a afectar. Y qué se va a perder.
En efecto, hay varios Acapulco. La leyenda nos entrega dos nombres: el que se deriva del códice Mendocino y el que se extrae de la tradición católica. Sin embargo, la Historia creó uno solo el siglo XVI  que se preservó sin cambios hasta el siglo XIX y que puede ser ubicado entre las calles Escudero, Lerdo de Tejada y el barrio del Rincón.
A mediados del siglo XX, ese Acapulco se extendió hasta Cinco de mayo y Calzada pie de la cuesta y, siguiendo la costa, llegó hasta Barra Vieja con el nombre de Acapulco Diamante. Tierra adentro cubrió el anfiteatro, atravesó el Veladero y se expandió por la Sabana. La primera expansión respetó las zonas comprendidas entre Mozimba y Pie de la Cuesta;  la que abraza la escénica Adolfo López Mateos, y la que encierra el cerro de la Pinzona: estos Acapulco, intocados, aún mágicos; cuyos edificios fueron el primer gran experimento turístico local, con la casa de Diego Rivera, la estación de radio inalámbrica y su biosistema intacto, forman un enorme y formidable museo.
Empero, la tradición turística a la que fue inserto el puerto creó otro Acapulco; uno al que llamó Náutico o Tradicional, zona costanera que inicia en el túnel de la avenida escénica en la plaza de la Quebrada, sube al hotel Flamingos, baja hacia Caletilla, rodea el antiguo edificio del frontón por el circuito amoroso que rodea a la plaza de toros Caletilla, sigue hacia el club de Yates llega al astillero y al parque García Moraga, recorre el Paseo del pescador, abraza a la Rotonda de los hombres ilustres, toca al malecón y recala a los pies del fuerte de San Diego. Tierra adentro, toca todo el centro y algunos barrios históricos (de del Rincón al del Piquete), el zócalo -en el perímetro comprendido desde Lerdo de Tejada hasta Escudero-; y Hornitos y Morelos hasta Costera.
Este Acapulco aún con ser la centésima parte de todo el territorio urbano, hoy tiene un comité de rescate y desde antes un “Frente de Rescate del Acapulco Tradicional” (FRAT) cuya directora o presidente, sin embargo, no fueron mencionados dentro del comité tal vez porque no fueron invitados. Sin embargo, los problemas de este Acapulco son de todos los acapulqueños. Y si concita un rescate todos debemos procurar que armonice con sus más importantes pilares: el cultural y el espiritual.
Amalgamados a la tradición, la leyenda y la historia, los habitantes de esa zona tienen una idea muy clara de sí mismos: son el corazón del corazón de Acapulco. Allende el Fuerte de San Diego, está el Acapulco de los altos edificios con aire acondicionado, extranjeras en tanga y ruidosos estudiantes gringos. Éste, en cambio, es el de los edificios históricos, el de las primeras calles. El que cada mañana cruza en una flota de yates treinta millas náuticas buscando el pez espada y el merlín, y que alberga a nuestro único astillero.
Es también el Acapulco que refulge en las páginas de la historia universal cada vez que se menciona al Galeón de Manila, a todos los gobernadores de las Filipinas y virreyes durante la Colonia, a Humbolt y a otros ilustres viajeros.
Brilla en las páginas de la historia nacional cada vez que se menciona a Morelos, a Guerrero, a Álvarez, a Juárez, a Comonfort y tantos hombres que incidieron en la formación de México y que habitaron en sus barrios y convivieron con su población.
En un nivel local, esa zona tiene una historia propia y doméstica: la mayor parte de las familias de nuestros prohombres nacieron ahí.
Por si eso no fuera suficiente, ese Acapulco –como toda ciudad de raigambre hispánica- alberga a todos los poderes: el federal, el estatal, el municipal y el eclesiástico. Es nuestro centro mercantil por excelencia, el punto cero del zócalo local al zócalo de la ciudad de México, el sitio de confluencia de todas las vías locales y de todas las rutas de transportes. Y el de todas nuestras expresiones culturales, raciales e ideológicas.
Puede ser que el acapulqueño de las periferias no viste en todo el año al Acapulco dorado o al Acapulco diamante, pero es imposible que no asista el centro de la ciudad.
En la conformación de sus calles –que no han cambiado en casi quinientos años- existe una impronta no sólo de las visiones hispánica, independentista, reformista y del siglo veinte sino también del ingenio del acapulqueño para subsistir a nuestros climas: el Abra de San Nicolás y una arquitectura particular. Netamente acapulqueña.
Sí, el centro de Acapulco es un espacio geofísico único por su diversidad y su alocada algarabía; pero hasta eso, que pudiera considerarse una ausencia de orden -característica del acapulqueño- es también un orden: es el que ha resultado de todos los rescates anteriores que han obedecido siempre a la desafortunada visión de invertir dinero sólo para obtener más dinero; pero nunca a la necesidad de erigir centros de educación, investigación, análisis y reconocimiento de lo que somos. Nunca para invertir en nuestra espiritualidad.
Es en ese sentido en el que cabe preguntar: ¿en cuánto nos va a costar el rescate? ¿Se perderán los últimos vestigios que la historia universal dejó aquí? ¿Los últimos referentes que la historia nacional aún conserva en nuestro suelo? ¿Va a desaparecer la arquitectura vernácula bajo otras visiones? ¿Va a ser el corazón de nuestra ciudad una expresión ajena?
El FRAT lleva muchos años luchando porque esa zona sea rescatada con todos sus valores, proponiendo una visión que pondere, respete y enaltezca su nivel cultural neto. A su vez, muchos acapulqueños hemos hecho propuestas que la revitalicen desde una perspectiva humana y cultural a través de la investigación y la difusión de sus valores.
Se dice que el señor Carlos Slim ya comprobó su buen juicio en este tipo de rescates al comprar buena parte de los edificios históricos del centro de la ciudad de México después de haber estudiado y analizado la zona. Que en su beneficio pidió al DDF cambios importantes en sus servicios (como el transporte público y el acceso a ciertos pasajes, callejones y calles). Por todo ello, esperamos que como presidente del comité de Rescate del Acapulco Tradicional haga lo mismo aquí y pugne por un rescate de esa zona de manera armónica con todos sus valores inherentes: los histórico sociales y los tradicionales.
Como hombre de mundo que es, esperamos que escuche las voces seculares de un puerto que aún está por descubrirse y al que el turismo le quitó la gran oportunidad de ser universal en otros niveles y perspectivas. Sobre todo las intelectuales.
Si la zona Tradicional de Acapulco necesita un rescate es porque hasta ahora los gobiernos no han deseado hacer rentables los recursos de la zona; su hondo sentido histórico, la innegable profundidad de sus tradiciones, su naturaleza de impronta humana, sus bondades geofísico climáticas. Sus valores todos. Esperamos que esta perspectiva, ahora sea tomada en cuenta. Acapulco, los miembros del comité de rescate lo saben, lo merece. 
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;