Yo, ciudadano
IGC:
Diferencias 2
Gustavo
Martínez Castellanos
La Secretaría de
Cultura de Guerrero o Por qué el ámbito cultural oficial guerrerense nació
maldito.
Hacia 1993, cuando regresé del D. F. algunos maestros, periodistas y escritores
me preguntaban sobre la forma de publicar sus libros, y si, como periodista yo poseía
alguna cercanía con funcionarios del IGC. Mis respuestas, siempre negativas, confirmaban
su realidad de que si el gobierno no apoyaba a un egresado de la UNAM en Letras
Hispánicas -y además periodista-, a ellos, menos les harían caso. La escasa
información, la cultura en torno al IGC y otros hitos evitaban pensar que el IGC
u oficina gubernamental de cultura a una década de su creación no se ocupaba de
“eso”, sino de preparar los escenarios propicios para que el gobernador en
turno pareciera intelectual -Ruiz Massieu, su creador, aún es reconocido como tal
en algunos círculos locales-, en un pueblo cuyos grados de pobreza,
analfabetismo e ignorancia eran -y son- de antología.
Al
ganar las elecciones de gobernador en 1993 Rubén Figueroa Alcocer hizo director
del IGC a su hermano Alfredo, cuyo gusto por las más elevadas expresiones culturales
universales jamás le dejó ánimo para voltear a ver el conglomerado depauperado
que su hermano gobernaba y se rodeó no sólo de intelectuales nacionales e
internacionales sino también de nobles europeos. Al conglomerado contestatario
de aquel entonces –hoy enquistado en un ala del gobierno- como dijo Salinas: ni
lo escuchaba ni lo veía.
Aguirre
Rivero relevó a Figueroa y creó a la Filarmónica de Acapulco; sólo que no como
una instancia cultural que derramara beneficios y servicios culturales para
todos, sino como un organismo que desde hace quince años ha dado solaz y
esparcimiento a algunos sectores de Acapulco –y al resto del estado, de vez en
vez- y que no ha sido capaz de crear una cultura musical local que redunde no
en escuelas de clasistas o romanticistas, concretistas o minimalistas
(wagnerianos o verdinianos), sino, cuando menos en una visión propia de nuestra
música. O una estación de radio o de televisión que nos permita, fuera del Juan
Ruiz y del festival localista, apreciar ese arte y su manifestación estatal. En
cambio, durante algún tiempo sostuvo una escuela privada dentro de otra escuela
privada –la Universidad Americana- a la que asistían sólo aquellos que podían
pagar las colegiaturas.
René
Juárez dejó todo en manos de una ballerina y de su tortuoso marido, de cuyos
nombres quizá nadie quiera acordarse. Zeferino Torreblanca leyó adecuadamente esa
espiral descendente, no se quebró la cabeza y dejó al IGC en manos de sus
secretarias. Durante su sexenio -hasta el regreso de Aguirre-, la cultura fue altamente
democrática: nada para todos. Y aquellos maestros y periodistas vieron anquilosarse
sus manuscritos, sin apoyos para salir a la luz. Condenado al olvido, ese
conocimiento, hoy está perdido.
A
contrapelo, López Rosas y Félix Salgado le dieron vida a un grupito de chamacos
altamente hedónico, buenos para el
alcohol y el desmadre, que se pronunciaban sin cansancio por lo dionisiaco
y en cuya bacanal se mostraron siempre dispuestos a inclinarse ante quien fuera
que les soltara las riendas –y los recursos- del nicho cultural. Como éste crecía
y se veía que dejaba buenos dividendos económicos y políticos, esos alcaldes,
según su grado cultural e intelectual les soltaron ése nicho. Aguirre, empero, en
un inusitado acto de contradicción a todas visas político cerró el círculo
maldito dejando todo, además, en manos de agentes ajenos a Guerrero, su
historia, su gente y su cultura.
www.culturacapulco.com; culturacapulco.blogspot.com.mx
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