miércoles, 3 de octubre de 2012

Acapulco, basura y economía III

Yo, ciudadano
Acapulco, basura y economía III
Gustavo Martínez Castellanos

En efecto, los miserables o eufemísticamente llamados “ciudadanos en situación de pobreza extrema” también tienen en el contenedor de la basura un alto en su camino. Con la diferencia de que es el único alto que hacen porque no tienen a dónde más ir: no tienen dinero para comprar cosas porque no trabajan porque no tienen empleo y porque tampoco van a la escuela. La historia me la contó un vecino que me preguntó si podíamos hacer algo por mover el contenedor hacia otro punto de la avenida porque se le partía el alma al ver diariamente a una mujer con dos niñas llegar al contenedor, subir y meter a una de ellas en él y después comer ahí mismo lo que la pequeña sacaba. Un día –relata- subió tan contenta escalando las bolsas de desperdicios que no pisó con cuidado, tropezó con el borde y cayó de cabeza al pavimento encharcado por aguas negras; y con ella, los bolillos duros y aún completos que había encontrado en el interior. La mujer la tomó del brazo, la levantó de un tirón, con un par de manotazos le limpió las aguas negras del miserable vestidito y de la misma forma sacudió los panes durísimos y los metió en una bolsa. La niña iba llorando al lado de su hermanita mientras su madre la halaba del mismo brazo y la arengaba a no ser tan tonta y fijarse por dónde pisaba. “Al día siguiente, le di una bolsa con lo que me había quedado de la comida anterior”, confesó afligida la esposa de mi vecino.
Quise conocer a esa pobre mujer, darle algo de comer, ayudarle de alguna manera y me mantuve al pendiente de su aparición, pero o la niña quedó mal con el golpe o iban de paso porque no la he visto; en cambio, tuve la oportunidad de observar a los otros visitantes del contenedor y de tomar algunas fotos, entre ellas la que acompaña a esta entrega cuya protagonista de alguna manera sustituye a la mujer y sus niñas porque también comió de lo que sacaba del recipiente.
Algunas noticias y nos alegran: “Acapulco al cien por ciento en ocupación hotelera”; “Millonaria derrama económica deja temporada vacacional”; “Se reúne el grupo de los veinte en Los Cabos”. Pero uno mira a esa mujer que se alimenta de desperdicios, o escucha una historia como la de la otra mujer y sus pobres hijas –puras mujeres- y no puede evitar preguntarse: ¿a dónde se van los millones de pesos de cada temporada vacacional? ¿Cómo llegamos a ser una de las veinte economías del planeta con estos niveles de miseria? ¿Quién se beneficia con cada “cien por ciento de ocupación hotelera”? ¿Sabrán los turistas que en Acapulco hay miseria extrema? Sabíamos que había mucha pobreza, pero no a esos patéticos niveles hasta que el departamento de limpia de mi ciudad puso frente a mi ventana ese contenedor de basura que no sólo a mí me ha abierto los ojos dándome lecciones de economía regional con una contundencia que difícilmente se podría obtener en una facultad. El contenedor hace aflorar otras taras de nuestros gobiernos locales. Hablaré de ellas en próximas entregas.
¡Buena suerte, señor alcalde!
Las cosas están tan mal en Acapulco que uno no puede hacer otra cosa que desearle mucha suerte a ese hombre que luchó por dirigirla durante cuatro comicios y por fin lo logró. No me refiero a los problemas financieros que dejó el retorno del PRI después de tres gestiones perredistas, sino al resultado de todo eso.
Un cargo devaluado
Los niveles de corrupción a los que llegó la administración de Félix Salgado Macedonio –y que los ediles de Convergencia a veces denunciaban- fueron tan altos que propiciaron el triunfo del PRI. Pero no sólo eso, el comportamiento de Félix, mientras fue alcalde, depreció la imagen del presidente municipal a grados tales que cualquiera podía hacer chistes crueles no de su mandato sino de él y decírselos en su cara y frente a las cámaras de televisión y no pasaba nada. Manuel Añorve aprovechó ese nicho de depreciación y dejó que se dijera de él todo lo que se quisiera mientras no lo indagaran ni lo detuvieran con marchas y plantones –o con reproches en el cabildo- en sus verdaderos planes: usar la primera silla edilicia de escalón hacia la gubernatura.
Limpiar la “H”
Walton tiene que devolverle la dignidad a su cargo. Tiene que revertir la imagen de sus antecesores y rescatar la Honorabilidad de este ayuntamiento para hacer valer su autoridad y poder poner orden; si en realidad quiere gobernar, no sólo pasársela bien como premio por los buenos servicios prestados a su partido exhibiendo mantas y cargando costales o escalar agazapado hacia la gubernatura. Ya vio como le fue a Añorve.
La asfixiante corrupción
La red de corrupción sostenida por los compromisos de los gobiernos anteriores sigue vigente. Ambos alcaldes metieron a sus “favoritos” a la administración y éstos siguen operando desde ahí. Algo peor: con ellos, la gente se acostumbró a arreglar las cosas a “la peor usanza”: la de un irresponsable perredista y la de un priísta de la vieja guardia. Vista así, la ciudad está hasta el cuello de corrupción: banquetas, calles, andadores y callejones vendidos a líderes de ambulantes; inspectores corruptos por todas partes; compadrazgos y hermandades tienen fraccionadas las áreas más productivas de la administración pública y de la ciudad y una rémora de analistas, comunicadores y cultureros que también exigen su parte a cambio de no golpetear la imagen de la ciudad. O la del alcalde. Aparte, el narco.
El cambio, desde sus raíces
Sin embargo, existe un problema mayor: la visión que de Acapulco campea en todas partes; ciudad de diversión, boato, entretenimiento, disipación; todo resumido en una palabra: “turismo”; en ella, parece ser que todo mundo encuentra la solución a todos nuestros problemas y nadie analiza otras vertientes. Por ejemplo, el nivel cultural y la enorme necesidad que la ciudad y su población tienen de poseer una visión real de sí mismos. La cultura en Acapulco, debe dejar de operar como si aún anduvieran Miguel Alemán o Luis Echeverría fraccionando terrenos y repartiendo la sal de la salud y del progreso por nuestras calcáreas calles.
Si Walton quiere sacar adelante a Acapulco tendrá que profundizar en lo que somos y desde ahí trabajar por un cambio porque nadie ama lo que no conoce, nadie lucha por lo que no es suyo. Nadie va a hacer por Acapulco lo que sólo los acapulqueños podemos hacer por él. Buena suerte a Luis Walton. La va a necesitar.
Más del IGC
Llegaron a mi correo las convocatorias para el concurso Maria Luisa Ocampo y para el PECDAG pero aún no me llegan los nombres del jurado del último certamen del IGC; ¿cómo participar con certeza si ocultan a sus propios jueces?, ¿se avergonzarán de ellos?
En las doradas páginas de El Sur, el IGC felicitó a dos jóvenes -que no formó-  y que ganaron una beca del FONCA; y a uno que de repente ganó en poesía el “María Luisa Ocampo”, de repente fue nombrado funcionario del IGC y siendo burócrata concursó para la beca del FONCA y la ganó. Con él, en el colmo del cinismo, el IGC felicita su propia red de corrupción. Señor gobernador: ¿cuánto nos costará el viaje de la Frausto a Bélgica?
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
 











1 comentario:

  1. "Antes de hacer público el juicio sobre una acción o una persona, sería conveniente, en pos de la buena convivencia, que nos tomemos un poco de tiempo para reflexionar sobre los hechos juzgados, la relatividad de nuestros valores y las consecuencias que traen consigo la manifestación de las sentencias que promulgamos de manera tan abierta y convencida. Tan dados somos los seres humanos a castigar y tanto es el placer que nos causa impartir justicia que no nos tomamos el trabajo de poner en duda el sentido de nuestras opiniones. Nadie quiere perderse la oportunidad de ser parte de un jurado o de representar el papel de verdugo. El placer de convertirse en un héroe moral y de encarnar por un momento la figura del justiciero es algo que por lo regular no quiere perderse nadie".

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