Yo ciudadano
La cartografía del
desastre 3
Gustavo Martínez
Castellanos
Vemos el cuadro de O’Gorman en el
lobby de la
Torre Latinoamericana en el Distrito Federal y no podemos
casar la idea de aquél entorno idílico del valle de México antes de que
ingresara al universo de la cultura occidental con la ciudad que ahora es.
Acapulco acaba de recibir oxígeno
desde el gobierno del estado que por todos los medios a su alcance busca
“rescatarlo”. Desgraciadamente, para ello ha puesto lo más valioso de su
patrimonio cultural, su identidad, a los
pies de la visión cultural de la capital del país. Atraer ese mercado es, en
buena medida, una forma de llenar de turistas al puerto, aunque no tengan un
alto poder adquisitivo ni dejen divisas. Además, ha invertido en infraestructura
y ha realizado mucha promoción en los mercados nacionales más rentables. Pero
eso no ha sido suficiente. Como no lo fueron campañas tales como “Habla bien de
Aca”, ni todas las ofertas que algunos empresarios y el mismo gobierno
expusieron para que el puerto no colapsara. En efecto, no tocó fondo, pero no
se ha recuperado ni ha alcanzado los niveles de ocupación que los gobiernos suponen
en sus proyectos.
Sin embargo, no se les puede culpar
de no ser eficaces; la ciudad creció a tal grado que como en el antiguo valle
de México, sepultó el paisaje, eclipsó la postal idílica y perdió su identidad.
Es bizarro escuchar a Hugo Stiglitz hablar de “Acapulquito”.
Acapulco es una ciudad con problemas
muy complejos sin soluciones a la mano. En primer lugar porque no se asume como
ciudad, sino como centro recreativo. En segundo, porque todo el aparato
productivo y la visión administrativa de estado tienen como única mira al
turismo. En tercero, porque su infraestructura está muy deteriorada: no es lo
mismo un antiguo castillo europeo recientemente adaptado como hotel que
edificios de más de cincuenta años que no han tenido mantenimiento desde hace
veinte. En cuarto lugar, porque la investigación en materia de turismo no ha
crecido ni se realizado innovaciones: exportamos hasta las ideas. Y en quinto
lugar porque sociológicamente tampoco tenemos conocimiento del problema ni de sus
estratificaciones ni de sus soluciones.
El Distrito Federal, lo sabemos,
tiene las más altas instituciones de investigación y de análisis del país. Es la
sede de los poderes federales. Allá llega todo lo que el país produce. Y es el más
abigarrado vecindario de intelectuales del país. En Acapulco, no tenemos nada
de eso, y si existe un grupo intelectual, se ha puesto al servicio de las
mismas miras que tienen la empresa y el gobierno: el turismo.
Cuando escuchamos a los candidatos decir que
quieren recuperar Acapulco o que son acapulqueños fieles, sabemos perfectamente
que tienen una idea turística de la ciudad. Ninguno ha criticado el entreguismo
cultural del IGC, ni la apatía cultural del gobierno municipal. Y ninguno ha reconocido
lo que han aportado sus partidos al desastre que hoy es Acapulco. Sabemos que
quieren ser parte de la solución, pero no vemos cómo puedan solucionar nada si
sus discursos no profundizan en el ser interno de la ciudad ni en el ser único
de ese fenómeno irrepetible que es el acapulqueño. En su lugar, sólo ofrecen soluciones
administrativas. En otras palabras, no confían en el acapulqueño ni cuentan con
él como no sea para pedirle su voto. Como carne de elecciones.
Sin embargo, aún es posible que
Acapulco detenga su caída. Ya sea a través de un cambio cultural interno o de
un cambio político administrativo nacional. Siempre es preferible que sea por
ambas vías. Y que quien gane las elecciones sea capaz de entenderlo.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario