martes, 26 de junio de 2012

La cartografía del desastre 3


Yo ciudadano
La cartografía del desastre 3
Gustavo Martínez Castellanos

Vemos el cuadro de O’Gorman en el lobby de la Torre Latinoamericana en el Distrito Federal y no podemos casar la idea de aquél entorno idílico del valle de México antes de que ingresara al universo de la cultura occidental con la ciudad que ahora es.
Acapulco acaba de recibir oxígeno desde el gobierno del estado que por todos los medios a su alcance busca “rescatarlo”. Desgraciadamente, para ello ha puesto lo más valioso de su patrimonio cultural, su identidad,  a los pies de la visión cultural de la capital del país. Atraer ese mercado es, en buena medida, una forma de llenar de turistas al puerto, aunque no tengan un alto poder adquisitivo ni dejen divisas. Además, ha invertido en infraestructura y ha realizado mucha promoción en los mercados nacionales más rentables. Pero eso no ha sido suficiente. Como no lo fueron campañas tales como “Habla bien de Aca”, ni todas las ofertas que algunos empresarios y el mismo gobierno expusieron para que el puerto no colapsara. En efecto, no tocó fondo, pero no se ha recuperado ni ha alcanzado los niveles de ocupación que los gobiernos suponen en sus proyectos.
Sin embargo, no se les puede culpar de no ser eficaces; la ciudad creció a tal grado que como en el antiguo valle de México, sepultó el paisaje, eclipsó la postal idílica y perdió su identidad. Es bizarro escuchar a Hugo Stiglitz hablar de “Acapulquito”.
Acapulco es una ciudad con problemas muy complejos sin soluciones a la mano. En primer lugar porque no se asume como ciudad, sino como centro recreativo. En segundo, porque todo el aparato productivo y la visión administrativa de estado tienen como única mira al turismo. En tercero, porque su infraestructura está muy deteriorada: no es lo mismo un antiguo castillo europeo recientemente adaptado como hotel que edificios de más de cincuenta años que no han tenido mantenimiento desde hace veinte. En cuarto lugar, porque la investigación en materia de turismo no ha crecido ni se realizado innovaciones: exportamos hasta las ideas. Y en quinto lugar porque sociológicamente tampoco tenemos conocimiento del problema ni de sus estratificaciones ni de sus soluciones.
El Distrito Federal, lo sabemos, tiene las más altas instituciones de investigación y de análisis del país. Es la sede de los poderes federales. Allá llega todo lo que el país produce. Y es el más abigarrado vecindario de intelectuales del país. En Acapulco, no tenemos nada de eso, y si existe un grupo intelectual, se ha puesto al servicio de las mismas miras que tienen la empresa y el gobierno: el turismo.
 Cuando escuchamos a los candidatos decir que quieren recuperar Acapulco o que son acapulqueños fieles, sabemos perfectamente que tienen una idea turística de la ciudad. Ninguno ha criticado el entreguismo cultural del IGC, ni la apatía cultural del gobierno municipal. Y ninguno ha reconocido lo que han aportado sus partidos al desastre que hoy es Acapulco. Sabemos que quieren ser parte de la solución, pero no vemos cómo puedan solucionar nada si sus discursos no profundizan en el ser interno de la ciudad ni en el ser único de ese fenómeno irrepetible que es el acapulqueño. En su lugar, sólo ofrecen soluciones administrativas. En otras palabras, no confían en el acapulqueño ni cuentan con él como no sea para pedirle su voto. Como carne de elecciones.
Sin embargo, aún es posible que Acapulco detenga su caída. Ya sea a través de un cambio cultural interno o de un cambio político administrativo nacional. Siempre es preferible que sea por ambas vías. Y que quien gane las elecciones sea capaz de entenderlo.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com

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