Yo, ciudadano
Poder
Gustavo Martínez
Castellanos
En un par de artículos dos
connotados periodistas locales analizaron el ámbito político que emergió de las
elecciones recientes. Lo que más destacan es lo fortalecido que el gobernador
de Guerrero salió después de esa lid (uno lo llama “poderoso”): no tiene
contrapeso por parte del PRI (sus políticos de más peso son amigos suyos); ni
réplica del PRD, al que -coinciden ambos analistas- ha hecho triunfar en todo: el
sol azteca, bajo la férula de Aguirre hoy rezuma orden, poder y presencia. Yo añadiría: “y
disciplina”.
Nadie puede negar que los logros de
Aguirre han sido sólo suyos y de altos vuelos.
En este espacio yo había perfilado
que su experiencia lo conduciría a estos niveles de detentación del poder público,
y que esperaba -al igual que otros ciudadanos surianos-, que todo eso
beneficiara a Guerrero y a los guerrerenses todos.
Sin embargo, parece ser que tanto
poder relajó la visión que de sí mismo como gobernante el ejecutivo estatal debe
tener: la semana pasada y antepasada hizo declaraciones poco afortunadas que le
valieron sendas réplicas por parte de diversos actores sociales más que por políticos
o analistas. La primera fue ante la orden que dio a los choferes de la empresa
Maxiruta en el sentido de que si no regresaban a conducir sus camiones de
transporte público urbano, perderían sus empleos. Todos regresaron bajo
protesta: el temor a la violencia no los abandona ni aún después de que el
gobernador diera otra orden bizarra: que los policías viales resguardaran esos
camiones.
Los guardianes de la vialidad local
protestaron airadamente: tomaron una avenida y replicaron que no los habían
contratado para dar seguridad a una empresa privada sino para dirigir el
tránsito. A la protesta se sumaron taxistas y vendedores ambulantes. La tercera
orden fue del mismo tenor: “Remodelan o se van”, exigió a los hoteleros de la
zona náutica de Acapulco. Hasta el momento no se sabe cuántos han obedecido; empero,
varios analistas intentaron explicar lo que el gobernador quiso decir, como si
la orden no hubiera sido clara y fuerte. La cuarta fue en el sentido de que las
escuelas que no funcionaran debían cerrar. La réplica aún no termina: el dueño
del colegio Español hizo un recuento de cómo funcionaba la escuela privada; luego,
el rector de la UAG
declaró que dejar fuera de la universidad a los jóvenes era empujarlos a la
delincuencia organizada. La
Secretaría de Educación estatal publicó un inverosímil desplegado
en el que –nuevamente- se trataba de explicar qué fue lo que el gobernador
había querido decir. Empero, en Tierra Caliente, lo espetaron en persona: “Primero
limpie la casa por dentro y luego salga a barrer la calle”.
¿Qué tanto poder siente que tiene
Aguirre que se dio la libertad de declarar todo eso y de recibir serenamente todas
esas réplicas? No lo sabemos. Lo que no debemos perder de vista es que parte de
ese sentido de potencia también puede pasar por el hecho de contar con dos
millonarios apoyándolo: Carlos Slim quien planea comprar los hoteles que no
remodelen y Luis Walton, alcalde electo de Acapulco. En medio de ambos ¿alguien
sabe a cuánto asciende la fortuna de Ángel Aguirre? Tal vez, como dijo Ross
Perot: es tiempo de que América no tenga gobernantes millonarios sino
multimillonarios y Aguirre sienta que es tiempo de que Guerrero cuente con
políticos de elevado poder económico. Si la analogía funciona, no debe olvidar
los actos de civilidad y libertad en defensa de sus derechos que los surianos le
antepusieron en estas semanas. Eso también es parte de su poder.
Nos leemos en la crónica gustavomcastellanos@gmail.com;
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