lunes, 5 de marzo de 2012

Acapulco, rescates


Yo, ciudadano
Acapulco, rescates
Gustavo Martínez Castellanos

La noticia de que se ha formado un comité para el rescate del Acapulco Tradicional ofrece diversas lecturas. La primera arroja que hay varios Acapulco. La segunda, que por esta vez sólo el tradicional generó un comité para ejercer un rescate. La tercera es que ese Acapulco requiere rescate.
Hay una cuarta: la que señala al hecho de que cada vez que hay un rescate en México, México pierde algo. Ahí está el FOBAPROA. Por ello, en este rescate debemos analizar qué áreas y niveles va a afectar. Y qué se va a perder.
En efecto, hay varios Acapulco. La leyenda nos entrega dos nombres: el que se deriva del códice Mendocino y el que se extrae de la tradición católica. Sin embargo, la Historia creó uno solo el siglo XVI  que se preservó sin cambios hasta el siglo XIX y que puede ser ubicado entre las calles Escudero, Lerdo de Tejada y el barrio del Rincón.
A mediados del siglo XX, ese Acapulco se extendió hasta Cinco de mayo y Calzada pie de la cuesta y, siguiendo la costa, llegó hasta Barra Vieja con el nombre de Acapulco Diamante. Tierra adentro cubrió el anfiteatro, atravesó el Veladero y se expandió por la Sabana. La primera expansión respetó las zonas comprendidas entre Mozimba y Pie de la Cuesta;  la que abraza la escénica Adolfo López Mateos, y la que encierra el cerro de la Pinzona: estos Acapulco, intocados, aún mágicos; cuyos edificios fueron el primer gran experimento turístico local, con la casa de Diego Rivera, la estación de radio inalámbrica y su biosistema intacto, forman un enorme y formidable museo.
Empero, la tradición turística a la que fue inserto el puerto creó otro Acapulco; uno al que llamó Náutico o Tradicional, zona costanera que inicia en el túnel de la avenida escénica en la plaza de la Quebrada, sube al hotel Flamingos, baja hacia Caletilla, rodea el antiguo edificio del frontón por el circuito amoroso que rodea a la plaza de toros Caletilla, sigue hacia el club de Yates llega al astillero y al parque García Moraga, recorre el Paseo del pescador, abraza a la Rotonda de los hombres ilustres, toca al malecón y recala a los pies del fuerte de San Diego. Tierra adentro, toca todo el centro y algunos barrios históricos (de del Rincón al del Piquete), el zócalo -en el perímetro comprendido desde Lerdo de Tejada hasta Escudero-; y Hornitos y Morelos hasta Costera.
Este Acapulco aún con ser la centésima parte de todo el territorio urbano, hoy tiene un comité de rescate y desde antes un “Frente de Rescate del Acapulco Tradicional” (FRAT) cuya directora o presidente, sin embargo, no fueron mencionados dentro del comité tal vez porque no fueron invitados. Sin embargo, los problemas de este Acapulco son de todos los acapulqueños. Y si concita un rescate todos debemos procurar que armonice con sus más importantes pilares: el cultural y el espiritual.
Amalgamados a la tradición, la leyenda y la historia, los habitantes de esa zona tienen una idea muy clara de sí mismos: son el corazón del corazón de Acapulco. Allende el Fuerte de San Diego, está el Acapulco de los altos edificios con aire acondicionado, extranjeras en tanga y ruidosos estudiantes gringos. Éste, en cambio, es el de los edificios históricos, el de las primeras calles. El que cada mañana cruza en una flota de yates treinta millas náuticas buscando el pez espada y el merlín, y que alberga a nuestro único astillero.
Es también el Acapulco que refulge en las páginas de la historia universal cada vez que se menciona al Galeón de Manila, a todos los gobernadores de las Filipinas y virreyes durante la Colonia, a Humbolt y a otros ilustres viajeros.
Brilla en las páginas de la historia nacional cada vez que se menciona a Morelos, a Guerrero, a Álvarez, a Juárez, a Comonfort y tantos hombres que incidieron en la formación de México y que habitaron en sus barrios y convivieron con su población.
En un nivel local, esa zona tiene una historia propia y doméstica: la mayor parte de las familias de nuestros prohombres nacieron ahí.
Por si eso no fuera suficiente, ese Acapulco –como toda ciudad de raigambre hispánica- alberga a todos los poderes: el federal, el estatal, el municipal y el eclesiástico. Es nuestro centro mercantil por excelencia, el punto cero del zócalo local al zócalo de la ciudad de México, el sitio de confluencia de todas las vías locales y de todas las rutas de transportes. Y el de todas nuestras expresiones culturales, raciales e ideológicas.
Puede ser que el acapulqueño de las periferias no viste en todo el año al Acapulco dorado o al Acapulco diamante, pero es imposible que no asista el centro de la ciudad.
En la conformación de sus calles –que no han cambiado en casi quinientos años- existe una impronta no sólo de las visiones hispánica, independentista, reformista y del siglo veinte sino también del ingenio del acapulqueño para subsistir a nuestros climas: el Abra de San Nicolás y una arquitectura particular. Netamente acapulqueña.
Sí, el centro de Acapulco es un espacio geofísico único por su diversidad y su alocada algarabía; pero hasta eso, que pudiera considerarse una ausencia de orden -característica del acapulqueño- es también un orden: es el que ha resultado de todos los rescates anteriores que han obedecido siempre a la desafortunada visión de invertir dinero sólo para obtener más dinero; pero nunca a la necesidad de erigir centros de educación, investigación, análisis y reconocimiento de lo que somos. Nunca para invertir en nuestra espiritualidad.
Es en ese sentido en el que cabe preguntar: ¿en cuánto nos va a costar el rescate? ¿Se perderán los últimos vestigios que la historia universal dejó aquí? ¿Los últimos referentes que la historia nacional aún conserva en nuestro suelo? ¿Va a desaparecer la arquitectura vernácula bajo otras visiones? ¿Va a ser el corazón de nuestra ciudad una expresión ajena?
El FRAT lleva muchos años luchando porque esa zona sea rescatada con todos sus valores, proponiendo una visión que pondere, respete y enaltezca su nivel cultural neto. A su vez, muchos acapulqueños hemos hecho propuestas que la revitalicen desde una perspectiva humana y cultural a través de la investigación y la difusión de sus valores.
Se dice que el señor Carlos Slim ya comprobó su buen juicio en este tipo de rescates al comprar buena parte de los edificios históricos del centro de la ciudad de México después de haber estudiado y analizado la zona. Que en su beneficio pidió al DDF cambios importantes en sus servicios (como el transporte público y el acceso a ciertos pasajes, callejones y calles). Por todo ello, esperamos que como presidente del comité de Rescate del Acapulco Tradicional haga lo mismo aquí y pugne por un rescate de esa zona de manera armónica con todos sus valores inherentes: los histórico sociales y los tradicionales.
Como hombre de mundo que es, esperamos que escuche las voces seculares de un puerto que aún está por descubrirse y al que el turismo le quitó la gran oportunidad de ser universal en otros niveles y perspectivas. Sobre todo las intelectuales.
Si la zona Tradicional de Acapulco necesita un rescate es porque hasta ahora los gobiernos no han deseado hacer rentables los recursos de la zona; su hondo sentido histórico, la innegable profundidad de sus tradiciones, su naturaleza de impronta humana, sus bondades geofísico climáticas. Sus valores todos. Esperamos que esta perspectiva, ahora sea tomada en cuenta. Acapulco, los miembros del comité de rescate lo saben, lo merece. 
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;

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