Yo, ciudadano
La
tierna república de la consciencia.
Gustavo
Martínez Castellanos
Los
pueblos surianos se volvieron pragmáticos: tomaron por su cuenta y riesgo la
seguridad de sus comunidades, de sus vecinos, de sus familias y de sus bienes.
Esta
acción que redefine sus rasgos característicos es una manifestación que parece
ajena a su Historia pero que está fuertemente ligada a ella: no la rebelión, no
la violencia como forma de expresión, sino la toma de conciencia -y su praxis
inmediata- como resolutivo eficiente de su problema más apremiante: la
seguridad. La libertad en acción.
Resguardados
por ellos mismos, estos conglomerados no sólo reafirman su presencia -su ser-
sino que recuperan la certeza del concepto población
y lo redefinen en el entorno de un marco jurídico dado que enfrenta al Estado a
una paradoja: si el Estado los ataca, peca de abuso de autoridad; y si los
reconoce –o los legitima- el Estado admite que ha fallado y, con ello, se niega
a sí mismo. De cualquier forma está encajonado.
Otorgarles
el papel de “cuerpos de seguridad” le resulta contradictorio, pues con ello él mismo
contradice el principio de unicidad que ampara al ejército y a las policías,
entidades que tienen como “comandantes” “supremos” a burócratas que fungen como
figuras jurídicas. En el caso de los pobladores que se dan seguridad a sí
mismos y a sus comunidades el “comandante supremo” es la comunidad, la gente,
el pueblo.
Otra
contradicción más atenta contra la existencia de la ley: ¿a cuál obedecer tanto
en los procesos legales como en la ejecución de las penas? ¿a los reglamentos
escritos o a la voz viva del pueblo que se expresa en esos guardianes y en sus
respectivas ágoras?
Una
más ataca la condición de garante que se adjudica a sí mismo el Estado: al
declararse incompetente para dar seguridad a los pueblos no puede declararse
competente para garantizar los derechos de quienes atentan contra la seguridad
de esos pueblos. A esas alturas el Estado ya no puede promocionarse como
garante de absolutamente nada.
Es
posible observar que la fuente de esa manifestación de solvencia que evidencia
la ineficacia del Estado es la misma fuente de una expresión popular, es decir,
no es política ni ideológica: es vital, auténtica. Y por lo tanto, en un nivel
elemental, legal.
Algunos
analistas han dicho que esa fuente se alimenta de intereses ajenos a esa
autenticidad vital. Y han intentado satanizarla.
Pero
hasta el momento no se han detectado otros motores de su dinamismo que los ya
expuestos. En cambio, es importante observar que éste carece de líderes y de estructuras
definidas a la vista. Y es animada sólo por su eficacia y su contundencia a
otras regiones del estado: desde la Costa Chica hacia la Costa Grande y a la
Tierra Caliente.
Ante
la visita del Ejecutivo estatal estos guardianes populares ni lo increparon ni
le hicieron reclamos ajenos al que los motivó a empuñar un arma para darles
seguridad y garantías a sus familias y a sus vecinos. Silencio y praxis populares.
En
el entorno signado por los ecos de la primavera
árabe y de la voz de los indignados:
¿estamos ante la experiencia de ver nacer un nuevo Guerrero?
Es
posible, los partidos, los políticos y los líderes han sido rebasados. La
decepción por el gobierno y el temor nacido de la inseguridad, son grandes. Hoy,
parece ser que la conciencia popular ha sido sacudida: lo que no haga ella por
sí misma nadie lo hará. Es necesario cuidar ese tierno brote de conciencia: a
él pertenecemos todos.
Nos leemos en la
crónica gustavomcastellanos@gmail.com
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