jueves, 23 de mayo de 2013

IGC: Diferencias 2



Yo, ciudadano
IGC: Diferencias 2
Gustavo Martínez Castellanos

     La Secretaría de Cultura de Guerrero o Por qué el ámbito cultural oficial guerrerense nació maldito. Hacia 1993, cuando regresé del D. F. algunos maestros, periodistas y escritores me preguntaban sobre la forma de publicar sus libros, y si, como periodista yo poseía alguna cercanía con funcionarios del IGC. Mis respuestas, siempre negativas, confirmaban su realidad de que si el gobierno no apoyaba a un egresado de la UNAM en Letras Hispánicas -y además periodista-, a ellos, menos les harían caso. La escasa información, la cultura en torno al IGC y otros hitos evitaban pensar que el IGC u oficina gubernamental de cultura a una década de su creación no se ocupaba de “eso”, sino de preparar los escenarios propicios para que el gobernador en turno pareciera intelectual -Ruiz Massieu, su creador, aún es reconocido como tal en algunos círculos locales-, en un pueblo cuyos grados de pobreza, analfabetismo e ignorancia eran -y son- de antología.
     Al ganar las elecciones de gobernador en 1993 Rubén Figueroa Alcocer hizo director del IGC a su hermano Alfredo, cuyo gusto por las más elevadas expresiones culturales universales jamás le dejó ánimo para voltear a ver el conglomerado depauperado que su hermano gobernaba y se rodeó no sólo de intelectuales nacionales e internacionales sino también de nobles europeos. Al conglomerado contestatario de aquel entonces –hoy enquistado en un ala del gobierno- como dijo Salinas: ni lo escuchaba ni lo veía.
     Aguirre Rivero relevó a Figueroa y creó a la Filarmónica de Acapulco; sólo que no como una instancia cultural que derramara beneficios y servicios culturales para todos, sino como un organismo que desde hace quince años ha dado solaz y esparcimiento a algunos sectores de Acapulco –y al resto del estado, de vez en vez- y que no ha sido capaz de crear una cultura musical local que redunde no en escuelas de clasistas o romanticistas, concretistas o minimalistas (wagnerianos o verdinianos), sino, cuando menos en una visión propia de nuestra música. O una estación de radio o de televisión que nos permita, fuera del Juan Ruiz y del festival localista, apreciar ese arte y su manifestación estatal. En cambio, durante algún tiempo sostuvo una escuela privada dentro de otra escuela privada –la Universidad Americana- a la que asistían sólo aquellos que podían pagar las colegiaturas.
     René Juárez dejó todo en manos de una ballerina y de su tortuoso marido, de cuyos nombres quizá nadie quiera acordarse. Zeferino Torreblanca leyó adecuadamente esa espiral descendente, no se quebró la cabeza y dejó al IGC en manos de sus secretarias. Durante su sexenio -hasta el regreso de Aguirre-, la cultura fue altamente democrática: nada para todos. Y aquellos maestros y periodistas vieron anquilosarse sus manuscritos, sin apoyos para salir a la luz. Condenado al olvido, ese conocimiento, hoy está perdido.
     A contrapelo, López Rosas y Félix Salgado le dieron vida a un grupito de chamacos altamente hedónico, buenos para el alcohol y el desmadre, que se pronunciaban sin cansancio por lo dionisiaco y en cuya bacanal se mostraron siempre dispuestos a inclinarse ante quien fuera que les soltara las riendas –y los recursos- del nicho cultural. Como éste crecía y se veía que dejaba buenos dividendos económicos y políticos, esos alcaldes, según su grado cultural e intelectual les soltaron ése nicho. Aguirre, empero, en un inusitado acto de contradicción a todas visas político cerró el círculo maldito dejando todo, además, en manos de agentes ajenos a Guerrero, su historia, su gente y su cultura.
     Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
www.culturacapulco.com; culturacapulco.blogspot.com.mx

No hay comentarios:

Publicar un comentario