Yo ciudadano
La
tierna república de la consciencia II
Gustavo
Martínez Castellanos
La
autodefensa, en las comunidades surianas, aparece en el horizonte guerrerense a
principios de este año y del nuevo sexenio priísta. Hace 19, cuando el EZLN
irrumpía en la escena nacional y mundial, los perredistas desfilaban por la
costera con machetes desenvainados protestando contra gobiernos priístas. Hoy,
casi todo Guerrero es perredista.
En
esas dos décadas que median entre aquél enero (1994) y éste del despertar de
nuestras costas, el mundo cambió radicalmente. Sin embargo no fue así para
estas brigadas de autodefensa: no hacen uso de las redes sociales –ni e-mail ni
celulares- no piden ayuda internacional, no emiten consignas globales, ni
exigen cambios radicales. Las armas que detentan son arcaicas: piedras, palos, carabinas,
escopetas. No erigen comunidades ni se protegen en la selva –o en la sierra-; y al reconocerse “pueblos y comunidades”
rechazan su pertenencia a ciudad alguna: Acapulco, Ometepec. Tlapa.
Asumidos
a sus centros de producción –eminentemente agrícolas- abrazan la distancia
histórica que los separa de las urbes y se atan a sus raíces. Su autenticidad
edita la máxima zapatista: “el pueblo es
de quienes en él viven”. No del gobierno.
Su
independencia, así, exigiría una nueva libertad jurídica y legal que sobrepase
a la del municipio autónomo: son pueblos, comunidades. No municipios. Ni parte
de ellos.
De
esa libertad jurídica a la independencia económica y social priva sólo un paso:
ante el olvido sistemático del Estado hoy, con las armas en la mano, ha
demostrado que sólo se tienen a sí mismos y ya no esperan a que el Estado haga algo.
Vistos
de esa manera sólo los atarían a este país el nacionalismo que les inculcan en
las escuelas y la fe que bebieron en sus iglesias. Pertenencia y esperanza.
En
esa tesitura operó la visita del gobernador: llegó hasta ellos (como hace 19
años el operador de Salinas que ofreció una amnistía inmediata –e insulsa- a
los neozapatistas) pero cediendo sin ceder. Pidiendo –bajo la máscara del dar- que su actuar fuera como pedía Emiliano
Salinas en julio de 2010: “pacífico, coordinado”. A modo del gobierno.
Ellos
se negaron: “No depondremos las armas ni nos quitaremos los pasamontañas”.
El
gobernador, sin embargo, no regresó con las manos vacías: ahí se percató de que
-aún armadas- las brigadas de autodefensa no exigían nada más; el suyo no era
ni un levantamiento armado ni contra el status
quo ni contra el gobierno y sus estructuras. Y los ha dejado ser y hacer: el sistema no peligra. En
Macondo no pasa nada.
Si
hace dos décadas el ingreso de México al neoliberalismo expuso que en estados
como Chiapas las condiciones de vida de los indígenas eran infrahumanas; en el
inicio de la segunda década del siglo XXI la inseguridad ha expuesto que en
Guerrero existen zonas en las que la miseria y la injusticia han empujado a sus
pobladores a escindirse del Estado y de la Historia. A preservar su único bien
inalienable: la confianza sólo en la comunidad.
Desde
ahí -el gobierno lo sabe- pueden ampliar su influencia a través de esa zona cultural
que todos conforman: la de ser discriminados por la modernidad; y erigir un
Estado a través de sus usos y costumbres basado en la auténtica ejecución de la ley y la justicia.
Mientras
este gobierno no deje de derrochar enormes cantidades de recursos para alentar
sólo la opulencia y los fastos de los centros recreativos de lujo para
vacacionistas de alto poder adquisitivo, el Guerrero discriminado de no cejará
de exigir su derecho a ser.
Nos leemos en la
crónica gustavomcastellanos@gmail.com