viernes, 10 de diciembre de 2010

No salir de noche II


Yo, ciudadano
No salir de noche II
Gustavo Martínez Castellanos

Las noches del 26 y 29 de noviembre en Acapulco tuvieron esa atmósfera de miedo que seguramente vivió el hombre en su etapa lítica, en el medioevo o en esos escenarios nórdicos en los que una presencia negativa deambula por los espacios humanizados. La ajetreada avenida Ruiz Cortines, que es mi referente urbano más próximo, se veía solitaria el día 26 a las nueve p. m., hora en que de casi todos los estudiantes salen de las escuelas.
Lejos de la algarabía de los jóvenes transitando libres y jocosos por las aceras, ajena a su acostumbrada neurosis de cláxons y músicas sobrepuestas, extraña a su estampa de señoras en los quicios cuidando a sus hijos que juegan en los callejones; ésta, una de las vías más transitadas de Acapulco, se fue quedando callada y sola conforme el día acababa.
Tal vez también las avenidas Cuauhtémoc, Niños Héroes, Ejido, Constituyentes, Miguel Alemán, Vicente Guerrero, Pie de la cuesta, se fueron vaciando al ritmo que lo hacía Ruiz Cortines porque muchos de mis vecinos que trabajan hasta las nueve -y casi siempre llegan entre diez y once de la noche a sus moradas- a las nueve y media ya tenían el auto estacionado en la acera y las luces de sus casas encendidas.
A veces nos saludamos de ventana a ventana y, en ocasiones, hasta hemos charlado -a gritos- para evitar bajar hasta la calle. La noche del 26 de noviembre, pude apreciar que muchos de ellos cenaban con sus familias, aun cuando fuera “muy temprano” o jugaban y compartían el tiempo en otros menesteres… con la televisión apagada.
La zona en la que vivo forma una cuenca; desde ahí se puede ver casi toda la bahía y, aunque resulte inverosímil, en las altas horas de la noche se puede escuchar las sirenas de ambulancias y patrullas de la calzada Pie de la Cuesta; y, en temporada de lluvias, las que transitan por la Mira que, además, pueden verse. El cerro de la Bufa, que conocemos como del “Tanque”, nos impide ver desde el parque Papagayo hasta Icacos, pero muchos ruidos urbanos que a deshoras emite la Progreso son altamente identificables: embotellamientos, arrancones, sirenas de ambulancias y patrullas y choques. Tiroteos. La noche del 26 todo eso se apagó. Reinó, sin exagerar, una paz bucólica. No miedo, sino un recogimiento como no se sentía desde que en esta zona no había ni escuelas ni hospitales. Menos aún autos y camiones con música a volumen ofensivo. La luna, menguante, enrojecida y ensimismada, dio a esta noche una atmósfera gótica y, a cambio, elaboró una estela de luz por la que horas más tarde se deslizó lentamente un hermoso e incontestable lucero.
Lejos de sus locuras, la ciudad respiraba, dormida. Quizá arrullada por el tumbo de sus playas y el vaivén de la brisa que aún puede filtrarse entre la muralla de edificios que trazan costera. Este retorno en el tiempo puede volver a través de la sicosis nacido de otro mensaje en la web que orille a todo mundo a encerrarse en sus moradas después signar su puerta contra esa plaga bíblica que es el terror que el narco ha inoculado en el país.
Pero es imposible hablar de “pérdidas”. Aunque se dice que Acapulco vive del turismo, -y muchos añadimos: “y de los salarios del mercado cautivo avecindados en la ciudad, formado por  los cientos de miles de burócratas de los tres niveles”-, una noche como la del 26 de Noviembre –después de un fin de semana largo (13, 14 y 15)- no puede representar pérdidas que pongan en riesgo a la llamada actividad económica prioritaria de Acapulco. Y no puede hacerlo porque -a decir de los mismos turisteros- este mes se llama “novhambre” que con “septhambre” y “octhambre” forman su lapso de hibernación.
Por eso, resulta interesante observar las campañas de “promoción” que las oficinas de turismo realizan. Me parece especial una que intenta limitar el uso de las redes sociales; se llama: “Yo no lastimo Acapulco” y en ella se pide que no se reenvíen textos en los que se habla mal de nuestro puerto para no afectar a la industria turística.
Me parece interesante porque hasta ahora ninguna dependencia ha hecho una campaña similar que vele por los intereses de los niños víctimas de la prostitución infantil o del consumo de drogas. O por inanición por miseria extrema. O por los campesinos reprimidos por las políticas de estado o por los presos políticos y de conciencia. Cuando se observan campañas así ya sabemos en realidad qué sí le importa a nuestros gobiernos.
Por ello, en una entrega anterior ponderaba la buena disposición del alcalde José Luis Ávila por haber hecho esas dos puntualizaciones que deben ser antes que los promocionales turísticos: el cuidado de los ciudadanos todos ante la ola de violencia que vive el país y el cuidado de todos nuestros empleos: comerciantes, zapateros, magisterio, sastres, albañiles.
Derivado de esa advertencia a tiempo, el mensaje que en la web decía que ese fin de semana habría una purga sangrienta en Guerrero y en Morelos no propició nada más que la noche serena que vivimos: no hubo tiroteos, ni ambulancias, ni  patrullas apresuradas. Y si las hubo, no se percibió la violencia. Es más, en la Ruiz Cortines nadie vio convoyes de soldados ni de PFP’s como en otras emergencias y, hasta que alguien diga lo contrario, no sabremos si la advertencia del alcalde fue eficaz o sólo sirvió para generar un clima de incertidumbre que nadie desea. Menos aún en tiempos electorales.
Porque en Acapulco, desafortunadamente, hemos olvidado –porque nos han obligado a ello- que nuestra hospitalidad -la original, la nuestra-, contemplaba también el bienestar del visitante. Su cuidado: “Llegó bien, tiene que regresar mejor”. Hace medio siglo éramos, más que un pueblo turístico, un pueblo de buenos samaritanos. Hoy, la forma de hacer turismo es otra: ocultar la realidad lacerante que vive el país y, con la táctica del avestruz, intentar que se olvide la muerte de 20 michoacanos inocentes y el secuestro del ex rector Arturo Contreras, aún sin resolver. Lo que es peor, se pretende hacer creer a nuestros visitantes que “en Macondo no pasa nada” y no se les advierte lo que puede pasar. Eso es inhumano: se les cancela la oportunidad de elegir. Se les invita a venir a  ciegas.
Sí, las campañas de desprestigio existen, como existe la perversidad; pero también existen el criterio, la madurez y la capacidad de elección: ocultar que no hay sitio seguro en México no es sano. A contrapelo, existe el liderazgo y en ese rubro, este gobierno tiene la oportunidad de demostrar que sabe gobernar sin mentiras ni trasfondos y sobre ello sostener toda la actividad económica del municipio: desde la turística hasta la campesina, sin que uno solo de sus ciudadanos y visitantes resulte lastimado. ¿Podrá? Mejor dicho: ¿Querrá?
La noche del 26 no fue la noche de los tiempos. (Ni la del 29, incluida en la amenaza de la web). Ninguna noche puede serlo en una sociedad que basa su organización en la valoración de sus fortalezas y el conocimiento de sus debilidades. Como las glaciaciones, esta época de terror también pasará. Evitemos vernos después como aquellos que propiciaron los estropicios que se  pudieron evitar si se hubiera hecho uso de la razón y la información a tiempo. Nadie quiere violencia en su vecindario. Y nadie quiere entrar a ciegas a un vecindario lastimado por la violencia. En todo caso lo sano es que cada quien lo haga bajo su propia responsabilidad. Al respecto, y como lo señalamos en Agenda Guerrero, en el discurso de los candidatos a gobernador existe una visible ausencia de análisis y propuestas al respecto. Continuamos a la espera de escuchar su visión.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
Este sábado, en Agenda Guerrero, (RTG, 21:00 hrs) “Los derechos ciudadanos”.
Elaborado 01122010

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