viernes, 4 de febrero de 2011

"Maestro"


Yo, ciudadano
“Maestro”
Gustavo Martínez Castellanos
Sin contradecir a Jorge Falcón, quien dijo en su último texto que la derrota es huérfana y la victoria tiene muchos padres, creo que en el caso del triunfo de Aguirre, la victoria además es vanidosa y ciega. Todos los que criticaron a Aguirre, hoy lo alaban, lo llaman Jefazo, en un afán de ser escuchados. Pero también de remarcar sólo la índole de la derrota y de la victoria. No la de la enseñanza.
El triunfo de Aguirre, antes que un triunfo político es un triunfo social. Histórico. Cifras aparte, vemos que en él se volcó una sociedad más informada, más participativa. Más convencida de que tiene el poder a través del voto y de que puede hacer uso de él cuando se requiera. En el caso de Guerrero, creo que el voto al fin expresó su naturaleza casi mítica: summa de poder, signo de expresión. Tótem. En Guerrero, la última expresión del voto le había dado el poder al partido al que ahora se lo quitaba. En ambos extremos del ejercicio de votar –sufragante y candidato- aún centellea la sorpresa del aprendiz de brujo que por fin ha conseguido demostrar que el objeto que tiene en sus manos posee poder. Y que puede darlo y quitarlo. Por sí mismo, fuera de las proclamas incendiarias de los partidos, de las promesas hiperbólicas, de la mercadotecnia y de la chapuza verbal. El triunfo de Aguirre fue ese instante luminoso, diluido en el colectivo social: un milagro que la multitud no ha podido observar debido a su naturaleza ingente.
Derivado de ello, es un triunfo histórico: con ese instante, sin sangre, sin violencia, sin temor ni zozobra, le hemos dado la vuelta a la hoja: fue un instante. Ya se fue. Seguimos aquí. La vida sigue. Las instituciones siguen. Nuestros problemas también y, si repetimos aquel instante, también ellos se irán. Sí podemos. Su naturaleza es ingente porque está armada de pluralidades. De -nuevamente- la summa de voluntades. De la Voluntad, única e irrepetible que nuestros códigos llaman soberanía. En ella, los colores, los proyectos, los sueños se mezclan. Se con-funden; dejan de ser ellos mismos para ser algo más: un todo. Nuestro ser cultural. Ahí estamos. En ese instante fuimos. Somos.
La historia de ese instante histórico arranca de una idea de la democracia como igualdad en la pluralidad. Nadie es la democracia. Ningún partido. Nadie puede –ni debe- decirse La democracia soy yo, tiene este colores, este escudo. El 30 de enero, por primera vez en Guerrero, la democracia fue. Estuvo. Llegó invitada por un expriísta que aceptó comandar una coalición a la que invitó a todos los partidos. Que habló con todos los ciudadanos que pudo. Que recorrió a pie, sin perder el contacto con su gente –y con la tierra que pisaba- todo el territorio. La pluralidad le respondió. Seguirá respondiéndole si él no la ignora. Si no la niega. Porque Aguirre empezó a armar esa idea de democracia –insisto- desde 1993 en que fue nombrado Secretario General de su partido y empezó a perfilar, a armar, a construir esta campaña, con otros colores y con otros actores; pero ésta al fin. Esos 18 años –más los que lo vieron dar clases de Historia en una secundaria del D. F.- también armaron al Aguirre que conocimos en ese instante. Su inteligencia, su claridad de miras, su tenacidad. Su audacia. Su tolerancia. Su maestría en materia de política. Su sabiduría. Lo hicimos gobernador con un instante luminoso a través de ese objeto mágico que es el voto. No creo que vaya a olvidar ese instante. El poder de ese objeto. No creo que quiera.
Aguirre ha dado una cátedra de política a México. Espero que la sepa aquilatar. Nadie perdió. Todos ganamos y no dejaremos de ganar si no olvidamos esa cátedra.
Antes que “Jefazo” Aguirre es “Maestro”. A ver si el alumno aprende esta vez.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com
http://culturacapulco.blogspot.com

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