martes, 15 de mayo de 2012

Carlos Fuentes: el último de los grandes


Yo, ciudadano
Carlos Fuentes: el último de los grandes
Gustavo Martínez Castellanos

La repentina muerte de Carlos Fuentes generó una serie de opiniones que transitaron del estupor a la tristeza, del pasado a lo moderno, de lo literario a lo cultural y que erigieron el monumento verbal que siempre mereció como el mexicano universal que era. “De la talla de Alfonso Reyes” según Carballo. Como el escritor que observó que México “se sintió moderno aún sin haber resuelto rezagos del siglo XVI”, como lo asentó Pacheco.
Christopher Domínguez fue quien dijo que Fuentes provocaba a los mexicanos “al haber hecho de México el centro obsesivo de su obra”; y aunque Carballo entendió que Fuentes sólo compartió “con la atmósfera filosofante de su época esa obsesión ontológica por la mexicanidad”, y a cuyo “enigma genésico del Mexicano” respondió con La región más transparente, es evidente que su preocupación atraviesa su obra, desde su primer libro: Los días enmascarados, hasta La silla del Águila en la que no ceja de interpretar lo sígnico y lo ctónico desde lo político e histórico del mexicano como una analogía mayor.
Inmerso en el azoro por el país que descubrió en su adolescencia y que le pertenecía por herencia paterna (nació en Panamá en 1928 pero vivió en varios países en donde su padre fungió como diplomático) nunca dejó de analizar a México. De vivirlo, (sus correrías nocturnas por la capital del país de los cincuenta son proverbiales). De reinventarlo: desde sus mitos, sus sustratos, su cine, hasta su espiritualidad. Su Cultura.
En ese andamiaje, Acapulco jugó un papel cuya importancia exige un análisis profundo. En “Chac Moll”, primer cuento del libro que inaugura su operística, Acapulco es el primer topónimo de un edifico literario  cuya toponimia es la más grande de la literatura mexicana. Fuentes describe nuestra ciudad como una “obsesión”: lineal, vacua; erigida para que la incipiente y poderosa clase burocrática mexicana se divirtiera y se exhibiera. La idea reaparece en “Paradise in the tropics” de La región más transparente y, más tarde, en una de las entradas de La muerte de Artemio Cruz, donde el ex revolucionario, que amasó dinero y poder al afiliarse y servir con lealtad al partido en el poder ahora también es dueño de un país al que renta u oferta a extranjeros a cambio de iterativos cohechos.
Acapulco, paradójicamente no ingresa a esa “obsesión” por México; Acapulco para Fuentes es un pedazo de patria herido indefenso ante los modernizadores y depredadores inversionistas extranjeros y nacionales: “Antes todo esto era hermoso y limpio, podías bañarte desnudo y nadie te decía nada”, dice uno de sus protagonistas; otro replica: “Y antes tú estabas chamaco, chamaco”. Ese Acapulco prístino que nunca volverá, sin embargo, seguía siendo visitado por Fuentes como lo constatan “Apolo y las putas” y García Márquez quien siempre le agradeció que lo acompañara al puerto y le solucionara sus problemas migratorios cada vez que requería regresar a Colombia. Como él, este 2012, Fuentes cumpliría 84 años. No llegó al 11 de noviembre. Ni a recibir el Nobel.
Mexicano, latinoamericano universal. Fuentes, el último de nuestros grandes artistas del medio siglo, nos deja su intensa y profunda obra: novelas, cuentos, ensayos; sus lecturas de Vicco y de Bajtin; su Terra nostra y Su valiente mundo nuevo, desde los que, filosófico intenta desentrañar el futuro de su América. Con sus libros y su vida nos queda también la certeza de que sólo aquel que es capaz de describir su aldea puede describir al mundo; y que si no fuera una obsesión para los mexicanos, México no existiría. 
Descanse en paz
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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