Yo, ciudadano
Escudero: Carta a la
alcaldesa de Acapulco
Gustavo Martínez
Castellanos
Este domingo mientras caminaba por una
banqueta de Juan R. Escudero vi que había desparecido la placa que indicaba que
en ese sitio había estado la casa de Escudero.
Hace un mes y medio que la quitaron,
me dijo un empleado de una tienda ubicada en los terrenos de la que fuera morada
de los Escudero Rentería. Mucha gente nos pregunta quién fue, pero nosotros no
sabemos nada, hay quienes hasta se enojan, nos reclaman que por qué permitimos
que se la llevaran, pero una mañana, cuando llegamos a trabajar, ya no estaba.
Se ve que la arrancaron a la fuerza porque los pernos están torcidos, observó
otro, eso indica que seguramente no la van a regresar. A lo mejor la venden por
kilo. Lástima.
En esa casa, entre Cinco de Mayo y
Galeana, nacieron y se criaron Juan, Felipe y Francisco Escudero Rentería,
hijos de un comerciante santanderino y una ometepequense.
De esa casa salió Juan para abordar
un vapor que lo llevaría a California a estudiar administración de empresas. A
esa casa regresaría poco después con la idea de implementar aquí los avances
sociales y económicos que aprendió en su estancia allá.
Cuando empezó su vida política, vivió
en otra parte, pero esa casa fue punto de reunión en la lucha por democratizar
al puerto y por cambiar su destino de coto de poder económico y político de un
grupo de capitalistas locales. Ahí convaleció del atentado que casi le cuesta
la vida y que lo dejó semiparalítico.
Hacia 1997, sobre Galeana, el
terreno aún conservaba una pared de adobe con teja de una sola agua. Se
deterioró con Paulina. Después de vendido el predio, la pared finalmente fue
demolida. En su interior, durante muchos, años hubo un estacionamiento, en el
lugar en el que posiblemente estuvieron la caballeriza, el pozo artesiano y el
patio desde donde seguramente la madre de los tres hermanos les dio el último
adiós con la señal de la cruz en alto pensando que lo que había hecho los
salvaría de morir. Fatal error.
Convencida por un párroco amigo de
que ella no alcanzaría paz, ni su familia, ni la ciudad, ni la región mientras
Juan anduviera “soliviantando a la gente”, doña Irene le suplicó a Juan y a sus
hermanos que se entregaran, y amenazó con que, de no entregarse, ella se
echaría de cabeza al pozo artesiano para quitarse la vida.
Movidos por el amor a la autora de
sus días y por su llanto, accedieron. De esa casa fueron sacados por los
soldados para llevarlos detenidos al calabozo del fuerte de San Diego el 15 de
diciembre de 1923. De ahí fueron sustraídos la madrugada del 21 para ser conducidos
a la ciudad de México para ser juzgados por sus “delitos”. Nunca llegaron. En la Venta el Aguacatillo (un
punto sobre la carretera, antes de la caseta de la Autopista del sol)
fueron cobardemente acribillados.
Las paredes de esa antigua casa
seguramente conservaban el eco del llanto que doña Irene profirió al saber la
noticia. Esa casa pertenecía a la historia de nuestra ciudad y, en su ausencia,
la placa que señalaba su existencia es parte sublime de nuestra herencia
histórica y espiritual; pilar de nuestra identidad y nuestro sentido de
pertenencia. Orgullo y honor.
A través de ésta, pido a la
autoridad máxima de nuestra ciudad que cumpla con la alta encomienda de
garantizar la seguridad de nuestros monumentos históricos y restituya la placa al
lugar del que fue sustraída. Esperamos que nada de esto tenga que ver con el
plan de rescate de esta zona de la ciudad, porque de ser así, sentaría un
pésimo precedente.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
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