martes, 27 de septiembre de 2011

Leñero “el gran albañil literario de México”


Yo, ciudadano
Leñero “el gran albañil literario de México”
Gustavo Martínez Castellanos

Pieza a pieza, Vicente Leñero construyó un edifico literario en medio de ese otro boom que fue la subsiguiente detonación del urbanismo en México; ya no la de los caudillos en cadillacs sino la de sus descendientes que encontraron en el partido hegemónico de México el ámbito político económico perfecto para ascender en ambas esferas sobre una subclase que les construía cada vez edificios más lujosos y elevados.
De Los albañiles a El evangelio de Lucas Gavilán ese espacio literario describe no los sucedáneos del urbanismo sino la fragua de la que surge: cada  edificio encierra una historia de engaño e intriga, de explotación y muerte que, amén de establecer un nexo entre lo moral, lo social y lo policiaco, se vuelve el descriptivo de una zona aún intocada por el análisis de lo que bien podría ser un género: lo subyacente urbanístico. Visto así, no es el espacio burgués o investigativo el que referencia Leñero; es la profunda e ignorada cultura del constructor anónimo que desde los inicios de la civilización ha levantado grandes ciudades y termina viviendo exento de sus comodidades y avances. El albañil: remanente del esclavismo; fósil viviente del proletariado clásico. Leñero, sin embargo, dice más. Aparte de trastocar la relación campesino pobre-futuro citadino viejo, cínico, miserable e ingenuo despojado de su identidad; establece una incursión en el efecto-causa de la culpa y nos entrega una postura arcaica de la visión de un orden religioso en su vertiente urbana.
Así, en El evangelio de Lucas Gavilán toma la relación urbanismo-hipérbole y añade lo místico. La ciudad y sus excesos como caldo de cultivo para la aparición de mesías. El anclaje histórico literario (el libro religioso como acto verbal literalizado) marca al autor una pauta indisoluble: de todos los mensajes divinos: éste. Y en ese molde vuelca su visión, su analogía: la ciudad México es la Jerusalem de la primera  mitad del siglo I; con su templo que Salomón construyó- como epicentro político, económico y religioso del mundo judeaico, cuyas resonancias –contenidas en los libros sagrados hebreos- abarcan Egipto y Persia; todo bajo la férula romana. La actualidad del texto de Leñero, así,  reproduce a la ciudad de México como epicentro de un país; cuyas resonancias del culto Guadalupano –y su templo: La Villa- llegan hasta Sudamérica; todo bajo el dominio de los EE UU. En el corazón de ambas zona predicarán, allá Jesucristo de Nazareth; aquí, Jesucristo Gómez, humilde albañil nacido un 24 de diciembre entre prostitutas y chamacos en una miserable vecindad de la colonia obrera de la ciudad de México. Desde ahí tratará de erigir el reino de la conciencia que libere al hombre de su carga de maldad inherente. No podrá. La ciudad será más grande que él y su verdad. Por ello, su elegía esconderá terribles resonancias.
La de Leñero es una visión que abarca no sólo lo ético según una moral sino que es puente que une –y separa- a los Evangelios de ésa otra filosofía traicionada: el marxismo. Ése puente es un espacio intelectual que Leñero ha construido libro a libro, con la maestría de un arquitecto y  la fe de un albañil que une trabes y tabiques. Una fe de concreto armado.
El reconocimiento otorgado a Leñero hasta ahora, es un acto de justicia apenas a tiempo y que podría proponer, desde el ángulo aquí expuesto, una admonición: la de hoy ya no es la ciudad de México que Leñero retrató ni la que los juveniles pasos de los personajes de José Agustín agotaron. El de ahora, ya es otro urbanismo. O tal vez, ya no lo sea.
Felicidades.
Nos leemos en la crónica: gustavomcastellanos@gmail.com

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