domingo, 25 de septiembre de 2011

Profesores III, un diálogo II


Yo, ciudadano
Profesores III, un diálogo II
Gustavo Martínez Castellanos

Con éste envío correspondo a la invitación al diálogo del doctor Humberto Santos. De su introducción lamento con él “las amarguras que significa educar en un contexto hostil, donde, desde el poder, la tarea de educar se mira con desprecio, porque lo que menos interesa es precisamente la tarea de ‘educar al pueblo’”. Me uno a su postura de que “la educación debiera ser la más alta prioridad en cualquier proyecto de estado y de gobierno”, pero no sólo para  “aspirar a poner un pie en el primer peldaño de la escalera del desarrollo” sino para dignificar al individuo y capacitarlo para establecer un diálogo consigo mismo y con su entorno, como mi primer texto lo expone. El aspecto político-administrativo de la educación que el doctor Santos menciona en el número 1 de su texto, pertenece a otro tipo de discusión; por ello no considero parte de este análisis sus referencias a los acuerdos signados entre el gobierno y las cúpulas magisteriales y las familias o grupos enquistados en el área que propician la matricula exacerbada desde las normales privadas.
Con referencia a su punto número 2 en el que cita que “en Guerrero (…) una de las demandas recurrentes en los movimientos magisteriales ha sido el respeto a los derechos humanos y en contra de la violencia instrumentada por el estado para el ejercicio de las libertades públicas”, debo aclarar que ésas demandas no sólo son magisteriales sino de toda la sociedad suriana; en su pregunta: “¿Cómo llamar al deber ahora a los profesores cuando permanentemente se les ha utilizado para las campañas políticas en tareas que nada tienen que ver con la educación?”, tiene la respuesta: los profesores están en todo, menos en lo suyo, que es la educación y su constante capacitación para mejorar su desempeño.
De su punto 3 “La primera obligación del Estado es garantizar la seguridad de sus ciudadanos, de tal manera que si se pierde esa capacidad el estado no está cumpliendo con los fines a partir de los cuales se establece el pacto social”, debo aclarar que la primera tarea del estado es otorgar garantías de cuyo la seguridad y la educación son sólo algunas. Y con referencia a que hago “una interpretación muy apretada” cuando digo “los profesores son víctimas porque tienen dinero cada quincena, porque cuando ostentan sus autos, sus vicios y sus malas costumbres patentizan que ganan bien” el doctor Santos olvida el hecho inobjetable de que nadie secuestra o le cobra derecho de piso a quien no tiene dinero ni lo ostenta. Las referencias a Elba Esther Gordillo, los congresistas y los “aviadores” no tienen cabida en esta discusión porque se alejan del hecho que mi primer texto expone: el servicio que el magisterio, en las aulas o en sus plantones, tiene que hacer en favor de la sociedad. Y que yo prefiero que lo hagan en las aulas. Que es el lugar por excelencia del magisterio.
Es un infortunio que a veces, cuando discutimos un tema, nos alejemos de su centro y terminemos tratando sus concomitancias. No sus particularidades.
El tema de la educación en México nos da una muestra de eso: solemos tratarlo desde un ángulo cargado de romanticismo y, a veces, lo revestimos de un halo de sacralidad: “la educación, la única oportunidad de sacar adelante al país”. De ahí, a que veamos en el profesor al sujeto investido de una áurea santa para realizar esa tarea, y en el magisterio al ejército impoluto que lo apoyará en ella, sólo hay un paso.
Esa postura nos hace olvidar las cosas que son ciertas de la educación: por ejemplo, que es un derecho –una garantía, otra- que debe otorgar el Estado. Que para ello debe contratar sólo a profesionistas debidamente preparados; y que, a través de ella, el Estado reproduce una visión de sí mismo y de la forma en que concibe otros aspectos de la vida nacional: entre ellos, una parte del desarrollo. Otras partes son la convivencia social armónica y la conservación de un orden social específico.
De todo ello, no es difícil concluir lo siguiente: si dar educación es una obligación del Estado y para ello contrata profesionistas, éstos son sus empleados. Esa condición del profesor, la de ser burócrata, no ingresa en la concepción romántica del magisterio en las discusiones al respecto. Por poner un ejemplo, cuando otros burócratas, digamos, los policías, se ponen en huelga o hacen plantones la gente no reacciona igual que cuando el maestro lo hace. Pero ambos son burócratas y, como tales, tienen muchas similitudes.
Otro aspecto que escapa a esa concepción de la educación es que ésta se encuentra regulada acorde a los intereses del Estado que la otorga; desde ese ángulo, el profesor es un reproductor de la estructura y de la visión de sí mismo del Estado. Es otro enajenador.
Cuando los policías se ponen en huelga, nadie simpatiza con ellos porque a decir de sus detractores, éstos son parte del aparato de control del Estado y, sin embargo, olvidan que los maestros son parte de ese mismo aparato sólo que en un nivel más sutil –y profundo- el de la ideología y la cultura: el de la educación.
Lo que es más importante aún: el profesor y la educación ejercen en una de las zonas más sensibles y delicadas del tejido social: los niños y los jóvenes. Todos pasamos por un aula. Todos, “si sabemos leer esto es gracias a un maestro”. ¿O no? Gracias mil por ello.
Una vez vistos el profesor y su ámbito -el magisterio- como son, es decir, como una de las garantías que señala el doctor Santos, puedo retomar mi decir anterior: “El servicio educativo que (los profesores) nos deben como sociedad desde las aulas lo están prestando ahora en las calles: su protesta es por todos; ahora que los más vulnerables son ellos. Y he aquí la réplica de nosotros como sociedad: la violencia que padecen los maestros en sus centros de trabajo tiene su base en la forma en la que están organizados, en la forma en que laboran y en el enorme pedazo de presupuesto que juntos se llevan de las arcas públicas”.
El magisterio, aparte de ser educador es un filtro: forma para la vida en sociedad y detecta las anomalías sociales en su más prístino nivel: la niñez y la juventud. El olvido de esa parte de su tarea explica en buena medida la proliferación de jóvenes delincuentes y de otras anomalías sociales. Ni como burócratas, ni como agremiados, ni como ciudadanos los profesores detectaron ese peligroso entorno a tiempo, ni lo consignaron. O posiblemente si lo hicieron pero el Estado –su patrón- no les hizo caso; y entonces le dieron la espalda al problema. No se organizaron para atacarlo por otro lado ni dieron la voz de alarma en los medios o en las reuniones de padres. Sin embargo, ahora sí se organizan para protestar.
Y siempre se organizan para cobrar la quincena, para el jueves pozolero, para las fiestas, para obstaculizarse entre ellos y para apoyar a candidatos y funcionarios. Lamento contradecir al doctor Santos pero en la búsqueda de su provecho propio al profesor guerrerense no lo coacciona nadie. Por ello, que ahora tomen las calles resulta inmoral porque piden sólo por ellos algo que ellos no fueron capaces de otorgar y que, además, ni la federación ha podido garantizar a Guerrero ni al país: seguridad. En estos tiempos.
Aún con eso, creo que de esta coyuntura, el magisterio puede salir fortalecido; sólo si analiza su verdadero y profundo ser y papel social y si, dentro de su organización, asume la exigencia de una revisión eminentemente ética que lo revalore y lo fortalezca. Si los profesores no realizan estos cambios ¿quién lo hará? Creo que doctor Santos coincidirá conmigo cuando digo que, en el futuro cercano, al menos el Estado, no.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
Saludos a Robespierre Benicio a quien no tengo el placer de conocer pero que publicó en su espacio mi envío anterior. Espero que también publique éste. Vale.

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