viernes, 23 de marzo de 2012

Caleta, cultura.


Yo ciudadano
Acapulco, rescates: Caleta, cultura.
Gustavo Martínez Castellanos

Siempre es gratificante escuchar que un hombre como Carlos Slim quiera trabajar con la gente. Su gente. Sobre todo con la que vive y trabaja en una zona de tanta tradición como la de Caleta que encierra un universo único.
La playa (la división Caleta-Caletilla se dio cuando el general Maximino erigió su mansión en el islote y puso el puente) es corazón de esa región desde que los españoles pisaron sus arenas en el siglo XVI. Como todo punto estratégico era resguardada por un lienzo erigido en el montículo que la limita con el resto de la bahía.
Al inicio del México independiente la zona, como  otros puntos de la infraestructura colonial, fue abandonada. En el siglo XX, sin embargo, inicia su ascenso con el crecimiento de la ciudad que ya había hecho suyos los espacios que hoy conocemos como la Quebrada, Sinfonía del mar y Caleta a la que se arribaba por lancha (circunnavegando la península de las Playas) hasta que una junta de vecinos decidió abrir un camino seguro sobre la vereda que los llevaba a las playas Honda, Larga y Angosta.
En algunas fotos de 1927 ya se ven autos en los terrenos que hoy ocupan los vetustos edificios del Jai Alai y la plaza de toros; y casetas de venta de comida y refrescos en la actual glorieta de Agustín Lara. A partir de esos años, el paseo a Caleta será un ejercicio obligado tanto por locales como por turistas. Y la venta de alimentos y bebidas, así como la oferta de servicios crecerá de forma importantísima debido a que éstas serán, sobre las de la bahía, las playas representativas de Acapulco. Esa representatividad descansa en tres elementos: la mansedumbre de sus aguas; la presencia de la isla de la Roqueta (la única isla de Acapulco) y la erección de residencias de artistas mexicanos de talla mundial.
Aún en este siglo se puede tomar una lancha con fondo de cristal y escuchar a sus tripulantes contar la historia de esas consideradas mansiones. Aún se puede ver a través del fondo de cristal cómo alimentan a los peces con algún erizo destripado. Y aún se puede adquirir, en pleno viaje, un buen plato de mariscos o una refrescante dotación de cervezas.
Expertos marinos, viejos lobos de esos mares, cazadores únicos de todo tipo de mariscos, los pescadores de la zona de Caleta han hecho de ese enclave una ínsula: ahí trabajan, ahí viven. Ahí mueren. Hay muchos que iniciaron cuando sus abuelos aún bogaban en pangas de remo mientras hacían resonar caracoles para llamar a los turistas a comprarles sus artesanías. Ese conjunto de pescadores, tripulantes, vendedores, guías de turistas y buzos forman en realidad una tribu única, en una aldea única: Caleta.
Esa grey se enteró desde tres años atrás que el empresario Carlos Slim compraría el hotel Boca Chica. Exagerados como son todos los marinos mercantes -remanentes de una tradición que veía galeones desaparecer en las fauces de las bestias mitológicas del mar-,  durante todo ese tiempo en que se remodelaba esa emblemática hospedería y se le daba mantenimiento a su insigne fachada, hicieron correr el rumor de que en realidad, el hombre considerado el más rico del mundo, ya había comprado toda la ensenada y dentro de poco los echaría de sus dominios. Algunos, inclusive, después de aquella escaramuza con granadas que le dio la vuelta al mundo y de la debacle del turismo, cargaron con sus hijos y sus mujeres y se fueron. Otros, de canoa en canoa y de playa en playa, llamaron a sus pares de la bahía y de Puerto Marqués a sumar fuerzas (seguramente para formar una armada) y defender su sagrado derecho a permanecer en esas playas en las que vieron la primera luz en brazos de sus ancestros. Otros, iniciaron a exigir a los gobiernos mayor atención a la zona en materia de servicio y de seguridad, en prevención de que el gobierno permitiera en Caleta lo que estaba permitiendo en Icacos, Punta Bruja, Puerto Marqués y Revolcadero.
Hasta que su espíritu guerrero se serenó con la especie de que, el magnate había comprado varias propiedades pero que no tenía en mente hacerse de toda esa zona.
Pero cuando se dio la noticia de que se remodelaría todo el espacio geográfico conocido como Acapulco Tradicional, los temores volvieron a surgir.
Ahora, con la declaración de Carlos Slim de que desea trabajar con la gente, parece ser que por fin los resquemores han quedado atrás.
Aún quienes vivimos en Acapulco no podemos entender la agresión que estos acapulqueños presienten porque, en realidad, no nos ha interesado mucho entender su complejo universo. Caleta ha hecho florecer a sus veras hoteles, restaurantes, cantinas y estanquillos, barrios y condominios. Historias y leyendas. Todos los días, pero sobre todo, en fines de semana, no sólo atrae una cantidad exacerbada de visitantes y bañistas sino de vendedores de todo tipo que con el ejercicio de ese comercio no sólo han mantenido a sus familias por décadas, sino que han dado estudios profesionales a sus hijos y han adquirido casa para darles abrigo. Si sumamos la cantidad de prestadores de servicios y los ingresos que obtienen cada semana podremos ver que Caleta es un pequeño y abigarrado Emporio. Más aún, es un mercado casi cautivo en el que en realidad funcionan con toda libertad las leyes de la oferta y la demanda y en donde hasta ahora no existe más autoridad que imponga el orden que la palabra empeñada y la hombría de cada quien para sostenerla.
¿Cómo funciona ese delicado mecanismo sin ocasionar desavenencias ni vendettas? Muy sencillo: todos los pescadores, buzos, tripulantes, restauranteros, cantineros, hoteleros, prestadores de servicios y vendedores están emparentados entre sí. O cuando menos se conocen desde niños. Son una enorme familia. Una tribu.
Lo más significativo de todo esto es que esa tribu corresponde todo beneficio obtenido con una fe de carbonero a dos imágenes que representan una sola deidad: la virgen de Guadalupe; tanto la que ilumina el rincón de la playa desde su nicho en el ascenso hacia el hotel Boca Chica como la que ilumina las aguas, amaina las tempestades y cuida a cada pescador ya en el mar: la virgen sumergida en el islote de la Hierbabuena.
Con esa protección se sumergen en las aguas de la zona (y de zonas más lejanas) y extraen todo tipo de mariscos que más tarde venderán en sus cayucos a los turistas.
“Véngase a trabajar con nosotros. Aquí han venido a parar arquitectos, ingenieros y doctores y se han ido cuando emparejan sus finanzas” me ofreció un sobrino cuando se enteró de que yo no podía conseguir empleo. Hubiera accedido si no me hubieran aceptado como crew de los yates que cada mañana salen hasta las 30 millas a pescar dorados y pez vela. Ahí trabajé algunos meses y de ahí extraje la historia que cuento en Sundancer, novela que ganó el premio nacional de literatura Ignacio Manuel Altamirano en 2006.
Tal vez más tarde acceda aceptar la invitación, sobre todo por revivir los recuerdos de mi infancia que se han quedado en Caleta y que sé que nunca morirán.
Gente amable, bella. Buena gente nuestra la de Caleta. Tradición pura acapulqueña. Que ahora el empresario Carlos Slim piense trabajar con ella para mejorar su entorno es una noticia que hay que celebrar. Enhorabuena. (Saludos a la familia Olivares Duarte)
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
La primerísima promotora cultura de Acapulco, Aída Espino, nos invita a la exposición de pinturas de sus alumnos hoy, 22 de marzo a las 19:00 hrs en la Alianza Francesa (Antón de Alaminos y Cristóbal Colón, Costa Azul). Ahí nos vemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario