domingo, 24 de junio de 2012

La cartografía del desastre 2


Yo ciudadano
La cartografía del desastre 2
Gustavo Martínez Castellanos

Un joven deja su pueblo, llega a Acapulco. Como no sabe trabajar en ninguna de las ramas de producción local ofrece su fuerza de trabajo no calificada y mira que lo que gana no es suficiente para alcanzar un buen nivel de vida. Un día pide permiso para lavar camiones urbanos, se le concede porque no pide ni sueldo ni prestaciones. Luego asciende a “chalán”; se hace amigo del chofer sirviéndole en todo y así consigue que le enseñe a manejar el camión. Más tarde lo cubre y, finalmente, cuando el dueño del vehículo tiene problemas con otro chofer lo pone al cargo. No ha conseguido el nivel de vida esperado pero ahora domina un vehículo de tres toneladas cuyo motor le permite acelerar en las rectas del entramado vial de Acapulco y apartar a todo mundo aventándole la unidad. Un día atropella a alguien, lo sabe: si lo deja vivo, tiene que pagar de por vida; si no, sólo una vez. Elige esta opción. Misteriosamente, a pesar de que todo señala su responsabilidad, el ministerio público no lo encuentra culpable ni lo detiene, ni a él ni al camión que manejaba. Seguramente cualquiera de nosotros se ha topado con él alguna vez.
Esta historia se repite en otros niveles y rubros: con la misma impunidad alguien pone un puesto de dvd’s o cd´s en la banqueta; o extiende su restaurante hacia el mar; o pone a indígenas a vender artesanías, quesadilla, mariscos, plumas, bronceador; o a dar masaje y no hay autoridad que rescate esos espacios porque con el tiempo han “generado derechos”
Empero, el problema no son esas personas que buscan cómo ganarse la vida, sino quienes no vigilan que ese derecho no lastime los intereses del resto de la ciudad y permiten que operen con toda impunidad porque de cada líder de cada grupo, reciben una “tajada”.
Como por cada policía, los altos mandos reciben también las suyas.
Esta línea de corrupción funciona en ambos sentidos y es inmensa. Y ocupa casi todo el espectro productivo de la ciudad: desde talleres de cualquier actividad y tiendas que arrojan sus desechos al drenaje o cantinas que expiden alcohol adulterado y contratan menores de edad, hasta escuelas “patito” que “gradúan” ipso facto a quien sea.
La corrupción es el lubricante que mueve una ciudad a la que viene todo mundo a hacer dinero. Tanto los depauperados como el gran empresario que promete invertir pero que a través de “padrinos” y amigos en el poder consigue todo sin dar nada a cambio.
El problema, sin embargo, es mayor: nuestros recursos naturales, la ecología, la belleza, la limpieza, cada vez son menos; los servicios escasean y la población en etapa altamente productiva ya está buscando una plaza de maestro, una banqueta o un metro de playa en donde poner un puesto de lo que sea. Dinero fácil.
En el debate de los candidatos a gobernar Acapulco ninguno expuso el ingente problema que ya es la ciudad y sólo prefiguraron entre acusaciones mutuas el tremendo entorno que anticipa al desastre y de paso –para ganar adeptos- la idea de que tienen todas las soluciones en el bolsillo. Con ello sólo ocultan que el problema no está en la gente sino en el modelo económico nacional, generador de pobres y de carne de elecciones.
Uncido a una economía que aún funciona acorde a los tiempos políticos de nuestro centralismo, Acapulco, como puerto turístico, tiene un pie en el abismo. Como ciudad, tiene muchas soluciones, pero falta que quienes lo gobiernan quieran en realidad rescatarlo.
Una forma sería ampliar sus miras y abrirse al diálogo. Sólo para empezar.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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