jueves, 21 de julio de 2011

Guerrero en el Distrito Federal

Yo, ciudadano
Guerrero en el Distrito Federal
Gustavo Martínez Castellanos

Existen diversos y muy profundos motivos para que cualquier representación de nuestro estado persista en la capital del país. La primera es histórico geofísica: al menos la mitad del territorio del actual estado de Guerrero pertenecía a la capital del virreynato de la Nueva España. Ya desde Moctezuma Ilhuicamina las incursiones aztecas inician en nuestro actual territorio y es con Ahuizotl –nieto de Izcóatl y padre de Cuauhtémoc- que culminan con la conformación de la base militar de Chilapam en la región cuauteca.
Durante el virreynato, el Fuerte de San Diego, en Acapulco, fue la aduana marítima de la ciudad de México. A contrapelo con Veracruz, el más importante puerto mexicano, las nuestras, en aquel entonces, eran playas capitalinas, que con la erección de nuestro estado, sólo dejaron de serlo por razón de jurisdicciones. Sin embargo, Guerrero había dejado una hondísima huella en la vida del corazón del país: tres de nuestros generales habían despachado en Palacio Nacional: Guerrero, Bravo y Álvarez y, para no olvidarlo los autores del conjunto escultórico de la Columna de la Independencia (el arquitecto Roberto Gayol y el escultor italiano Enrique Alciati) pusieron un nopal a los pies del general tixtleco motivados por dos profundas razones: como una metáfora de la tierra -la patria- y el recuerdo ingente de la base de nuestro escudo nacional. Mejor custodio no podía tener ese símbolo que el sable del general Guerrero y la cercanía de Bravo.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, Guerrero se mantuvo aislado de la capital del país, pero después de ese periodo renace su relación a través de la carretera inaugurada en 1927. Después, ya es imposible desligar los destinos de ambas entidades pues aquellas playas virreynales se convierten en el balneario capitalino por excelencia desde mucho antes que Miguel Alemán decidiera hacer de nuestro puerto un centro de diversiones urbanizado. Un dato que corrobora este aserto es que no hay ninguna otra ciudad en México en la que la naciente industria fílmica haya realizado más películas después de la capital que Acapulco. El auge turístico internacional de nuestro puerto hace que la clase acomodada capitalina desee tener, cuando menos, una “casita en Acapulco”.
Lo demás, ha sido una historia de intercambios mercantiles que no ha cesado ni en los periodos de mayor crisis económica o política nacional. Con la apertura de la Autopista del sol, Acapulco vuelve a ser el balneario del D. F., y sólo en momentos de crisis cultural es que Acapulco ha vuelto sus ojos hacia otros derroteros, principalmente hacia su antigua ruta de salida: las ciudades de Los Ángeles y San Francisco en California, hacia donde, entre siglos, era más fácil llegar que a la capital del país porque se iba por barco.
Empero, el Distrito Federal nunca ha dejado de ser nuestro más grande mercado. De hecho, es la más grande ciudad contigua a Acapulco. Y, de alguna forma, su impronta urbanística ha privado en la conformación de nuestra ciudad. A contrapelo, culturalmente, Acapulco ha rechazado de manera sistemática la tremenda penetración cultural de la capital de país. Reacción natural que por momentos confirma su identidad y por momentos la deforma –como ocurre en casi todos los estados en donde la cultura “chilanga” no es bien vista. En ese sentido, la presencia del Distrito Federal en la vida de los guerrerenses ha sido una referente que ha reafirmado lo que somos, por una parte; y por otra, nos ha otorgado esa otredad tan necesaria para definirnos.
Esa relación casi simbiótica tuvo en su espacio económico una fuerte resistencia por parte nuestra. El poder monetario de los capitalinos casi siempre llegaba en andas del poder político federal. Esa resistencia, la falta de ética de muchos inversionistas capitalinos y la fuerte presencia cultural que la capital emite derivaron a veces en un fuerte sentimiento de rechazo que declinó, con el paso del tiempo y por las características de violencia que generaron, en la leyenda negra de Guerrero: era imposible invertir en un estado que siempre con machete en mano defendía no sólo muchos de sus derechos sino su identidad.
El tiempo ha dado vuelta a esa página. Los avances sociales y tecnológicos y los massmedia han logrado integrar a nuestro estado al universo federal. Hoy, justo es decirlo, cuando los mutuos resquemores han desaparecido, las colindancias –histórica, económica y cultural- nos invitan a replantear nuestra mutua relación.
Al menos, ese parece ser el objetivo del enorme acercamiento político que han realizado Marcelo Ebrard, jefe de gobierno capitalino y el gobernador guerrerense, Ángel Aguirre Rivero. Acercamiento político que, es necesario puntualizar, nunca se había dado en las circunstancias como las actuales, en la igualdad de condiciones y con una visión menos ventajosa por parte de nuestros vecinos; sobre todo, porque en los últimos años Guerrero ha desarrollado una clase económicamente fuerte que -como se ve en otros avances- resulta un saludable contrapeso. Clase que aguerridos sectores del izquierdismo local –y sus tabloides- se niegan a reconocer aún cuando pertenecen a ella gracias a un gobernador al que siempre denostaron porque no les permitió crecer más a costa del erario.
Ese acercamiento, lo ha previsto Aguirre, debe beneficiar aún más a Guerrero, pero no sólo en el ámbito económico o en la férula política sino también en lo cultural.
Que durante una semana se escuchen en el sur de la capital nuestra voces ancestrales, retumben los cobres surianos y destellen sus colores y sus formas es, en buena medida, una señal de que la penetración ha tomado otra dirección: ahora, Guerrero exporta su cultura a la gran urbe y expone en una de sus plazas una parte importante de su multifacético rostro, el estrato más auténtico de todo lo que somos: nuestro folclore. Esa medida da cuenta de una visión que entiende y aprovecha las circunstancias que la economía y la política actuales exponen al país. No saber leerlas, no usarlas benéficamente, no aquilatarlas en la medida de todo lo que son, sería un enorme error.
Porque sería dejar pasar la oportunidad de cambio en muchos órdenes. Visto así, el acercamiento cultural -desde una perspectiva diametral- derivaría en la captación de inversiones, la generación de nuevos mercados y la consolidación de los que ya existen y, además, la construcción de una coyuntura política en la que nuevamente Guerrero incida de forma decisiva en el destino de la capital del país y del país mismo.
La trama de todo este enclave es fina y sus objetivos tan claros que es imposible pensar que es circunstancial. Es evidente que deviene de un proyecto; mismo que, quienes son incapaces de concebir la existencia de la idea de un cambio profundo en Guerrero, no pueden percibir ni soportar, sobre todo porque no se reconocen en la totalidad que ese proyecto representa. Esa postura ha derivado en la negación sistemática de avances profundos desde los primeros cien días,
La presencia de Guerrero en el Distrito Federal es todo provecho para nuestro estado, es el indicio del inicio de una nueva etapa para nuestra entidad y de nuestras relaciones con la capital del país. Lo que también constata un cambio profundo en el orden de las cosas. Por supuesto, hay que llevar también nuestros otros rostros para conformar completo el ser único que somos en el centro neurálgico de México. En eso, hay que trabajar con ahínco.
El José Agustín cumple 15 años; la rueda de prensa en la que se abren las plicas de los ganadores será este viernes 22 en el "El Chaneque" (en la gamba) a las 19:00 hrs., la entada es gratuita.

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