viernes, 18 de noviembre de 2011

Acapulco, ciudad de 212 años


Yo, ciudadano
Acapulco,  ciudad de  212 años
Gustavo Martínez Castellanos

Acapulco hoy es punto de cruce de culturas. Su rostro es multirracial, su cosmovisión es ecuménica. Su esencia es la anfitrionía.
Acapulco se funde en el entorno de un estado en el que las expresiones culturales son tan disímbolas como intensas. Y es summa de ellas.
Su manifestación es incesante: profundiza en los colores y las formas que se materializan en sus artesanías, en el brillo de sus abundantes minerales y en el elocuente espectro de sus sabores y sus aromas, desde su variada floricultura hasta su gastronomía. Desde el litoral hasta la serranía. Acapulco es eje de tierra, mar y cielo.
Esa profusión de sentidos tiene un par en las múltiples lenguas que habitan la entidad y que van de las expresiones autóctonas (náhuatl, tlapaneco, mije,  amuzgo) hasta los idiomas en que ha hablado la diplomacia en Occidente y que han encontrado un hábitat cosmopolita en su vocación turística. Al abrigo de todas esas expresiones lingüísticas, Acapulco alberga casi todas las posturas filosóficas y religiosas del orbe. Es, en potencia, el punto geográfico en que se dan cita todas las manifestaciones humanas.
Acapulco es “el lugar”.
Ya desde su más temprana historia Acapulco fue asiento de tribus nómadas que dejaron testimonio de su paso grabado en los monolitos de Palma Sola, Pie de la Cuesta, Caletilla, Punta Bruja, la Sabana. Nombres inmortales. Expuestas a los puntos cardinales, esas antiguas huellas, aún sorprenden a los investigadores por lo hermético de sus mensajes. La diversidad de sus “alfabetos” denota, en los espectros de lectura científica, las graduales migraciones que inauguraron el destino hospitalario de nuestro anfiteatro. Ese destino potenció su influencia durante la conformación de los señoríos mesoamericanos, posiblemente albergó el embrión de culturas tales como la olmeca y la tolteca y sirvió de enlace a las rutas mercantiles del litoral Pacífico hasta Centro y Sudamérica y acució el dinamismo de los nacientes mercados de los poderosos asentamientos del valle de México.
Ya desde aquel prístino enclave histórico, Acapulco fue rosa de los vientos, norte de todas las brújulas, polo de migraciones.
Al ingreso de América a la zona cultural de occidente, el eje migratorio de nuestro puerto trazó la ruta de tornavuelta del otro lado del mundo y fue vértice del sistema axial que unió a Europa con Asia durante doscientos cincuenta años.
La expansión del mundo, sin la participación de Acapulco -la puerta dorada hacia el Oriente- hubiera sido imposible. El tráfago mercantil que enriqueció no sólo las industrias de Europa sino la visión del planeta tuvo en Acapulco su más grande y seguro puerto y, a su vez, su más vívido y entusiasta punto de encuentro pues en él se daban cita, por vez primera en el orbe, todas las razas.
Aún antes de que el orden novohispano decayera, Acapulco ya era albergue de las naves de las nacientes compañías navieras de este litoral.
La gesta de independencia, atrajo, además, a personajes significativos de diversas naciones que adoptaron del desarrollo de nuestra lucha libertaria el embrión de un nacionalismo sin cotos que consiguió, después de once años de lucha, ver en nuestra tierra suriana la consecución de la paz y el devenir de una nueva y valerosa nación.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, nuestra rada vio ondear sobre sus aguas las banderas de cien países, no siempre en son de paz, pero indudablemente atraídos por su leyenda secular de áureo puerto hacia el oriente.
En el siguiente siglo su vocación hospitalaria detona en cuanto llega a ser considerado el puerto mexicano del Pacífico. Siempre surto de naves de gran calado, ya mercantes, militares o diplomáticas que llegaban con príncipes y magnates en su interior, Acapulco es ya referencia obligada en las estrategias de expansión mercantil de las grandes potencias o de cita de los grandes itinerarios de los viajes de placer
Durante esa etapa que abarcó las dos guerras Acapulco no sólo fue refugio y hostal para el viajero de mar, sino un pretexto para incursionar en el universo del mundo intocado con las ventajas del mundo moderno.
En efecto, desde el triunfo de la independencia, los caminos por tierra se cerraron y debido a ello Acapulco conservó su belleza virginal hasta bien entrada la segunda mitad del siguiente siglo. Es en este periodo en el que con el auge de la industria turística  mundial Acapulco deja del ser “un puerto mexicano del Pacífico” para llegar a ser el puerto mexicano por excelencia. Y oleadas de visitantes inundan todos sus espacios. Proyectos mundiales se signan en su interior. El mayor océano del planeta, y que baña sus playas, es cuenca que vertebra no sólo una de sus costas, sino, nuevamente, todas.
La significación que encierra el hecho de que este 17 de Noviembre se recuerde en Acapulco que hace 212 años recibió la cédula real que certificaba su derecho a ser llamada ciudad es histórica en el sentido de que se inserta sólo en una parte de lo que Acapulco es: en el espacio geoeconómico que significó al imperio español un punto de entrada y salida de mercancías para su pujante sistema de explotación.
Hoy, a doscientos años que Acapulco fuera un puerto novohispano, y a ochenta y cuatro años de haber sido unido a la capital del país por una carretera transitable, la valoración del adjetivo ciudad es distinta, no sólo porque pase por una criba legal, sino porque los criterios que generan y arman una idea de la ciudadanía han cambiado.
Bajo la expresión de la democracia, el evento urbano que ha cubierto lo que Acapulco era, tiene un destino que cumplir. Y un cúmulo de problemas que enfrentar, de cuyo no se han atendido con el interés adecuado el de la identidad y el del sentido de pertenencia ni de sus habitantes ni de la ciudad misma. Tampoco se ha atendido su vida intelectual, estética y espiritual. Incluida su vertiente religiosa. En el concierto que forma el murmullo de  todas las ciudades del orbe ¿cuál es el armónico que emite Acapulco?, ¿es propio? ¿Es?
Tenemos una ciudad y la celebramos a diario, y esa celebración deviene en profundo sentido de desprecio porque no sabemos qué vestigios concretan sus sustratos, no sólo los arqueológicos, sino los antropológicos y los sociales. ¿Cómo se es de Acapulco? una gran pregunta que nadie ha querido responder. O no ha podido responder. El gentilicio es profundo porque continúa siendo una oscura e ingente interrogante. Una duda que ninguna de nuestras universidades, ni los archivos eclesiásticos, ni la creatividad local han abordado. Apenas, si acaso, una réplica en contrastación movida por algún sentimiento telúrico y chouvinista atraviesa de vez en vez nuestras charlas al respecto. 212 años de duda, son muchos para una sola ciudad. Y eso, apenas desde la emisión de la cédula real.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
Este sábado 19 a las 18:30 Hrs. en el salón Palma Sola del Hotel Playa Suites, será presentado mi primer libro: Siete modelos femeninos para William Shakespeare.  Mis alumnos –formados en Acapulco por este acapulqueño- serán quienes lo presenten.

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