viernes, 1 de abril de 2011

Primero de abril: la asunción


Yo, ciudadano
Primero de abril: la asunción
Gustavo Martínez Castellanos

Mi enlace lo había adelantado por teléfono: “En el Congreso no va a haber acceso. Al mismo gobernador le han limitado los espacios para sus invitados; no te van a dejar entrar, nos vemos en Palacio”. Pero no hice caso; como siempre. Pero esta vez porque va a estar muy difícil que a mis años vuelva a ver que un gobernador repite en el cargo.
Así que, una vez en Chilpancingo, me dirigí al Congreso. Nunca pude llegar a sus puertas: varias cuadras antes, vallas custodiadas por policías estatales y municipales se lo impedían a todo mundo. Así, es imposible cronicar nada que valga  pena.
Toda el área estaba acordonada. En el aire, un insistente helicóptero daba vueltas sobre el sector. Empero, a pesar de que los uniformados llevaban su armas de cargo y que los radios repetían con delirio claves y órdenes, había en el ambiente una aire de fiesta pueblerina. En la explanada del edificio de gobierno, ondeaba majestuosa la bandera nacional y un grupo ejecutaba salsas y otros ritmos.
Pero el entorno el Congreso estaba más animado: grupos de gente con pancartas y mantas de felicitación al gobernador, bandas que ejecutaban aires regionales. Megáfonos que coreaban consignas de apoyo. Vendedores de tacos, aguas y helados. Un sol que empezaba a disfrutar a plenitud la primavera. Allá, en una esquina, blanco como él solo, de saco y corbata, Ramón Almonte, ejerciendo ya como Secretario de Seguridad Pública. Sentí una simpatía repentina por él al verlo absorto, con el celular pegado a la oreja dando órdenes y recibiendo informes. Lo saludé de pasada y él me extendió su blanquísima mano y me obsequió un abrazo. Lo felicité. Después le hablé al enlace, él ya estaba dentro: “No puedo salir, nos vemos en Palacio”, dijo y colgó. Sin embargo, alcancé a escuchar la voz de Aguirre y calculé que ya había tomado protesta. ¿Y las megapantallas de siempre para estos eventos? No, pos ni que fuera el mundial y jugara el Tri. Continué caminando y llegué hasta el monumento en el que Ruiz Massieu parece mirar reflexivo el tráfico que lo rodea. Daba la impresión de estar pensando en la forma de saltar las vallas. Ni lo intentes. Saludé a algunos amigos y me puse a platicar con Kau. El sol, en su punto. La gente, inamovible. Chilesfrito, en cada esquina y, allá, tras las vallas, el Congreso cerrado a piedra y lodo.
Vamos a comer algo ¿no? Sale. Nos metimos en una fonda de pollo sinaloense. Ahí, con los demás comensales, escuchamos el discurso del ahora gobernador. Era raro verlos reír oyéndolo, como cuando dijo que llevaría “obras a Ometepec, bello nido de infinitas ilusiones” o cuando saludó a su amigo “el gobernador de Oaxaca, Gabino Olea”; relajados todos, con esa brizna de alegría que era imposible esbozar en los mensajes o informes oficiales de los gobernadores anteriores. Cuando Aguirre acabó, Kau y yo nos dirigimos a Palacio y creo que nos cruzamos en el camino con la camioneta del ahora gobernador. Una enorme caravana custodiada por policías fuertemente armados. El sol, canijo, duro. Gozándola. En la explanadota sólo la bandera brindaba sombra (no hay árboles). A los extremos, enormes tiendas con refrescos y comida. En cada azotea, francotiradores. El helicóptero. Marqué el número del enlace pero había apagado su celular. Ya me dejó afuera. Pero yo no era el único, afuera también andaban Pedro Julio Valdés quien caminaba eludiendo a la gente con una prisa sin cotos. Misael Habana, que se quejó con nosotros de la insania de la comunidad cultural. Sebastián de la Rosa, a la sombra de unas escaleras. Félix Salgado y Juan Angulo a merced del sol. Hay democracia. Media hora después, Aguirre subió al estrado, cuando el sol, de plano, ya mordía y, como en las fotos de graduación, detrás de él, se ubicó su gabinete. Tomó el micrófono y amenazó con nombrarnos sus representantes en cada región. Luego ofreció cambiar “La cumplidora” por   la “Guerrero cumple”. Después, como un rockero, subió a tres galileas de Copala a cuyo sabroso decir tuvo que replicar: “La elección ya pasó, debemos mirar hacia adelante”.
El sol, carajo.
Después de otras frases chuscas -relajado y feliz-, abandonó el podio, se metió al edificio central y dejó a todo mundo con las ganas de estrecharle la mano. Quien cubrió esa parte ya tradicional de las asunciones –el besamanos había sido un mes atrás ante Humberto Salgado- fue doña Laura que en un sobrio pero elegante vestido rojo se acercó a las vallas y no sólo extendió su suave mano para que quien deseara saludarla lo hiciera sino que recibió peticiones, santitos y bendiciones. Y firmó autógrafos.
Amaury Pérez empezó a cantar acompañado por su guitarra; luego, sin la guitarra porque el equipo de sonido se averió. Fue cuando se abrió una fisura entre las vallas por la que muchos nos colamos. Me detuve hasta el salón Ignacio M. Altamirano. Después de un abrazo le pregunté a López Rosas por el enlace; me dijo: Se fue hace rato. Y yo allá afuera quemándome. Angulo, Félix y Jiménez Rumbo en gran chorcha. Edecanes en minis blancos (algunas sin zapatos) descansaba en el sillerío vacío del evento de Firma de Convenios. Frente a los baños de hombres, la fuente de bebidas. Personas en saco y corbata por todas partes. Acentos foráneos. Poco pueblo. Periodistas a pasto. Políticos y funcionarios. De pronto, un revuelo: Humberto Salgado sale deprisa del privado en el que presumiblemente ya despacha Aguirre y nadie puede detenerlo: El gobernador quiere que vaya yo, dijo y bajó las escaleras con una agilidad que aniquila sus canas.
Nuevamente la calma. Poco después, el tedio. Me acerqué al privado y pregunté por el gobernador: Está ocupado con unos embajadores, dijo el portero con una circunspección que le impuso una librea instantánea.
Las bellas ingresaron a la fuente de bebidas y salieron poco después. Detrás de ellas, por las escaleras, se deslizaron varios jóvenes con gafetes de prensa. Angulo, Félix y Rumbo también se habían ido ya y la sala adquirió su clima anodino de antesala de oficina pública. Algunas personas se acercaron a la puerta del privado y, después, resignadas, se dirigieron a la escalera. Minutos más tarde, cuando sentí que mi temperatura se había regularizado –y que iniciaba a arderme la piel- también tomé la escalera. En el lobby repasé los bustos de los gobernadores. Vi el de Aguirre: ¿Dónde pondrán el otro?
Afuera, abril brillaba como si nunca hubiera sido. Amaury y su  guitarra muda se habían marchado ya, en el otro tapanco un grupo cubano interpretaba un son montuno. Una hermosa negra, seguramente costachiquense, dejaba que su cuerpo se moviera al ritmo de la pieza en concordancia con sus profundos ríos  anímicos: mayambé. Shangó. En medio de la plaza, una bandera de gente bajo la sombra de la bandera nacional. Hermosa sombra.
Allá, en la calle, los autos, los vendedores, la gente que regresa de la escuela con sus hijos y con el mandado. La vida.
Cambiamos de gobernador en santa paz. La voz de Aguirre, sus chistes, su campechanería (costachiquencería), nos habían dado la certeza de que gobernar no es difícil cuando se hace con experiencia y buena voluntad. Para un pueblo como el nuestro basta y sobra con eso y con saber que allá, en la soledad y el silencio de aquella oficina, trabaja ese hombre que conoce como pocos en Guerrero de política y del oficio único de gobernar.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

3 comentarios:

  1. Se agradece, sobre todo, la tranquilidad con la que ha ocurrido, señal de los buenos tiempos que nos esperan, ahora, sólo le queda a nuestro flamante gobernador, hacer lo que sabe hacer. Y bien.

    Se agradece la crónica, los matices y los colores que se viven a través de su texto.

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  2. REFERENTE A LA TOMA DE POSECIÓN DEL NUEVO GOBERNADOR DEL ESTADO DE GUERRERO Y LUEGO DE HABER VISTO DOS NOTICIEROS TELEVISIVOS; LEER AL FINAL DEL DIA "Primero de abril: la asunción", ME HACE DECIR, GRACIAS MAESTRO, PORQUE CON EL DESARROLLO DE ESTA DINÁMICA CRÓNICA, ME LLEVASTE "DE LA MANO" A ESE ASOLEADO RECORRIDO POR LA CAPITAL GUERRERENSE.

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  3. Una excelente crónica.
    Ojalá dejen gobernar a Aguirre. Deberá cuidarse sobre todo de un mal generalizado en nuestro Estado: el “Síndrome de Yago”.
    El que lo padece, consideran una afrenta no haber sido los elegido para el cargo; creen valer más y merecer el puesto.
    Los he padecido: no descansan hasta aniquilar, valiéndose de intrigas, al más bondadoso. Ah…curiosamente se dicen sus amigos y envenenan su alma hasta lograr que él mismo cause su destrucción.

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