Yo, ciudadano
Sonidos
de Acapulco
Gustavo
Martínez Castellanos
¿A
qué suena una ciudad? La pregunta podría parecer ociosa si tomamos en cuenta
que el nombre “ciudad” resume un universo humano urbanizado y altamente
mecanizado, inserto en el tráfago de una vida muy dinámica marcada por los
ciclos de producción ya industriales, ya tecnológicos, ya mercantiles; o todos
al mismo tiempo.
Acapulco
sólo podría caer en el tercer rubro y únicamente en el sector servicios:
vendemos atención al cliente y satisfactores que redunden en su diversión, su
relajación y el uso lúdico de su tiempo de ocio.
Sin
embargo, parece ser que la diversión sólo tiene cabida en ámbitos altamente
sonoros en los que la reproducción de música eminentemente tecnologizada sólo
puede ser consumida a excesivos decibeles. Y el uso lúdico del tiempo de ocio
–actividades que ocupan el tiempo no productivo de la gente- en nuestra ciudad
ha tomado un rumbo que parece no tener vuelta atrás: desde la discotheque hasta
los restaurantes, pasando por las salas de cine y las de nuestras casas, el
consumo del sonido es a un muy alto volumen.
Esta
característica puede constatarse cualquier noche en cualquier punto de la
costera. Sobre todo en aquellos donde la aglomeración de personas sea alta: por
poner un ejemplo la franja comprendida por la banqueta que enmarca la playa
Condesa.
En
este enclave la ciudad y los acapulqueños hemos perdido, aparte de los accesos
al mar y el paisaje, el silencio. Una competencia inaudita de músicas se desata
en cuanto el sol declina. Su estridencia ha dado pie a reclamos y litigios pero
no hay autoridad que valga ante poder desmedido de los dueños de esos
establecimientos de diversión.
Otro
punto de alto voltaje auditivo es el Asta Bandera, pero no porque se celebre o
conmemoren las hazañas de aquellos que nos dieron patria sino porque ahí se
reúnen cada noche noctámbulos de toda laya que festejan el simple hecho de
estar vivos con músicas a gran volumen y libaciones de no menor calado.
Uno
más es el mirador que se encuentra inmediatamente después de la Base naval
militar, hacia las Brisas, con su réplica exacta en el mirador que se encuentra
inmediatamente bajando del punto más alto de esa vía.
En
otros puntos ajenos a la costera el volumen de las músicas también alcanza
niveles olímpicos, por ejemplo Sinfonía del Mar y la plazoleta de la Quebrada
que ha revivido después del periodo de violencia que vivió el país.
Pero
la estridencia musical no sólo es privativa de la geografía estática del puerto,
también tiene un nicho en los vehículos que lo trazan a cualquier hora del día,
de la noche o de la madrugada. En la Costera, en Cuauhtémoc y en la Ruiz
Cortines corre a cargo de los camiones urbanos desde las cinco de la mañana
hasta las once de la noche; y en el ínterin por carros de particulares y, en
ocasiones, por motonetas que también han adoptado la modalidad de portar
enormes bocinas para reproducir música a altísimo volumen.
Sin
ser una ciudad industrial Acapulco es una ciudad muy ruidosa. Nuestra idea de
proporcionar esparcimiento y relajación es muy rara y tal vez incida en
nuestros niveles de captación turística.
Creo que es tiempo de pensar en eso.
Nos leemos en la
crónica gustavomcastellanos@gmail.com; www.culturacapulco.com; http://culturacapulco.blogspot.mx/
Actividades en
la Alianza Francesa: Presentación de libros y cine este 2 de julio; exposición pictórica
“La negritud” todo el mes e inicio de Cursos de verano.
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