Yo, ciudadano
Sonidos
de Acapulco II
Gustavo
Martínez Castellanos
El
“sonido” mató a la orquesta y al grupo musical en los setenta. La discoteque
(hoy “antro” sólo para que los jóvenes se den vuelos de perdularios
imaginándose entre prostitutas de la época de oro del cine nacional, pero
miedosos de los narcos de nuestra sangrienta realidad) emergió como una forma
de conectarnos con el mundo norteamericano ya en pleno vuelo tecnologisista
derivado de los avances técnicos aplicados a sus naves en la guerra de Vietnam
y en la conquista del espacio y de los avances en materia de diversión:
etiología y estupefacientes.
Sumiso
al corredor cultural que conformaba el puente San Francisco - Acapulco (todo
costa oeste) en aquellos años era más fácil encontrar avances en acústica
musical en cualquier changarro de la costera que en todo el país. Hoy, hasta
esa ventaja nos ha sido arrebatada.
Nietos
de aquellos disc jockers que hicieron contorsionarse a varias generaciones de
acapulqueños los urbaneros de hoy aparte de sembrar de cadáveres y heridos
nuestras calles van dejando un reguero de músicas bizarras (desde José José
hasta el último regeatton o narcorrido) por la ciudad.
Los
antiguos cantarrecios que con guitarra en ristre y repertorio en pecho pedían
permiso para externar sus sinsabores, sus desamores y sus “calores” en ritmos
campiranos o rabiosamente bolerísticos fueron desapareciendo de la escena
local.
Ya
ni en Caleta se encuentran tríos (conjunto formado por tres instrumentos de
cuerda y tres voces, no hay que pensar mal) y, si acaso, los trashumantes de la
redova y del bolero acaso se dejan ver en un restaurante o mercado no falta el
envidioso que le sube a su estéreo hoy modernamente alimentado desde un lector
mp3 o desde su celular.
Acapulco
ya no suena a voces humanas, a cuerdas, ni a trompetas. El mariachi, aparte de
caro, ya no accede con facilidad a salir de los enclaves en los que se siente
seguro: clientes conocidos y dentro del anfiteatro.
Hace
unos días, subí a un camión y un triste y solitario anciano, gris como su
cansada guitarra interpretó con voz cascada e inaudible viejas canciones que
por momentos consiguieron armonizar con el run run del viejo motor del autobús.
La audiencia, conformada casi por personas de más de medio siglo, callada y atenta
miraba al vacío mientras el espiral de notas incautadas al ambiente acariciaba
con mirada triste todos nuestros recuerdos. Florecieron los antiguos lotes
baldíos; renacieron los barrios hoy arrasados por herrerías de resguardo y
puertas claveteadas de seguridad; regresaron los amigos idos y aquellas niñas a
cuyas manos recibimos la primera carta de amor escondida en un libro o un
cuaderno escolar.
Pero
todo desapareció cuando otro urbano nos rebasó con su estridente bum bum de
discoteque.
¿A
qué otras cosas que añoramos ya no suena Acapulco?
Habrá
que vivirlo para saberlo.
Nos leemos en la
crónica. www.culturacapulco.blogspot.
A
través de la doctora Gela Manzano me llegó la invitación a la “Semana de voces
y cultura de los pueblos originarios”; se las reenvío en Datos Adjuntos
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