Yo, ciudadano
La anulación: respeto
Gustavo Martínez
Castellanos
Aunque algunos analistas ven de
forma sencilla el resultado de las elecciones: “todos hicieron trampa, ganó el
mejor” (es decir, el más tramposo), lo que está en juego con la anulación no es
nada más el cargo de presidente de la República, sino el tipo de poder que regirá a
México durante seis años, el prestigio de quien representa ese poder y el del
país ante las demás naciones.
La resonancia que ello tiene no
priva sólo en el aspecto de la imagen de México sino en lo que su representatividad
puede alcanzar: relaciones sólidas entre pares o de desventaja, por una parte;
por otra, la estabilidad interna que se encuentra amenazada por factores tanto
internos como externos. En el caso de los externos están las movilizaciones que
grupos de disidencia iniciaron en diferentes partes del mundo y que terminaron
con el derrocamiento de sus respectivos regímenes; las que continuaron en
movimientos violentos y que han dejado una lamentable estela de sangre y muerte
como en Siria. Otras, que no tienen fecha de caducidad porque se cifran en el
rechazo al sistema político económico que los ha empujado al desempleo, la
depauperización e inamovilidad social. En ese rubro se encuentra el análisis
que la prensa extranjera que calificado a estos comicios de desaseados y al
candidato ganador como producto de los massmedia
e inculto.
En lo interno, un grupo de jóvenes
que no deja de protestar y una sociedad que si bien no los apoya, no los
reprueba como antaño cuando a la par con los medios de comunicación bajo la
férula del gobierno hasta justificaba los excesos de ese partido hoy “ganador”;
Otros aspectos de ese clima de
rechazo se encuentran en la postura de un nutrido grupo de intelectuales, artistas
y cantantes de talla internacional y de un importante grupo de medios de
comunicación no alienados ni alineados. Uno más en la aceptación del IFE al
proyecto de impugnación del Movimiento Ciudadano y su respuesta al acceder al
recuento. Una más, en la declaración tanto del PAN como del presidente Felipe
Calderón de que las elecciones no fueron limpias y, otra, cifrada en el hecho
de que el partido “ganador” no ha festejado su triunfo después de dos sexenios fuera
del poder. Sin embargo, la manifestación más contundente ha sido la del grupo
de ciudadanos víctimas de fraude con las tarjetas Soriana cuyas alternantes
exigen una investigación por posible lavado de dinero.
Nada de esto tendría razón de ser si
detrás de estas elecciones no se hubieran dado tantas irregularidades como las
que la prensa no alienada ni alineada ha consignado: rebase de los topes a los
recursos de campaña, adelanto de inicio de campaña, encuestas amañadas, compra
de votos, desaparición de votos al Movimiento Ciudadano en diferentes casillas,
traslado de esos votos a favor del PRI, desaparición de urnas, confusión en las
boletas y en la ubicación de las casillas, entre muchos otros.
Visto así, pedir la anulación de
estos comicios no sólo es un recurso del que el candidato de las izquierdas puede
echar mano, sino una obligación patriótica. Alguien tiene que decirle al mundo
que México no es un país tramposo. Y que no porque un partido haga trampa y se
preste a fraudes, componendas, transas y cochupos todos los mexicanos somos
así. A través de la petición de anulación de las elecciones, México se otorga respeto
a sí mismo y la oportunidad de poder exigirlo a los demás países del orbe en
cualquier momento en caso de que el TRIFE se incline por el partido “ganador”.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
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