jueves, 31 de enero de 2013

La tierna república de la consciencia II



Yo ciudadano
La tierna república de la consciencia II
Gustavo Martínez Castellanos

La autodefensa, en las comunidades surianas, aparece en el horizonte guerrerense a principios de este año y del nuevo sexenio priísta. Hace 19, cuando el EZLN irrumpía en la escena nacional y mundial, los perredistas desfilaban por la costera con machetes desenvainados protestando contra gobiernos priístas. Hoy, casi todo Guerrero es perredista.
En esas dos décadas que median entre aquél enero (1994) y éste del despertar de nuestras costas, el mundo cambió radicalmente. Sin embargo no fue así para estas brigadas de autodefensa: no hacen uso de las redes sociales –ni e-mail ni celulares- no piden ayuda internacional, no emiten consignas globales, ni exigen cambios radicales. Las armas que detentan son arcaicas: piedras, palos, carabinas, escopetas. No erigen comunidades ni se protegen en la selva –o en la sierra-;  y al reconocerse “pueblos y comunidades” rechazan su pertenencia a ciudad alguna: Acapulco, Ometepec. Tlapa.
Asumidos a sus centros de producción –eminentemente agrícolas- abrazan la distancia histórica que los separa de las urbes y se atan a sus raíces. Su autenticidad edita la máxima zapatista: “el pueblo es de quienes en él viven”. No del gobierno.
Su independencia, así, exigiría una nueva libertad jurídica y legal que sobrepase a la del municipio autónomo: son pueblos, comunidades. No municipios. Ni parte de ellos.
De esa libertad jurídica a la independencia económica y social priva sólo un paso: ante el olvido sistemático del Estado hoy, con las armas en la mano, ha demostrado que sólo se tienen a sí mismos y ya no esperan a que el Estado haga algo.
Vistos de esa manera sólo los atarían a este país el nacionalismo que les inculcan en las escuelas y la fe que bebieron en sus iglesias. Pertenencia y esperanza.
En esa tesitura operó la visita del gobernador: llegó hasta ellos (como hace 19 años el operador de Salinas que ofreció una amnistía inmediata –e insulsa- a los neozapatistas) pero cediendo sin ceder. Pidiendo –bajo la máscara del dar- que su actuar fuera como pedía Emiliano Salinas en julio de 2010: “pacífico, coordinado”. A modo del gobierno.
Ellos se negaron: “No depondremos las armas ni nos quitaremos los pasamontañas”.
El gobernador, sin embargo, no regresó con las manos vacías: ahí se percató de que -aún armadas- las brigadas de autodefensa no exigían nada más; el suyo no era ni un levantamiento armado ni contra el status quo ni contra el gobierno y sus estructuras. Y los ha dejado ser y hacer: el sistema no peligra. En Macondo no pasa nada.
Si hace dos décadas el ingreso de México al neoliberalismo expuso que en estados como Chiapas las condiciones de vida de los indígenas eran infrahumanas; en el inicio de la segunda década del siglo XXI la inseguridad ha expuesto que en Guerrero existen zonas en las que la miseria y la injusticia han empujado a sus pobladores a escindirse del Estado y de la Historia. A preservar su único bien inalienable: la confianza sólo en la comunidad.
Desde ahí -el gobierno lo sabe- pueden ampliar su influencia a través de esa zona cultural que todos conforman: la de ser discriminados por la modernidad; y erigir un Estado a través de sus usos y costumbres basado en la auténtica ejecución de la ley y la justicia.
Mientras este gobierno no deje de derrochar enormes cantidades de recursos para alentar sólo la opulencia y los fastos de los centros recreativos de lujo para vacacionistas de alto poder adquisitivo, el Guerrero discriminado de no cejará de exigir su derecho a ser.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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