Yo, ciudadano
Carlos Fuentes: el
último de los grandes
Gustavo Martínez
Castellanos
La repentina muerte de Carlos
Fuentes generó una serie de opiniones que transitaron del estupor a la
tristeza, del pasado a lo moderno, de lo literario a lo cultural y que
erigieron el monumento verbal que siempre mereció como el mexicano universal que
era. “De la talla de Alfonso Reyes” según Carballo. Como el escritor que
observó que México “se sintió moderno aún sin haber resuelto rezagos del siglo
XVI”, como lo asentó Pacheco.
Christopher Domínguez fue quien dijo
que Fuentes provocaba a los mexicanos “al haber hecho de México el centro
obsesivo de su obra”; y aunque Carballo entendió que Fuentes sólo compartió
“con la atmósfera filosofante de su época esa obsesión ontológica por la
mexicanidad”, y a cuyo “enigma genésico del Mexicano” respondió con La región más transparente, es evidente
que su preocupación atraviesa su obra, desde su primer libro: Los días enmascarados, hasta La silla del Águila en la que no ceja de
interpretar lo sígnico y lo ctónico desde lo político e histórico del mexicano
como una analogía mayor.
Inmerso en el
azoro por el país que descubrió en su adolescencia y que le pertenecía por
herencia paterna (nació en Panamá en 1928 pero vivió en varios países en donde
su padre fungió como diplomático) nunca dejó de analizar a México. De vivirlo,
(sus correrías nocturnas por la capital del país de los cincuenta son proverbiales).
De reinventarlo: desde sus mitos, sus sustratos, su cine, hasta su
espiritualidad. Su Cultura.
En ese andamiaje,
Acapulco jugó un papel cuya importancia exige un análisis profundo. En “Chac
Moll”, primer cuento del libro que inaugura su operística, Acapulco es el
primer topónimo de un edifico literario cuya toponimia es la más grande de la
literatura mexicana. Fuentes describe nuestra ciudad como una “obsesión”:
lineal, vacua; erigida para que la incipiente y poderosa clase burocrática
mexicana se divirtiera y se exhibiera.
La idea reaparece en “Paradise in the tropics” de La región más transparente y, más tarde, en una de las entradas de La muerte de Artemio Cruz, donde el ex
revolucionario, que amasó dinero y poder al afiliarse y servir con lealtad al
partido en el poder ahora también es dueño de un país al que renta u oferta a
extranjeros a cambio de iterativos cohechos.
Acapulco,
paradójicamente no ingresa a esa “obsesión” por México; Acapulco para Fuentes
es un pedazo de patria herido indefenso ante los modernizadores y depredadores inversionistas
extranjeros y nacionales: “Antes todo esto era hermoso y limpio, podías bañarte
desnudo y nadie te decía nada”, dice uno de sus protagonistas; otro replica: “Y
antes tú estabas chamaco, chamaco”. Ese Acapulco prístino que nunca volverá, sin
embargo, seguía siendo visitado por Fuentes como lo constatan “Apolo y las
putas” y García Márquez quien siempre le agradeció que lo acompañara al puerto
y le solucionara sus problemas migratorios cada vez que requería regresar a
Colombia. Como él, este 2012, Fuentes cumpliría 84 años. No llegó al 11 de noviembre.
Ni a recibir el Nobel.
Mexicano,
latinoamericano universal. Fuentes, el último de nuestros grandes artistas del
medio siglo, nos deja su intensa y profunda obra: novelas, cuentos, ensayos;
sus lecturas de Vicco y de Bajtin; su Terra
nostra y Su valiente mundo nuevo, desde
los que, filosófico intenta desentrañar el futuro de su América. Con sus libros y su vida nos queda también la certeza de
que sólo aquel que es capaz de describir su aldea puede describir al mundo; y
que si no fuera una obsesión para los mexicanos, México no existiría.
Descanse
en paz
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
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