sábado, 20 de agosto de 2011

El parque de diversiones


El parque de diversiones
Gustavo Martínez Castellanos
Una de las mayores desgracias de Acapulco es que su nombre se relacione sólo con el boato, la alegría, el placer. Y no con su cualidad de sitio humano. Esta relación –y esta es otra desgracia sobre aquella- no deviene de quienes acuden desde cualquier punto del país o del orbe a “pasársela bien” sino de quienes lo promocionan. Con la primera desgracia pagamos el hecho de aceptar la categorización de parque de diversiones y todas sus concomitancias; con la segunda, pagamos la imposibilidad de acceder a organizarnos de otra forma en cuanto se avecinan las desgracias.
¿Quién puede interesarse por la inseguridad en un parque de diversiones? Nadie, salvo quien asista a él. Para evitarla lo más prudente es no asistir a ese parque. ¿De qué manera se organiza la gente en un parque de diversiones cuando ocurre una tragedia o la inseguridad aumenta? De la forma en que los responsables del lugar lo indiquen: es su parque. ¿Qué ocurre cuando los responsables sólo promocionan el parque pero no se responsabilizan por él porque jamás contemplaron que podía ser inseguro?: lo que está ocurriendo. Los acapulqueños esperamos a que los responsables -aquellos que se han erigido en dueños del puerto y lo han organizado a su modo-, ahora hagan algo por él.
Pero ellos, los empresarios, los políticos, los funcionarios, no se hacen responsables. No lo organizan en caso de contingencias. Y menos aún en este tipo de contingencias. Si la inseguridad del parque crece o se desborda, culpan a otros, fingen demencia. Enloquecen.
Nuestra segunda gran tragedia es que quienes administran Acapulco: el alcalde, los grupos políticos y empresariales, sólo se lamentan de que puedan cerrarles el parque, no de las víctimas de la inseguridad. De hecho, la inseguridad y sus víctimas abren otro tipo de nicho rentable: la información amarillista que presenta siempre la foto sangrienta con una relatoría de hechos y que se erige en índice de fuego que señala a los responsables del parque; pero que nunca ofrece análisis. Jamás presenta las causas profundas de la inseguridad. Claro, la prensa también es empresa y, de alguna manera, es también responsable de la forma en cómo se organiza el parque. Pero eso no lo dirán nunca.
Entre las causas profundas de la violencia en el parque de diversiones se encuentra por principio el rechazo de los administradores a que sea tratada como ciudad. Acapulco está lleno de gente que vive aquí. No es sólo un centro de diversiones. Hay educación, en un nivel muy elemental y restringido; hay niños y jóvenes que estudian. Hay comercios de todo; servicios médicos, legales, contables. Espirituales. Sus calles están siempre llenas de gente. Cuando los que administran el puerto promocionan sus ciclos turísticos esas calles, esos servicios y toda la ciudad resultan insuficientes. Sí, Acapulco está mal regulado. Lo sabemos también porque la derrama económica que esos ciclos turísticos dejan nunca alcanza para desempeorar los servicios que requiere la ciudad. Por ello, Acapulco es un gran negocio: mucha gente local, mucha gente que viene a divertirse, mucho dinero. Y poco análisis, para que “nuestros visitantes” no se sientan incómodos con protestas ni inconformidades de “los nativos” (según la “poeta”). Ciudadanos bien controlados. Ese orden de cosas, perfecto para que un grupo –o un grupo de grupos- controle la ciudad, es propicio para que cualquier grupo pueda acceder fácilmente al control de toda la ciudad
Acapulco no es como otras ciudades. En aquéllas, las libertades ejercidas operan en función de una visión de la ciudad como tal, no como de un centro de diversión.
En aquellas, esas libertades no están completamente ni supeditadas ni depositadas en determinados grupos. En ellas no todo gira en torno -o en función de- su principal producto y sus mecanismos de producción –es decir, que ni la prensa los alaba siempre ni de forma tan idiota; y posiblemente haya un ejercicio intelectual respaldado por respetables instituciones de investigación y análisis ajenas al principal producto.
En aquellas ciudades, en fin, se organizan de otra forma que tal vez opere cuando menos en función de evitar -o no padecer tanto- los niveles de inseguridad que en Acapulco empezamos a padecer de cinco años a la fecha.
Otra de las causas profundas de la violencia que los emisores de opinión nos deben como información es el de la coyuntura histórico-política. Se acerca el fin de este sexenio, los principales actores políticos ya están más metidos en la próxima contienda electocal  que en solucionar los problemas del país. Ante estos “descuidos” los grupos delicuenciales medran. Pero no sólo ellos, sino también la “oposición”. La relatoría de la violencia desatada en el sexenio de Calderón beneficia a los partidos opositores al suyo; y, en los estados en los que gobierna la “izquierda”, beneficia al PRI. Los periódicos y noticieros que potencian esa violencia le hacen propaganda al tricolor. Si les pagan por ello o si lo hacen gratis, allá ellos, pero con eso no ayudan al país.
Otra causa es la estrategia de la guerra de Calderón. La dinámica en el norte del país ha conseguido abatir a los sicarios de allá, pero ha fortalecido a los del sur. O ha orillado a aquellos a replegarse hacia esta zona. Una vez aquí luchan con todo por el control.
Otra causa: la crisis económica por la caída de las bolsas, por la lenta recuperación de las economías regionales, por el desastre del 2009, porque con seis mil pesos no alcanza o por la búsqueda de salir de pobre sin “irse al otro lado” o sin “pegarle al gordo” (no me refiero a Castrens). Esa crisis continúa proporcionando reclutas a los grupos delictivos. También, el abatimiento de los grupos en el norte y el control de los controladores locales que abren la posibilidad de que cualquiera  pueda robar y matar impunemente.
No creo que solo en Acapulco pase eso. Twitteros, facebuqueros y blogueros que son la única prensa libre que nos queda, dan cuenta de ello en todo el territorio
El problema es que Acapulco siempre se ha promocionado como el centro de diversiones de México, el más grande, el más barato, el mejor. La violencia en su perímetro lo ensucia, fractura y desmorona. Más aún cuando aparece en las primeras planas nacionales. Sobre todo porque Acapulco es sólo otra ciudad. Y como tal debería ser tratada, analizada y organizada. Quienes detentan su control no han querido acceder a ello porque sería tanto como humanizarla. Admitir que es contradictoria y falible. Y lo es.
Los acapulqueños que la amamos y deseamos que sea percibida menos frívola y menos falsa de lo que la han hecho, estamos condenados hoy a padecerla como un botín de guerra de todos los grupos de poder. A sufrir sus balaceras. A ver morir a nuestros vecinos inocentes. Y a acceder al hecho de sentir que la hemos perdido para siempre, que tal vez nunca vuelva a ser  el remanso de paz que alguna vez fue.
El problema de la inseguridad en Acapulco es muchísimo más complejo que el de cualquiera otra ciudad. Y se agrava con la inquina e indolencia de los grupos de poder político, económico e informativo. Con la desinformación que sufren sus habitantes. Con su falta de una idea de pertenencia y de identidad. Aunque no se considere de esa forma ni en ese nivel, es también un serio problema cultural, y humanístico, porque los líderes de opinión hoy se duelen más de que la derrama económica baje, que por las vidas perdidas.
Una forma de abatir la inseguridad que nos aqueja sería comenzando un serio análisis de lo que somos. De inicio expongo que la nuestra es una ciudad, no un parque de diversiones. Nos leemos en la crónica. gustavomcastellanos@gmail.com

1 comentario:

  1. Gustavo querido:
    Leerte, es “ver realmente” nuestra ciudad. Tu excelente análisis expresa lo que muchos hemos pensado y nunca podemos expresar con la lucidez con que lo haces.
    Es una suerte que seas el cronista de esta ciudad.
    Gracias, felicidades y adelante.

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